El valor de una firma

Cuando veo a mi admirado Roberto Carlos enviar mensajes sibilinos utilizando presuntas ofertas del Manchester o del Inter para presionar a Florentino con el fin de que le mejore el contrato, me pongo de mala leche. En otras ocasiones ha sucedido con Helguera y el tercero en discordia que acostumbra a llamar a la puerta del despacho de Valdano cada vez que le llega un canto de sirena es Makelele. Ya sé que eso es cosa de sus representantes y que ellos se hacen los locos. Pero me veo obligado a recordarles el valor de una firma. De pequeño vi como Juanito o Santillana se convertían en símbolos del Real Madrid por cantidades que proporcionalmente serían ridículas al lado de sueldos como los de Macca, Rodrigo o Baljic. Pero eran felices porque defendían el escudo que amaban. El profesionalismo del siglo XXI ha enterrado ese noble sentimiento.

Me quedo con ejemplos como el de Raúl, que siempre rechazó las ofertas de las grandes franquicias futbolísticas de Europa a cambio de ver cumplido su sueño de eternizarse en el Madrid. El Buitre, Míchel o Sanchís hicieron lo propio hace 15 años, cuando la Juve o el Inter golpeaban a su puerta con un talón lleno de liras. En la vida, el valor de una firma dignifica al individuo que la respeta como si fuese el testamento familiar. Si tu rendimiento lo merece, el club te llamará para premiarte. No inviertas el orden natural de las cosas. Roberto, no juegues con los sentimientos. Quieres seis Champions y aquí las levantarás. Pero no coquetees con malas artes. Eres buen tío. No lo estropees amigo.

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