Shai y Giannis: la batalla final de una Copa insulsa
La segunda edición de la NBA Cup se queda muy lejos de la primera en cuanto a incidencia e importancia. Thunder y Bucks, dos finalistas sin morbo. Al menos, en Las Vegas.
Los protagonistas son los que elevan una especialidad concreta al estrellato más grande. Y, una vez construidas las historias, si los involucrados no gozan con el beneplácito de la opinión pública, es muy complicado ver la luz. Al final, si algo es bueno o malo depende de si una masa lo suficientemente grande de gente lo aprueba o lo rechaza. El problema de la NBA Cup es que el sentimiento más grande que se ha apoderado del público ha sido la indiferencia. Y esa conclusión nunca puede ser buena para analizar un torneo que, en su segunda edición y antes de conocerse al ganador, está muy lejos del primero. Al menos en cuanto incidencia, importancia, ganas de saber el resultado final, carisma o movilización. Ni el cambio de nombre (empezó siendo el In-Season Tournament) ni la repetición de sede en Las Vengas ha apañado una competición que tuvo cierta funcionalidad en su primera temporada por la novedad, y porque los Lakers se empeñaron en ganarla. De eso va la cosa, claro: de los protagonistas. Si LeBron James decide que importa, es que importa. Si, como este año, prefiere estar a otras cosas... pues eso.
De entre todos los equipos que la NBA habría preferido para disputar la final, han llegado Oklahoma City Thunder y Milwaukee Bucks. Dos mercados pequeños, dos ciudades sin excesivo interés y dos franquicias en momentos distintos del proyecto, pero muy alejadas del virtuosismo de las más grandes de la historia. En Las Vegas no ha habido ni rastro de los Lakers, pero tampoco de Knicks, Warriors o Celtics. Ni siquiera han llegado los Cavaliers, que seleccionaron muy mal sus pocas derrotas tras un inicio de 15-0 y cayeron ante rivales directos, quedándose sin el acceso a cuartos de final que no ha sido ansiado ni especialmente deseado por nadie. Es más, los Bucks eran el único equipo de los involucrados en semifinales en haber conquistado el anillo de la NBA en los últimos 25 años. Un dato que da buena muestra de la parte de la temporada en la que estamos y de la poca incidencia que tiene para los jugadores el hecho de ganar una Copa que ni les va ni les viene. Ni siquiera el montante económico ofrecido por su conquista ha provocado la suficiente motivación como para que se tomen en serio partidos que no tienen toda la emoción que se esperaba para imitar la cultura europea: todo o nada, ganar o morir. La clasificación se juega a una carta. Pero eso no se traduce en cosas buenas ni malas.
Al final, sigue habiendo más apatía que otra cosa. No necesariamente en la pista, pero sí de cara al exterior. Y si el público no se introduce en el juego, es muy complicado. Las semifinales entre Bucks y Hawks fueron un gran ejemplo de ello, con el silencio reinando en el T-Mobile de Las Vegas. Sólo se escucharon algunos vitores de ciertas personas trasladadas a la ciudad para ver jugar a los Falcons y que aprovecharon su visita para aplaudir un rato al equipo de baloncesto de Atlanta. Algo que ni siquiera dio emoción al duelo y que entra en una contradicción poética que es también un pequeño fracaso que no se ha tenido en cuenta: la Copa fue creada para competir con el increíble dominio de la NFL y acabar con el tedio de la regular season. Sin embargo, el fútbol americano sigue siendo el deporte rey y la competición baloncestística se dedica a vender como éxito a algo que lo es, solo de forma relativa. La asociación con los Emiratos Árabes (que tienen su mención en el nombre) se ha trasladado a la economía y a la expansión. Pero el nivel deportivo sigue siendo cuestionable en un mes en el que la gente está pendiente más de otras cosas que de la NBA. Haya Copa o no.
En general, la afición es neutral y no hay nadie como LeBron jugando, por lo que hay una cierta desconexión entre la pista y las gradas. Y la ya mencionada indiferencia se ha apoderado de una cosa que no deja de ser un título más por el que se compite si llegas al momento de la verdad, pero sin esa intención para llegar a ese momento. Si nos colamos en semifinales, peleamos por la victoria. Pero la narrativa dicta que si nos quedamos por el camino lo importante son los anillos. La pura hipótesis se sostiene con un ventajismo considerable, elevando el éxito a la hipérbole si se gana y reduciendo el fracaso a la nada si se hace lo contrario. El premio económico ayuda en demasía a la clase baja de la Liga, incluso a esa clase media desaparecido por el nuevo convenio. Pero a las estrellas no les supone demasiado y si no se involucran es muy complicado que los equipos encuentren la motivación necesaria para luchar por un título que, eso sí, se considera menor casi por unanimidad. Esto se vio el año pasado en la otra cara de la moneda: LeBron decidió que quería ganar y los Lakers mostraron una cara arrolladora. Pero la NBA es muy dependiente de eso. Y las cosas no han sido iguales esta temporada.
