Estúpido miedo a salir de casa

La Quinta del Buitre dejó su exquisito sello en todos los campos de la geografía española... menos en el Camp Nou. Allí se arrugaban como una colilla. Ese peligroso tic lo heredaron las generaciones posteriores hasta conseguir que el madridista de base acepte con paciencia espartana que su equipo cambie el Ferrari por el Clio cada vez que se aleja del Bernabéu. El espíritu indomable que el Madrid exhibe como un pavo real en Europa (0-2 al Barça, 0-3 en Roma...) se transforma en un perfil acobardado y especulativo, que maneja los empates a domicilio como una solución idílica hasta convertir la famosa media inglesa (victoria en casa, puntito fuera) en el camino más firme para luchar por el título. Una teoría válida para cualquier equipo... menos para este Madrid de dos caras que desde la deslumbrante llegada de Ronaldo se ha convertido en una apasionante lluvia de estrellas.

Han pasado seis meses y 19 días desde que el Madrid regresase a casa con tres positivos (como se decía en los viejos tiempos) en sus alforjas. Yo andaba por Gandía disfrutando de la Semana Santa, Bustamante (cántabro y madridista) lideraba la fiebre populista de OT y Ronaldo sufría un infierno encerrado en la jaula de Cúper. Quiero decir que hace tanto de aquello que no termino de explicarme cómo el Madrid puede pasear el palmito sin enrojecer con esta estadística impropia de su grandeza. Mi querido Del Bosque me argumentará que en verano no hubo Liga. ¿Y qué? El Madrid debe ganar adeptos en la lejanía. Sólo faltaría que el insurrecto Munitis agrandase la herida...

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