REAL MADRID

Amancio, el brujo que lideró al Real Madrid ye-yé

El atacante fue la estrella tras la generación de las cinco Copas de Europa, con la que coincidió. Ganó la sexta Copa de Europa ante el Partizán. Fue Balón de Bronce.

Primavera del 62. Santiago Bernabéu veía que la gloriosa generación de Alfredo Di Stéfano comenzaba a flaquear y había que comenzar una pausada regeneración del equipo. Busca nuevas estrellas y se fija en un menudo y endiablado delantero gallego que triunfa en Segunda División con el Deportivo de La Coruña. Su nombre es Amancio Amaro Varela. Tiene 22 años y es el artífice del ascenso del equipo coruñés a Primera con 29 goles. Muchos clubes (Oviedo, Sevilla y Barcelona) se disputan su fichaje pero finalmente recala en el Real Madrid. El club blanco paga por él diez millones de pesetas más los jugadores Miche, Antonio Ruiz y Cebrián y la cesión por un año de Antonio Betancort. Firmó un primer contrato de tres años por el que percibió 750.000 pesetas anuales de ficha y un sueldo mensual de 7.000 pesetas.

Amancio cumple así un sueño largamente acariciado. Atrás quedan sus cuatro años en el Victoria y otros tantos en el Deportivo, en el que lo pasó mal al principio por un exceso de responsabilidad y un flato que le impedían jugar. Hasta que llegó para entrenarle el ex madridista Hilario Marrero y le prohibió beber gaseosa en las comidas. Aquello fue mano de santo. Desde entonces todo fue crecer hasta el punto de que siendo jugador de Segunda División fue preseleccionado por Pablo Hernández Coronado para ir al Mundial de Chile. Al final, Helenio Herrera, entrenador para aquella ocasión del equipo nacional, lo deja en tierra (como a Vicente, Etura, Guillot, Gensana, Ruiz Sosa y Aguirre) y su decepción es tremenda. Pero al poco tiempo, la llamada del Madrid le reconfortó y en el verano del 62 comenzó en el equipo blanco una extraordinaria trayectoria de catorce temporadas.

Desde el principio fue un fijo en las alineaciones de Miguel Muñoz. Aunque sus comienzos no fueron fáciles. Debutó en una gira del Madrid por África, donde jugó en Ghana y en Marruecos el trofeo Mohamed V. “Fue un viaje que nunca podré olvidar porque era el primero que hacía al extranjero. Los nervios se apoderaron de mí cuando iba a debutar. Recuerdo que en la caseta nos repartieron el uniforme. Al ir a ponerme la camiseta vi que no tenía escudo, lo dije y Di Stéfano respondió: ‘Para llevar el escudo del Madrid en esa camiseta primero hay que sudarla’. Me quedé mudo pero comprendí lo que significaban estos colores”.

La brillantez de su regate endiablado y la eficacia de sus números le hicieron imprescindible y Santiago Bernabéu, que siempre quería “un jugador que levantase al público de sus asientos”, se hizo amancista desde el principio. Era el jugador espectáculo que podía coger el legado de Di Stéfano y compañía. En su primera campaña jugó 28 encuentros de Liga y marcó 14 goles, lo que le convirtió en el segundo realizador del equipo tras Ferenc Puskas. Así contribuyó a la conquista del título.

En la campaña 63-64 pudo lograr un triplete histórico. Conquistó la Liga con el Madrid, fue vital en el triunfo de España en la Eurocopa y pudo ganar la Copa de Europa, pero el Inter de Suárez le ganó en la final de Viena por 3-1, en lo que fue el último partido de blanco de Di Stéfano. La derrota no impidió que Amancio ya estuviera entre los mejores jugadores del mundo. France Football le concedió el Balón de Bronce del 64, en una votación en la que sólo le ganaron Dennis Law y Luis Suárez. En el año del adiós de Di Stéfano y con Puskas en claro declive, el gallego era ya la bandera en el campo del Real Madrid.

Por eso la dureza de los contrarios se cebaba en él, un domingo sí y otro también. El 28 de febrero del 65 fue cazado por el azulgrana Torrent en un Barcelona-Real Madrid disputado en el Camp Nou. El agresor le reconoció que ésa era la única manera de frenarlo en un terreno de juego. Resultado, siete meses de baja que aprovechó, entre otras cosas, para casarse.

Pero el fútbol siempre ofrece revancha. Amancio volvió a jugar una final de la Copa de Europa, ya con toda la generación ye-yé. Fue en el 66 en Bruselas y no quiso que se le escapara, porque había aprendido de la experiencia de Viena dos años antes. Hizo un gol colosal, el del empate, que luego Serena convirtió en el 2-1 definitivo y fue una auténtica pesadilla para la defensa del Partizán.

Después siguieron los éxitos, muchos éxitos, fintas, regates imposibles, medidas asistencias. Así hasta completar un extraordinario palmarés en el que figuran nueve Ligas, tres Copas y la mencionada Copa de Europa. Pudo haber sido superior de no mediar la derrota, con partido de desempate incluido, en la final de la Recopa del 71 ante el Chelsea. Como también pudo haber sido más corta su carrera tras la brutal entrada que sufrió del paraguayo Fernández en Granada el 8 de junio del 74 en un partido de la Copa de España.

En sus últimos años en activo el delantero cambió de demarcación el terreno de juego. Miljan Miljanic ocupaba el banquillo madridista cuando el gallego brujo retrasó su posición y pasó a jugar en el centro del campo junto a los alemanes Gunter Netzer y Paul Breitner y el salmantino Vicente del Bosque. Desde esa nueva posición el rey del amague y del desborde dio sus últimas tardes de gloria al Santiago Bernabéu.

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