El ridículo tras la historia de los Celtics

La historia reciente de estos Celtics está escrita con hielo y fuego, un Juego de Tronos muy particular en el que no hay ni olvido ni perdón. Especialmente porque ellos no han querido. Una franquicia icónica, de esas que creó la NBA en sus albores, que ha escrito las narrativas más increíbles de siempre y que cuenta con 17 anillos en sus vitrinas, es también la que ha conseguido tan solo uno desde 1986, una crisis pantagruélica para una entidad de semejante calibre, cimentada en errores y horrores que se salvaron con el título de 2008, un proyecto que envejeció muy deprisa, y que ha dado lugar a otro de un claro denominador común: el de los errores al final, los bajones en el momento de la verdad. Los desastres cuando más se necesitaba el milagro y la ausencia de milagro cuando era lo único que se reclamaba. Es lo que arrastra este proyecto de los Celtics, que busca un anillo esquivo que nunca ha ganado. Y eso, claro, tiene un motivo. Y es muy claro.

Los verdes fallaron estrepitosamente apenas unas horas después de llevarse de forma increíble uno de los mejores partidos de la temporada, ante los Timberwolves, en la prórroga y con el rugido del Garden incluido. Ahora, pesan más las bajas que arrastraron de los líderes de la Conferencia Oeste (Rudy Gobert, Mike Conley...) que el propio mérito de unos Celtics que parecieron hacer mucho ante sus entonces rivales, pero se han hundido en el olvido ante los Bucks (135-102), verdugos por abrasión y una superioridad insultante, labrada de principio a fin, sin paliativos ni ningún tipo de compasión. Empezaron el partido 0-5, 2-8 y 12-19 algunos minutos después. Del 23-31, una pájara que podía ser lógica, se pasó a un 23-41 que era ya otra cosa. La ventaja de los Bucks llegó de ser de 43 puntos. Los Celtics no fueron por delante en el marcador en ningún momento. El desastre fue maquiavélico, espantoso, ridículo. Y todas las buenas sensaciones mostradas hace no mucho, quedaron sepultadas bajo un mar de dudas que demostraron que el anillo está tan cerca como lejos. Según, al final, cómo se levante un equipo capaz de lo peor y de lo mejor. Y depender de eso es complicado.

El equipo de Adrian Griffin lanzó por encima del 56% en tiros de campo y rozó el 43% en triples. Apabulló con una superioridad aplastante a los Celtics en el rebote (54-31) y repartió 34 asistencias por 22 de sus rivales. Joe Mazzulla ni se molestó en meter a los titulares tras el descanso, en el que los suyos caían por 75-38. No era necesaria la penitencia, o quizá la penitencia era que no saltaran a la pista. Tatum, que se fue a 45 puntos ante los Wolves, apenas sumó 7 en menos de 16 minutos. Brown, con 10 (35 en el choque anterior), se fue a 18. Hasta 13 jugadores de la rotación de los Celtics entraron a pista, con Brown siendo el único titular que llegó a los dobles dígitos en anotación. Payton Pritchard, con 21 tantos, 4 rebotes y 4 asistencias, fue el mejor de su equipo. Y, aun con eso, se quedó en 2 de 9 en triples y su equipo en un -13 con él en pista. De donde no hay, no se puede sacar. Y los Celtics, que siguen líderes del Este con margen de sobra, tienen que preocuparse mucho más por las sensaciones mostradas que por la clasificación, que puede ser una realidad o un canto de esperanza al vacío.

En los Bucks, claro, todo funcionó. Físico, garra, rebote y transición. Empeñados en demostrar que no echaban de menos a Jrue Holiday (que cambió Bucks por Celtics este verano), fueron un martillo pilón imparable. Giannis Antetokounmpo se fue a 24 puntos, 12 rebotes y 6 asistencias, mientras que Lillard, que regresó a la rotación (0-3 sin él) llegó a los 21. Los 15 de Brook Lopez y los 16 de Malik Beasley dieron mucha vida e hicieron olvidar el irregular partido de Khris Middleton (5 tantos). Pero el que se salió fue Bobby Portis, el alma de un equipo con merecidas ínfulas de campeón, precisamente porque ya lo ha sido: 28 puntos, 12 rebotes y una serie de lanzamiento espectacular, con 11 de 18 en tiros de campo y 5 de 6 en triples. Un hombre que ahogó a sus rivales por una cuestión de voluntad y actitud, de ganas y esfuerzo. De lo que les faltó a unos Celtics inertes, capaces de grandes actuaciones pero pésimas desgracias. Con un techo desconocido y un suelo verdaderamente bajo. Los Bucks sonríen satisfechos, infringiendo una paliza tremenda a sus principales rivales. Y los Celtics se van derechos al rincón de pensar. Y rápido. Que la NBA no espera a nadie. Y ellos lo saben. Mejor que nadie.

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