La sonrisa del conejo de la suerte

La primera imagen que le recuerdo a Ronaldo conjugando su presente perfecto (es decir, desde que fichó por el Real Madrid) se ubica en el restaurante Araceli de San Agustín de Guadalix. Acababa de aterrizar en el aeródromo de las estrellas (Torrejón de Ardoz) y sentado junto a Valdano y Butragueño no paraba de reír y de pedir información sobre su nuevo equipo, con esa ingenuidad del hijo curiosón que le pregunta a papá de dónde vienen los niños... Enamoró a todos con su naturalidad, su humildad y, por encima de todo, con su sentido del humor. "Es un cachondo, Tomás. ¡Qué tío más majo!". Esa grata impresión la corroboramos todos en la redacción de As cuando Ronie nos visitó dos días después. Desde esa fecha, Ronaldo ha sabido desafiar a los agoreros que ponían en duda su éxito con esta camiseta blanca y centenaria a base de goles impactantes (10 entre Liga y Copa Intercontinental), bicicletas galácticas y... risas.

El chaval tiene duende. No me lo negarán. Esa sonrisa de oreja a oreja nos recuerda a la de Bugs Bunny, el conejo de la suerte que siempre nos parecía infalible y seguro de sí mismo. Así es Ronie. Cautivador, confiado, impactante, travieso y pillo. Lo que hizo el sábado ante Prats sólo está al alcance de los elegidos. Sólo él puede convertir una fechoría (lanzó el penalti como si el balón fuese de yeso) en una goyería que debería reposar en la sala central del Prado. El tío, en vez de buscar el rechace con la mala conciencia de saber que había tirado a puerta como si fuese Cardeñosa ante Amaral (chuchurrío y sin fuerza) se fue a por la pelota como un gamo, tiró el engaño a Prats como un jugador reputado de póker y en medio metro improvisó un vals que hizo enloquecer al Bernabéu. Ronaldo le dice al intrépido Ribot que se va a China partiéndose de risa. Genio y figura. Que no decaiga, majo.

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