Shai y Giannis, dos hombres y un destino
Más allá de todo lo dicho, una final es una final y Thunder y Bucks se juegan un título al que ya no van a renunciar. Y a partido único supone un gran atractivo para los amantes del baloncesto, por mucho que no tenga un poder suficiente como para atraer a la gente que no ve la NBA en general, ese público inmisericorde que presta más atención a partir de abril, cuando empiezan los playoffs, pero que no está particularmente interesado en las fechas actuales. Eso sí, la segunda edición del torneo, más allá de la polémica suscitada por el color de las pistas, la ausencia de compromiso de algunas estrellas y su carencia de competitividad, tiene su final, aunque no sea con los equipos que la gente quisiera. Y Thunder y Bucks jugarán en terreno neutral para coronar al segundo ganador de la historia de la Copa. Dos proyectos que llegan en momentos radicalmente distintos y que lucharán por un título que sirva como impulso o como consuelo. El torneo existe y puede servir para ambas cosas. Y para alguna más.
En Oklahoma se ha ido poco a poco construyendo un equipo que luche por el anillo. Van líderes de la Conferencia Oeste (20-5), han fortalecido su plantilla en verano y apabullan rivales incluso con Chet Holmgren lesionado y Alex Caruso alterando momentos brillantes con otros en los que da la sensación de que puede hacer más. El equipo entrenado por Mark Daigneault llega al partido con cinco victorias consecutivas y nueve de las últimas 10, en un momento de forma estelar y liderado, claro, por su gran mesías: Shai Gilgeous-Alexander. El base promedia 30,3 puntos, 5,5 rebotes y 6,3 asistencias, muestra una sabiduría extraordinaria para su edad y lidera al que puede ser el mejor equipo de la historia de la ciudad, que navega en las mismas aguas en las que en su día naufragaron Russell Westbrook y Kevin Durant, pero con la certeza de que el destino les aguarda un premio brillante. Los Thunder son la mejor defensa de toda la NBA (líderes en robos y cuartos en tapones) y, al mismo tiempo, el décimo mejor ataque, liderando la competición en porcentaje de tiros libres y mostrando una fortaleza enorme, con físicos extraordinarios, buenas manos, capacidad atlética y una resistencia incuestionable. Son los favoritos, claro.
Los Bucks son la otra cara de la moneda. Ganaron en 2021 su primer anillo en 50 años y, desde entonces, se han ido deshaciendo lenta e inexorablemente. Todo el sainete en torno a Giannis Antetokounmpo, que se ha hecho con el poder definitivo de la franquicia en las dos últimas temporadas, ha perjudicado en exceso a una entidad que ha conseguido encontrar la constancia en la desgracia. Primero cayó Mike Budenholzer, luego se contrató a un Adrian Griffin al que se echó por obra y gracia de la estrella griega y por el camino Terry Stotts llegaba para irse porque algo tendría que ver. Doc Rivers fue el que se quedó ahí sin que nadie lo entendiera para seguir aumentando su fama de cuestionado y mal entrenador, algo en lo que se ha consolidado a pesar de su reputación de buen tío (que lo será). Los Bucks empezaron 1-6 y 2-8, pero han espabilado: Giannis (que renovó en medio de tanta decisión polémica) se ha dedicado a jugar al baloncesto y endereza la mala opinión que habría sobre él con un esfuerzo sobrehumano. Los Bucks, 14-11, ya van sextos de la Conferencia Este con su estrella en un momento de forma espectacular. Y promedia 32,7 puntos, 11,5 rebotes y más de 6 asistencias por duelo. En el peor momento ha aparecido el mejor Antetokounmpo. Ese que en lugar de tomar decisiones entre bambalinas se ha dedicado a jugar al baloncesto. Que es, al final, lo que mejor sabe hacer.
Sin Holmgren, Giannis tendrá la oportunidad de pulular por la zona, pero habrá muchos jugadores para complicarle la situación, Luguentz Dort a la cabeza. Damian Lillard sufrirá en ambos lados de la pista ante Shai, pero su participación será esencial para inclinar la balanza, al igual que la de Bobby Portis o ciertos ramalazos del ya envejecido Brook Lopez. Al final, los Bucks tirarán de individualidades y los Thunder de su habitual juego colectivo, la corrosión del organigrama defensivo y el talento infinito de un Shai enormérrimo. Más allá de eso, Darvin Ham sigue invicto en la Copa NBA (13-0) que conquistó el año pasado, al igual que un Taurean Prince que llegó a los Bucks este verano junto al asistente. Una fina ironía si tenemos en cuenta que el entrenador y el alero fueron de los máximos vilipendiados de los Lakers la temporada pasada. Una casualidad que vale lo mismo que las demás: nada. Al final, todo se decidirá en un partido único cuya final ha vendido entradas por apenas 79 dólares después de que en las semifinales del Este lo hicieran a 29 y las del Oeste a 39. Desde luego, el torneo no es lo que se dice un éxito. Pero el ganador lo celebrará como si lo fuera. Igual que la NBA. Así son las cosas.
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