Los Lakers ponen el despertador a tiempo

Después de su petardazo en Los Ángeles contra los Spurs (sin Wembanyama), en cuartos de final de la NBA Cup, los Lakers empezaron un extraño tramo de cuatro partidos fuera (Suns-Jazz-Clippers-Suns) con una victoria fea, pero victoria, en Phoenix, donde volverán a jugar el próximo martes, después de visitar mañana a un vecino en plena crisis de identidad, y donde los ultra físicos Suns de Jordan Ott rascan a base de bien y Dillon Brooks estará esperando a LeBron James con su chistera llena de truquitos raros. Es una gira extraña porque regresan a casa, a L.A., después de cada partido, todos en radio cercano de acción. Lo siguiente, después, será (debería ser) un tramo importante para apilar victorias: cinco partidos seguidos en casa que empezarán con una cita de primer rango, en Navidad y contra los Rockets. Mucho más que, tal vez, uno de los últimos LeBron James-Kevin Durant en una cancha de la NBA. Un duelo de verdad, de los que permitirán medir dónde están estos Lakers que ganan mucho pero a los que cuesta ver en el primerísimo rango de aspirantes al título. El partido en Salt Lake City volvió a seguir ese guion: ganaron (135-143) porque ganan mucho (ahora 19-7, terceros del Oeste en empate con los Spurs y a un partido de los Nuggets, segundos) pero durante muchos, demasiados, minutos volvieron a no parecer, precisamente, aspirantes al anillo.

Siguen pasando los partidos y sigue siendo casi misión imposible ver la rotación completa de los Lakers, la principal de seis o siete jugadores. Ahora, siguen sin Austin Reaves y en SLC tampoco jugó Deandre Ayton. Dos titulares fuera contra un rival, porque esta cantinela es compartida por casi todos los equipos, también con su cuota de problemas: su gran estrella, Lauri Markkanen, no jugó. Así que finalmente pesó más esa ausencia, y la avalancha visitante cuando (hay que reconocerlo) de verdad llegó en el último cuarto. Después de ir casi todo el partido a remolque, y de más de dos cuartos de una actividad defensiva que preocupante, de hecho abochornante, los Lakers se remangaron en el último cuarto y convirtieron en siete minutos un 108-104 en un 119-131. Desde ahí, abrocharon la victoria con autoridad (final) pero sin presumir demasiado. Si JJ Redick se queja amargamente de la defensa, esta primera parte (78-73) le provocará pesadillas de regreso a California. Ninguna capacidad para contener a los manejadores exteriores, pésimas rotaciones que convirtieron el partido en una sucesión de triples liberados de los Jazz y poca actividad en el rebote. En la segunda parte, poco a poco, los Lakers cambiaron la justo para que se impusiera, finalmente, su potencia ofensiva y la jerarquía de sus estrellas. Pero durante muchos minutos, otra vez, no parecieron un equipo con el físico y la disposición defensiva para hacer cosas grandes en primavera. Y el Oeste, este año, no lo ganará nadie que no sea capaz de hacerlas.

Finalmente, Luka Doncic

Hubo un momento en el que el duelo de triples estaba en 13/21 para los Jazz (acabaron 18/37) y 6/23 para los Lakers. Los locales, además, fueron a la línea de tiros libres 47 veces (fallaron mucho: 31/47). Nadie había lanzado tanto desde la personal contra los Lakers esta temporada, y esos 16 fallos igualan el tope en el curso, de cualquier equipo en cualquier partido. Además, sin Markkanen, los jóvenes de los Jazz, un equipo en reconstrucción ya larga que seguramente (10-16 ahora) mirará otra vez (sin tapujos) al draft y no al play in en unas pocas semanas, aprovecharon la ocasión: Isaiah Collier (18 puntos, 13 asistencias) y Ace Bailey (19) se animaron cuando comprobaron lo poco que mordía la defensa rival. Keyonte George anotó 34 puntos y repartió 8 asistencias pero es que la suya sí está siendo una temporada plena, de explosión. Con Markkanen en pista o sin él. Ya uno de los líderes de un equipo muy bien entrenador por Will Hardy y que veremos cuánto tarda en dejar de estar en ninguna parte, en tierra de nadie.

Los Lakers acabaron ganando bien. Que ya es algo. Y, contradicciones al margen, ese 19-7 es un excelente balance de victorias con, además, un 12-3 fuera de casa. Y un 8-2 desde que regresó LeBron James. Con él y Doncic en pista, los angelinos llevan un ritmo de más de un 77% de victorias (por el 73% real). Y nunca es fácil hacer el trabajo fuera de casa y sin dos titulares. Así que habrá que dar por bueno ese esfuerzo final y habrá que destacar el trabajo desde la segunda unidad de Jarred Vanderbilt (recuperado para la causa después de semanas de nevera), Maxi Kleber y Jake LaRavia. Y los triples en el último cuarto de Marcus Smart (5/9 total, 17 puntos). Suficiente para acompañar a las súper estrellas: LeBron, que va cogiendo ritmo después de su larga ausencia, acabó con 28 puntos, 7 rebotes y 10 asistencias. Y Luka Doncic, con un monstruoso 45+14+11 y 5 robos. Entre lo dos, 24 asistencias y solo 3 pérdidas, quizá el mejor dato de todo el partido para un equipo muchas veces inestable en ese apartado.

Doncic (14 puntos en el primer cuarto, 25 y 8 asistencias al descanso) contuvo la hemorragia en la primera parte y apareció cuando había que decidir, incluido un triple desde el logo para el 119-131 que sonó (lo fue) a definitivo aunque quedaban cuatro minutos. En su décimo triple-doble de al menos 40 puntos en la NBA. Solo tienen más Russell Westbrook (13), James Harden (17) y Oscar Robertson (22). En los Lakers, solo habían logrado uno Jerry West, Magic Johnson y un Elgin Baylor que era el único hasta ahora, hasta Doncic, con el 45 en esa casilla. Si se busca en toda la liga un 45+10+10 o más con al menos 5 robos, es solo el segundo desde que (1973) se contabilizan los robos oficialmente. El otro lo logró Cade Cunningham hace poco más de un mes. Fue, en definitiva, otra noche excepcional para el esloveno y otra victoria para los Lakers. Que mientras deciden qué son y qué no y mientras peinan el mercado invernal, van sumando victorias, se mantienen firmes en esa pelea que hay en el Oeste por detrás de los Thunder, un cometa inalcanzable, y demuestran que es tan cierto que se puede dudar de su techo como ridículo cuestionar que su suelo es muy alto. Y con eso ya se hace mucho camino, al menos en regular season.

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