Pogacar remacha a Vingegaard

Jonas Vingegaard fue valiente. Ser bicampeón del Tour de Francia obliga. Pero cayó con las botas puestas. El danés planteó la etapa reina a la ofensiva, atacó a su rival en el coloso final, Plateau de Beille, pero Tadej Pogacar es el más fuerte de esta edición. Sin ninguna duda. Y si hubo alguna, ya está despejada. El esloveno resistió, contraatacó y dejó prácticamente sentenciado el maillot amarillo hasta el desembarco en Niza. Justo lo contrario que ocurrió el año pasado. El Tour es el Tour. Los grandes campeones nunca se rinden. Y siempre vuelven. Las dos afirmaciones sirven para ambos. Ejemplares.

Si quieres ganar el Tour de Francia, qué mejor mensaje que anunciarlo en la etapa reina. Vingegaard había venido con esa intención, a pesar de que su pedalada no tritura a la competencia como en las dos ediciones anteriores. Doce días ingresado en un hospital con una perforación de pulmón tienen la culpa. El danés señaló la ascensión a Plateau de Beille para iniciar la remontada, con Pogacar distanciado a dos minutos. El golpe del maillot amarillo en la primera etapa de los Pirineos no había zarandeado su moral. Todavía quedaba Tour. Otra cosa es que luego puedas. O que el rival esté más fuerte. Pero si eres el campeón de esta carrera, tienes que probarlo. Igual que lo probaba el año pasado Pogacar en esta misma situación. Y así lo hizo.

Vingegaard puso a trabajar al Visma durante todo el recorrido. Sin disimulo. El desafío estaba lanzado desde el kilómetro cero. Pogacar lo sabía. Y estaba listo. El recorrido castigaba las piernas: el Peyresourde, que se encaraba de salida; el Menté, el Aspet, el Agnes… Cuatro puertos de primera categoría. La escapada del día acogía a cazadores con pedigrí, como Richard Carapaz, Jai Hindley, Simon Yates, tres ganadores de grandes vueltas, y Enric Mas, asiduo en el podio. Pero este domingo la carrera y la etapa se jugaba entre los dos principales gallos. No había sitio para la aventura. El Plateau de Beille fue el escenario elegido para la batalla final, un coloso de categoría especial sobre 15,8 kilómetros al 7,9% de pendiente media. Matteo Jorgenson puso un ritmo duro que anunciaba el ataque. Y allá arrancó Vingegaard, cuando el GPS marcaba 10,5 kilómetros a la cima. Una ofensiva lejana. Y valiente.

Pogacar, que se esperaba la arrancada, respondió sin despeinarse. Nadie más pudo seguir la estela, aunque Remco Evenepoel se mantuvo a un trecho suficiente que consolidaba su tercera plaza del podio. Carlos Rodríguez, por su parte, entraba en crisis. Y se alejaba del cajón. Vingegaard apretó a su rival lo que pudo, solo a ritmo, sin demarrajes. Hizo un amago a cinco kilómetros, miró a la cara al esloveno, y lo que consiguió fue precisamente el efecto contrario, darle una pista a la bestia, que se lanzó a por la presa. Tadej se marchó en solitario para pegarle otro buen bocado a la general y dejar medio atado el Tour. La carrera recordó en esta etapa a la edición del año pasado, pero al revés. Cuando Pogacar atacaba y atacaba, pero no lograba hacer pupa al danés. La historia ha dado un vuelco.

Pogacar llega a la segunda jornada de descanso con 3:09 minutos sobre Vingegaard y 5:19 sobre Evenepoel. En el ciclismo moderno, son ventajas siderales. Es verdad que faltan dos etapas de gran montaña en los Alpes. Y también una contrarreloj final. Aunque no parece que en tan pocos días vaya a cambiar la tendencia. El esloveno podría ir a menos en su forma, aunque no tiene pinta. Y el danés a más, es la dirección más lógica. Pero no será para tanto. Pogacar acaricia el tercero.

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