EL OTRO FÚTBOL

Groenlandia: la liga de fútbol más corta del mundo

En solo cinco días, entre el 10 y el 15 de agosto, se ha disputado el campeonato nacional de Groenlandia, un torneo plagado de extravagancias que lo convierten en un acontecimiento tan desconocido como único.

Asociación de Fútbol de Groenlandia

En el calendario del fútbol agosto es, posiblemente, el mes más importante. Mientras millones de personas disfrutan de sus bien merecidas vacaciones huyendo del calor, los futbolistas van contracorriente y regresan a su rutina cotidiana: las ligas de muchos países acostumbran a arrancar justo en esta época. No solo la Primera División española, sino también torneos potentes como la Premier inglesa, la Serie A italiana, la Bundesliga alemana…

Mucho más al norte, lejos del glamour, los millones y los focos mediáticos, se ha puesto en marcha otro campeonato que suele generar poco interés más allá de sus fronteras, a pesar de tener particularidades y curiosidades fascinantes. Una de ellas es que en este mismo agosto no solo ha empezado, sino que también ha terminado. En Groenlandia no queda más remedio que darse prisa.

Groenlandia es un territorio bajo soberanía danesa que según los cartógrafos pertenece a América y que en la práctica, para ubicarnos, está en el polo Norte. Hace frío, mucho frío. Tanto, que casi el 80% de su superficie está cubierta de hielo. Y eso es mucha superficie: la isla más grande del mundo ocupa más de dos millones de kilómetros cuadrados, como cuatro veces España. Su nombre, que se traduce como “tierra verde”, es una de las operaciones de marketing más antiguas que se conocen, con la esperanza vana de atraer colonos vikingos hace ya más de un milenio.

Limitados por los mapas

Semejante geografía implica que toda la población, menos de 60.000 personas, está distribuida en pequeños asentamientos en distintos lugares de la costa que pueden situarse a miles de kilómetros de distancia entre sí, que hay que cubrir en avión o barco a falta de carreteras y ferrocarriles. Si a esto le sumamos una economía no demasiado potente, basada en la pesca y la minería, es fácil deducir que los viajes internos no son nada sencillos. Una liga en el formato europeo habitual, todos contra todos, es imposible.

El problema se resuelve tirando de creatividad. Cada pueblo organiza su propia liguilla local y escoge un representante que, si puede, irá a defender su honor en la gran competencia nacional: la Slutrunden. Se designa una única sede (en esta ocasión Qaqortoq, en el extremo sur, a 500 kilómetros de la capital Nuuk, en homenaje al club local Kissaviarsuk, el más antiguo del país, que cumple 90 años) con un solo campo, en el que se juegan todos los partidos en apenas cinco días.

No mucho más, porque el clima no lo permite (si la cosa se alarga se puede acabar bajo un par de metros de nieve) y porque los gastos de alojamiento suponen un esfuerzo que a menudo los clubes no pueden asumir. O quizás lo que sale demasiado caro es el viaje; el campeón de 2022, el Nagdlunguaq-48 de Ilulissat, no ha podido defender el título por este motivo. También puede ocurrir que los jugadores (por supuesto, todos aficionados) tengan compromisos laborales que les impidan participar y su club no cuente con efectivos suficientes; es lo que le ha pasado al SAK de Sisimut, que ha renunciado a su plaza porque gran parte de la plantilla estaba ocupada cazando renos.

Así las cosas, el formato de la Slutrunden varía cada año en función de la cantidad de equipos disponibles. Este verano ha habido seis, así que se ha improvisado una liguilla de cinco jornadas y los dos primeros se han enfrentado entre sí en la gran final, disputada el 15 de agosto, que curiosamente ha ganado (y por paliza: 0-5) el que había terminado segundo: el nuevo campeón es el B-67 de Nuuk, que suma su 14º trofeo y aumenta su ventaja con respecto al Nagdlunguag-48, con 12. La manita del partido clave no es inusual: como los equipos están organizados por criterios geográficos y no de nivel futbolístico, a menudo hay grandes diferencias y se suelen ver marcadores de 10 o 15 goles a 0.

Atrapados en la tierra del hielo

Y ahora ¿qué pasa con el B-67? ¿Se mete en la previa de la Champions europea? ¿Entra en las competiciones continentales de Norteamérica? Ni una cosa ni otra. Aunque no es una nación independiente, Groenlandia tendría la posibilidad de afiliarse a la CONCACAF o a la UEFA, como sus hermanos de las islas Feroe. Pero no les dejan porque no cumplen los requisitos: Europa pone pegas por una reforma reciente en los estatutos, mientras que en el Nuevo Mundo haría falta, al menos, un recinto con capacidad para 3.000 espectadores en el que disputase sus partidos la selección nacional. Actualmente, el Estadio Nacional de Nuuk se queda en 2.000 plazas, y el proyecto de construcción de un nuevo hogar de mayor tamaño para el fútbol groenlandés (que ya tiene nombre y todo: Arktisk) está parado por falta de financiación.

Al menos la federación nacional, a través de la danesa, sí ha conseguido que la FIFA les subvencione una decena de pistas de hierba artificial (la natural no sobrevive al invierno) repartidas alrededor de la isla, que van usándose como sede de la Slutrunden cuando toca. Es un avance con respecto a los antiguos campos de tierra congelada que tantas lesiones y fracturas han causado. Pero el salto adelante aún tiene que llegar.

Mientras tanto, los groenlandeses, esa curiosa mezcla de nórdicos e inuit (no les llames “esquimales”, que significa “comedores de carne cruda” y les resulta ofensivo), siguen siendo daneses a efectos futbolísticos, como el ex atlético Jesper Gronkjaer. Más allá, su equipo nacional luce sus camisetas blanquirrojas en partidos amistosos no oficiales, y a ellos les llega para ser felices. Eso, y los cinco días al año en que pueden disfrutar de su propia liga.

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