Una caricatura de equipo en Los Ángeles

Los Grizzlies (12-14 ahora) han ganado el 25% de sus partidos (tres, además concentrados en, básicamente, tres semanas) contra los Clippers. Están 9-14 contra el resto de la liga, pero han tenido la suerte de jugar tres veces, ahora mismo una sesión reconfortante de spa, contra un equipo sin vida, sin presente y cuyo futuro pasa por ver cómo los Thunder, un campeón que está 24-2 en la defensa de su título, se llevarán su primera ronda. Que puede acabar siendo, o esa pinta tiene, un top 3 en un draft de excepcional proyección. Será la culminación de aquel ultra agresivo pero terriblemente fallido, ahora es muy fácil verlo, traspaso por Paul George. De eso ya se ha hablado mucho se hablará más todavía. Pero, hasta entonces, los Clippers tienen que seguir jugando partidos. Como mínimo, si no llegan a playoffs (y ahora sonaría a milagro que lo consiguieran), otros 56 de regular season. En los 26 primeros, y tras este 103-121 contra los Grizzlies después de otro despliegue patético, el balance es 6-20. Cayendo en picado.

En la NBA, los equipos lo intentan. Qué menos. También los malos, normalmente incluso los que abrazan el tanking y apilan derrotas pensando en el draft: son los ejecutivos los que diseñan plantillas pensadas para ganar poco, pero hasta los menos iluminados suelen tener jugadores jóvenes que lo intentan. Los Clippers son ahora mismo una isla de miseria, un equipo en ninguna parte, una insignificancia arrastrada por una marea penosa: nueve derrotas en diez partidos, doce en catorce, dieciocho en 21; ocho seguidas en su pista, donde no ganan desde Halloween (31 de octubre). Sus próximos tres rivales, por cierto, Thunder, Lakers y Rockets. Sin su primera ronda, sin jugadores jóvenes con proyección, sin esperanza ni pulso.

Han sido, hasta ahora, catorce temporadas seguidas sin caer por debajo del 50% de victorias. La mejor racha vigente en la NBA pero una que acabará, ya parece obvio, esta temporada. Solo los Pelicans son peores en el Oeste, y están ya a partido y medio. Kawhi Leonard (21 puntos como quien pasa por allí y ya está) y James Harden (13 con solo cuatro canastas, fue duda hasta última hora por molestias en un gemelo) se marcharon sin hablar, otra vez, después del partido. Nada de lo que sucede les resulta inspirador, parece, y nadie les dice que tienen que cumplir con unos compromisos mínimos en las triplas del rutilante Intuit Dome que es, ahora, como las pirámides de Egipto: una obra monumental, pero fúnebre. Un coloso arquitectónico, pero finalmente una tumba.

Steve Ballmer, el propietario más rico del deporte estadounidense y uno de los tipos con más dinero del mundo, parece seguir empeñado en que lo que él diseña tiene que salir bien. Esto sucede, en realidad, a tipos con mucho éxito en sus negocios y en otros sectores a los que les cuesta entender que el deporte, por suerte, tiene otros códigos; que sus 2+2 no son cuatro aquí, que la pelota, y sus cosas, suele tener antídotos sorprendentes contra los reyes Midas del híper capitalismo. Ballmer, sobre el que pende una investigación de la NBA por sus trapos sucios con Kawhi Leonard que podría ser devastadora, tal vez definitivamente letal para sus Clippers, sigue filtrando a sus periodistas cercanos (ahora menos cercanos porque huelen el fracaso, la marejada tóxica) que el proyecto no se toca, que no habrá desbandada ni desmantelamiento en el mercado invernal. Que el dueño no está “preparado” para que Kawhi y Harden dejen de ser los rostros de un equipo que ahora mismo no es ni eso, un equipo. Mientras, el Intuit Dome se vacía porque no sobran los aficionados de verdad que quieran seguir ahí cuando ya no hay nada que ver.

Los Grizzlies ganaron con una facilidad pasmosa. Tuvieron ventajas de 13 puntos antes del descanso, con un chorro de anotación plácida en la zona. Sin oposición. Cuando los Clippers tuvieron su momento, este duró un suspiro: 64-63 mediado el tercer cuarto, 86-106 en el ecuador del último. La ventaja llegó a 23 puntos. Del paseo en la zona de Jaren Jackson Jr (21 en la primera parte, 31 en total) a los triples de Cam Spencer (7/10, 27 puntos). No hizo falta más más allá del trabajo infaltable de Cedric Coward y Jaylen Wells, la pareja de forwards titulares de los Grizzlies para muchos años. Sin Zach Edey, Santi Aldama hizo de pívot en un día sin protagonismo (titular, 31 minutos, 3 puntos y 2 rebotes). Ja Morant, que acaba de volver tras un problema de gemelo, sigue lejos de lo que fue (de lo bueno que tuvo) y además acabó con un tobillo maltrecho (12 puntos, 12 tiros). Los Grizzlies se limitaron a salir a la pista y hacer lo básico. Con eso, ahora mismo, es suficiente contra los Grizzlies.

Cuando el partido todavía no se había escapado, en la parte final del tercer cuarto, se vivió uno de esos momentos que demuestran que Tyronn Lue, hasta hace no mucho uno de los entrenadores más reputados de la NBA, tampoco sabe muy bien qué hacer: los Grizzlies anotaron en ocho ataques seguidos, antes del cambio de cuartos, contra un quinteto formado por Harden, Bogdan Bogdanovic, Kobe Sanders, Kobe Brown y Jordan Miller. Parece una unidad para el tanking… si no fuera porque sería un tanking para OKC, un último servicio a los Thunder seis años después del traspaso de George (y Shai, y el pick de Jalen Williams, y...). El partido acabó sin noticias, otra vez, de unos Clippers que la temporada pasada acabaron con un récord que igualaba el tercero mejor del Oeste, y que firmaron (aunque cueste creerlo solo unos meses después) un verano que recibió muchos halagos y tras el que parecía que iban a ser, como mínimo y otra vez, competitivos y duros en regular season. Pero el equipo más veterano, por media de edad, de la historia se ha metido en un caso de peor escenario posible. Todos lo ven menos el que no quiere hacerlo: Steve Ballmer. El cierre de mercado es el 5 de febrero. Veremos qué cambia desde aquí hasta entonces. Si es que cambia algo.

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