El filial evita el desastre

El Getafe miró al abismo a los ojos y, por un momento, pareció dispuesto a saltar. En una tarde de Copa del Rey que prometía ser un trámite para un Primera, los de Bordalás firmaron una actuación agónica, llena de sombras y salvada in extremis por la luz de su filial. El Navalcarnero, heroico y descarado, tuvo contra las cuerdas a los azulones e incluso perdonó la vida al gigante en una prórroga de infarto, pero acabó sucumbiendo ante la calidad individual en el momento decisivo.

El inicio del encuentro fue un auténtico naufragio para los visitantes. Lejos de imponer su jerarquía, el Getafe salió dormido, contemplativo y frágil. El Navalcarnero olió la sangre y no dudó. En menos de quince minutos, el marcador del Mariano González ya reflejaba un sonrojante 2-0. Jaime Pérez abrió la lata aprovechando la pasividad defensiva y, poco después, Iker Perera asestó el segundo golpe que dejó a los de Bordalás en estado de shock.

La primera parte del Getafe fue, sencillamente, espantosa. Los jugadores con menos minutos, aquellos que reclamaban oportunidades en sala de prensa, quedaron retratados sobre el césped artificial. Sin intensidad, sin ideas y sin generar ni una sola ocasión de peligro real, el equipo deambuló por el campo mientras Bordalás se desgañitaba en la banda, incapaz de reconocer a los suyos. Varios nombres propios quedaron señalados, evidenciando una preocupante falta de competitividad en la segunda línea de la plantilla.

La revolución de los ‘niños’

El decorado cambió tras el paso por vestuarios, pero no solo por una reacción de los veteranos, sino por la inyección de energía de los chicos del filial. Bordalás, buscando soluciones a la desesperada, dio entrada a Jorge Montes y Hugo Solozábal. Su presencia fue eléctrica. Con ellos en el campo, el Getafe empezó a inclinar el campo, dominando por fin el juego y encerrando a un Navalcarnero que empezaba a acusar el esfuerzo físico.

La esperanza llegó de las botas de otro canterano, Joselu, que recortó distancias y metió el miedo en el cuerpo a la grada local. El asedio continuó, pero el gol del empate se resistía. Tuvo que ser en el minuto 88, cuando el desastre parecía consumado, cuando apareció Mario Martín para firmar el 2-2 y enviar el partido a una prórroga que nadie en el banquillo visitante deseaba, pero que a esas alturas era un mal menor.

Una prórroga a la ruleta rusa

El tiempo extra fue un despropósito táctico y una oda a la emoción. Lejos de hundirse moralmente por el empate tardío, el Navalcarnero sacó fuerzas de flaqueza y destrozó a la defensa del Getafe a la contra. Los locales dispusieron de hasta cuatro mano a mano clarísimos frente al portero, ocasiones inmejorables para sentenciar la gesta, pero la falta de puntería y los nervios les condenaron.

El fútbol, cruel con quien perdona, dictó sentencia en el área contraria. Jorge Montes, erigido en el héroe inesperado de la tarde, culminó la remontada con el 2-3 definitivo, silenciando al estadio y permitiendo respirar a un Bordalás que veía cómo se escapaba el bochorno.

El pitido final certificó el pase del Getafe a la siguiente ronda, pero la victoria no puede tapar la realidad. Las sensaciones fueron malas, malísimas. La distancia sideral que existe hoy entre los titulares habituales y los suplentes ha quedado expuesta. Hoy, en Navalcarnero, el escudo lo salvaron los chicos del filial, mientras el fondo de armario del primer equipo dejó muchas más dudas que certezas.

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