La ira de los dioses

Gracias a mi frustrada (y frustrante) vocación por el baloncesto, entre 1993 y 1998 tuve la oportunidad de viajar una docena de veces a Atenas. Cada partido que presencié se convirtió en un subidón de adrenalina mezclado de temor y de excitación por el clima prebélico que palpé en todos ellos. En primera persona supe de veras lo que significaba el llamado "infierno griego". Uno, que se crió entre las facciones más apasionadas del fútbol español, pensaba que poco le iban a sorprender unos hinchas que defendían causas tan dudosamente nobles como las del Olympiakos y el Panathinaikos, dos clubes con secciones de fútbol y basket emergentes. Iluso. Allí comprobé como el deporte nacional eran el lanzamiento de monedas y el arrancamiento de sillas, en medio de una ola de gritos encolerizados, venas inflamadas y bates anunciando que algunos cueros cabelludos corrían serio peligro.

Con el tiempo comprobé que esa ira de los dioses desatada sin sentido alguno se trasladaba a las guerras civiles protagonizadas por los hinchas del Olympiakos (ataviados de rojo y blanco, como el Atleti) y del Panathinaikos (de verde y blanco, instalados en el barrio pijo de Glyfada). Se odian y viven exclusivamente para buscar la ruina del enemigo. Sólo se unen dos o tres veces al año... Cuando toca defender el orgullo patrio de Grecia. Por eso, el ‘Foso de los Leones’ será hoy el rival más temible para la España de Iñaki Sáez. Ya lo verán.

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