No te vayas nunca, Jesús

“Deja de llorar, es una señal de los tiempos; bienvenido al espectáculo final”, canta el británico Harry Styles en The Sign of the Times. Resultó inevitable, incluso para el menos sentimental de los aficionados sevillistas, echar una lagrimita en los prolegómenos, durante y/o después del partido que significa el adiós de Jesús Navas al fútbol profesional en su casa, su templo: el Ramón Sánchez-Pizjuán. Hasta el Celta, con un bonito pasillo previo, quiso sumarse al merecido homenaje que recibió la leyenda de Los Palacios, titular por supuesto en estos sus minutos finales con la casaca y el brazalete en Nervión. Un último duelo de pasión que terminó con victoria sevillista gracias al gol de otro canterano, Manu Bueno. De la manera más simbólica y más alegre para una grada que se ha acostumbrado y sabe que a partir de ahora vienen tiempos de mucho sufrimiento, ya sin su máximo referente para tirar del carro. Es, por otro lado, una señal de estos (malos) tiempos para un Sevilla que nunca en este siglo de tanta gloria ha conocido momentos más oscuros. Un Sevilla que se engrandeció forjado sobre pilares como Navas y que en los años más recientes ha languidecido a la velocidad de su capitán, al que ha acabado por jubilar una inoportuna y dolorosa lesión de cadera.

Todo apelaba a la épica. Horas antes del partido, el Comité de Disciplina de la Federación Española de Fútbol había decretado como firme la sanción de un partido para Carmona, Isaac y Juanlu por sacar una bandera contra el Betis como epílogo del derbi. La escabechina acababa de diezmar a un equipo que ya de por sí anda cortito con sifón, porque los dos primeros son indiscutibles titulares para García Pimienta y Juanlu también anda gozando de muchísimos minutos esta temporada. La baja de Isaac, aunque al lebrijano le cueste marcar (logró su primer tanto del año la pasada jornada, en el Metropolitano), dejaba además al técnico sevillista sin uno de los pocos hombres capaces de marcar la diferencia. Los otros dos son Lukebakio y Saúl: los únicos capaces, durante toda la primera mitad, de inquietar mínimamente a Guaita.

Por culpa de esa incapacidad sevillista para llegar arriba y, también en buena parte, debido a la penosa forma física que el delantero nigeriano exhibe cada vez que salta al campo, impropia del fútbol profesional, Iheanacho tardó más de media hora en tocar su primera pelota. Casi mejor que no lo hubiera hecho: ocurrió con un intento de control cómico, en el mediocampo, que levantó una mezcla entre sorpresa y escarnio entre la afición del Sánchez-Pizjuán.

Navas se va, pero a Aspas le queda todavía bastante cuerda. El veterano atacante de Moaña, que suma 6 goles y 3 asistencias este año, se ha reciclado definitivamente en esa posición de fantasista, entre líneas, que siempre le ha gustado tanto. De su sedosa pierna zurda salieron algunas de las mejores oportunidades para un Celta que, sin avasallar, mereció irse al descanso con al menos un gol de ventaja. Pablo Durán, que hace cuatro años jugaba en Regional, había sido una de las sorpresas en la alineación celeste y rondó el gol desde el comienzo. Un balón al palo del de Tomiño y un tiro alto de Swedberg cuando el sueco parecía tenerlo todo para marcar destacaron entre el puñado de llegadas peligrosas coleccionadas por el equipo de Claudio Giráldez durante la primera mitad.

Los problemas físicos de Lokonga no han desaparecido del todo, así que Manu Bueno aparecía también en la alineación de circunstancias del Sevilla. Fallón en el pase durante el primer acto, el mediocentro canterano avisó en el inicio de la segunda mitad con un disparo lejano que se marchó cerca de la escuadra celeste y minutos después sí que lograba embocarla desde la frontal, con la ayuda de un rebote, el 1-0 (64′). El gol llegó apenas instantes antes de que Nervión explotara ante la sustitución, el momento final, del mejor futbolista de toda su historia: Jesús Navas.

Que no iba a ser la mejor noche para el Celta de Vigo lo demostró la desgracia de Ristic, lesionado a los pocos minutos de entrar como cambio en la segunda mitad. O el fuera de juego de Bamba para anular el que hubiera supuesto el empate, a pocos minutos de final. Porque no: los dioses de fútbol, era de ley, se habían puesto de acuerdo para que la última aparición de un Duende Eterno sobre la pradera de Nervión se saldara sin mancha, con otra victoria, la enésima muesca en una carrera de epopeya que de momento termina con 704 partidos como sevillista, quizá sean 705 si juega la próxima semana en el Santiago Bernabéu. ¿Por qué te marchas, Jesús? No te vayas nunca.

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