Como el amor sin sexo

A las dos de la mañana, con más de 30 grados sacudiéndote el cogote, el vientecito de agosto desterrado en las playas y el cuerpo alterado por la canícula, lo más normal es hacer cualquier cosa que relaje la mente, reactive el espíritu y tonifique el cuerpo. No, no hablo de sexo. Me estaba refiriendo a las sensaciones que el Madrid nos transmitió durante 15 minutos tan espejísticos como seductores. Caños de Roberto Carlos, fantasías animadas de ayer y hoy de Zidane (como si fuera la Warner del fútbol), conducciones perfectas del gaucho Cambiasso, sintonía perfecta del dúo dinámico del área (Helguera-Pavón) y exhibición de reflejos de Ikerman Casillas (¿Vicente, qué más tiene qué hacer el chico?). Nueva York, a sus pies.

Pero amigo, esto es como lo del amor sin sexo. Muy romántico, profundamente conmovedor y perfecto para los manuales del buen gusto y una vida sin estrías molestas. Pero faltó el ardor, la pasión y el morbo del gol. Ese oscuro objeto del deseo que convierte el fútbol en un imán que unifica millones de voluntades, mimetizando sus gustos hasta convertir este deporte en un gozo infinito. Por eso, es comprensible que los 70.000 yankees que poblaron el mítico estadio de los Giants pasaran del "Oooohh" reverencial al abucheo sentido del último cuarto de hora. Lógico. Estos novatos querían goles. El gol es como un mate en basket o un bateo en béisbol. Ronaldo sabe de lo que hablo...

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