Más exigencia y menos autocomplacencia

No hay manera de que el Real Valladolid consiga una línea de regularidad. Cuando parecía haber tocado fondo y resurgir con sus dos triunfos consecutivos ante Valencia y Real Sociedad, firma un uno de nueve y vuelve a dar la peor imagen posible. Y además, coincidiendo con la reacción de muchos de los equipos de la zona baja de la tabla. Solo la derrota del Getafe permite a los de Pacheta seguir fuera de los puestos de descenso…de momento. Todo lo que no sea reaccionar ya y sumar el máximo de puntos posibles en los próximos tres partidos será presentar la candidatura a Segunda División.

Del partido de Vigo poco hay ya que opinar. Está todo dicho. Fue un canto al despropósito. Una orquesta desafinada, con los músicos tocando mal y a destiempo y con el director de la orquesta más perdido que un pulpo en un garaje. Deprimente. Inadmisible que con lo que hay en juego, los propios jugadores reconozcan que no salieron “enchufados” a Balaídos y Pacheta “que no tuvieron la intensidad competitiva que se requería”. Poco más hay que apuntar. Cuando te estás jugando la vida sales relajadito y el rival te pasa por encima. Como lo hizo el Atlético, el Athletic, el Barcelona, Osasuna y hasta, en algunos aspectos, el Betis la semana pasada que al minuto ya había materializado el primer gol.

Creo que el Real Valladolid de Pacheta tiene dos problemas serios. Uno, que con el halago se debilita en exceso y dos, que hay partidos que se plantean de la mejor manera para que el rival juegue a placer. A los hechos me remito. Cuando las cosas van bien y se gana un partido aparece después el exceso de confianza y la relajación. Craso error. Si el Valladolid se quiere quedar en Primera debe dar el máximo de su potencial hasta el final y en cada partido. Como es peor que la mayoría de sus rivales debe exprimirse mucho más. Y luego, es necesario sacarle más rendimiento a la plantilla con una elección de alineaciones y una distribución de funciones en el campo que complique la vida más a los contrarios. Y hay que alcanzar una línea de mayor regularidad. No puede ser que en Zorrilla veamos a un equipo y lejos de Zorrilla a otro. Lejos de casa, excepciones contadas, baja demasiado el nivel.

Quedan 15 partidos, nos acercamos al último tercio de la competición, y todo está por resolverse. Pero parece claro que este año la permanencia va a estar cara, muy cara. Mínimo hay que pensar en llegar a los 40 puntos. Urge seguir sumando. Jugando mejor o peor, pero urge puntuar y dejar de regalar. Y es extremadamente preocupante el dato de ser el equipo que menos goles hace y que en los últimos diez partidos solo se ha hecho tres goles. O estos registros cambian o no habrá nada que hacer. Afrontemos el partido del Espanyol como el que marque un antes y un después, con autoexigencia, con ambición y pensando que solo así las cosas podrán salir. Dejemos de una vez de lado la autocomplacencia que tanto le gusta a Pacheta y a los directivos y que vegeta de manera peligrosa permanentemente en este club. La misma autocomplacencia que hace dos años ya nos llevó a descender.

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