NEW ORLEANS PELICANS

El galimatías de Zion Williamson

Los últimos rumores apuntan a que su vuelta no está próxima y podría no jugar más esta temporada. Con 22 años, su historial de lesiones es desastroso. La estrella, muda.

A finales de diciembre de 2022, las cosas eran muy distintas para los Pelicans: con récord positivo, eran uno de los pocos equipos en demostrar cierta regularidad en la Conferencia Oeste, que llegaron a liderar, junto a Nuggets y Grizzlies. Y su estrella, Zion Williamson, promediaba 26 puntos, 7 rebotes y 4,6 asistencias. Todo eran sonrisas hasta que el 2 de enero, el jugador franquicia disputó su último partido de la temporada. Y parece que realmente es el último, ya que las últimas informaciones, filtradas por Brian Windhorst (ESPN) indican que hay muchas posibilidades de que el ansiado regreso no se vaya a dar. Un auténtico desastre si tenemos en cuenta que el 1 de julio le renovaron por 231 millones de dólares en cinco temporadas, que está llamado a ser la cara de un mercado pequeño y que lo habían apostado todo a rodearle de buenos complementos. Para, al final, quedarse sin nada.

No es la primera vez que vemos a Zion en una situación como esta. Número 1 del draft de 2019, disputó 24 partidos en su primera temporada, 61 en la segunda, la única en la que contó con alguna regularidad; ninguno en la tercera y 29 en esta, la cuarta, en la que es posible que no vuelva de nuevo. Si eso se cumple, habrá disputado solo 114 encuentros de 308 posibles. Apenas un 37%, una cifra paupérrima para un jugador que apenas cuenta, recordemos, con 22 años, y que cumplirá 23 el próximo 6 de julio con la merecida fama de hombre de cristal, un baloncestista para el que las lesiones son el pan de cada día y no un mero condicionante. Una estrella que ha sumado este año una segunda selección para un All Star que no ha podido disputar y que tiene un talento innegable, pero ningún tipo de continuidad en pista. Y que tiene a su entidad esperando un regreso que nunca llega y a sus compañeros intentando encontrar un encaje concreto dentro de un sistema que contaba inicialmente con él, pero que se ha quedado sin su presencia.

En la Universidad de Duke, donde Zion se dio a conocer al mundo, ya tuvimos el primer episodio de una lesión que preocupaba: fue un esguince de rodilla en un partido ante North Carolina, nada más empezar, que provocó que su valor bursátil en Nike, marca con la que ya tenía contrato, bajara 1.100 millones de dólares en el mercado en apenas 24 horas. Más allá de las consabidas críticas a la NCAA por no pagar jugadores, fueron varias las voces que le pidieron a Zion que no jugara más esa temporada, ya que el número 1 del draft estaba asegurado. La estrella hizo caso y fue elegido por los Pelicans; 24 partidos le permitieron entrar en el Mejor Quinteto de Rookies en su primera temporada y la segunda, llena de continuidad, le elevaron a la categoría de All Star con Stan Van Gundy sacando lo mejor del jugador y lo peor del equipo. Fueron 27 puntos y más de 7 rebotes de promedio. La esperanza tornada en mero espejismo.

Así se tiraron los Pelicans el año pasado, esperando a un jugador que no decía nada, una estrella muda que solo filtraba a través de su entorno que quería estar en un mercado más grande (ya se sabe: Los Ángeles, Nueva York...). El equipo, sin su vuelta ya confirmada, fichó a CJ McCollum, se volcó en su joven entrenador, Willie Green, y alcanzó playoffs por primera vez desde la época de Anthony Davis. Renovaron a Zion, con una fractura de pie que se alargó toda la temporada y que fue el enésimo capítulo de los problemas que arrastra en el tren inferior de su cuerpo. Este era su año y así lo pareció a inicios de curso, con el ala-pívot en sintonía con su compañero, tiempo de bote, minutos de center y el buen rollo en la boca de todo el mundo. Pero igual que llegó, todo se fue. Y Zion volvió a caer.

El cuento de nunca acabar

Es difícil esperar algo de Zion más allá de lo que ya sabemos. Los Pelicans van décimos de la Conferencia Oeste (33-36) después de haber llegado a ir primeros, algo tan asombroso como preocupante. Se pueden quedar fuera incluso del play-in, un paso atrás claro y rotundo tras el éxito cosechado el pasado curso. Y todo con el silencio supremo de la estrella, de la que no hemos sabido nada hasta el mes de marzo, con apenas una quincena de partidos para que finalice la temporada regular y se confirme otro año prácticamente en blanco de un jugador que siempre muestra cualidades cuando está en pista, pero es absolutamente incapaz de mantenerse sano, de ser regular, constante. De generar algún tipo de seguridad a cualquiera, profesional o aficionado, respecto a la continuidad. De no lesionarse. Que es, en última instancia, lo que siempre le acaba ocurriendo.

La situación contractual de Zion deja atada a la franquicia de pies y manos, especialmente si se pasa tanto tiempo lesionado. Atado hasta 2028, sus problemas constantes de salud impiden ciertos movimientos para hacer al equipo competitivo, teniendo además en cuenta que el equipo quería ser competitivo con él. McCollum tiene contrato hasta 2026, cuando percibirá los 133 millones totales, pero es una pieza que empezará a perder valor en el mercado a medida que vaya pasando su edad, que llegará a los casi 35 años cuando acabe el contrato. Brandon Ingram (también lesionado) tiene más de 100 millones pendientes y es una potencial estrella que nunca termina de explotar y que juega mejor con o sin Zion: su unión con los Pelicans está firmada hasta 2025. Entre esos dos jugadores y Zion hay más de 400 millones en contratos. Es decir: poca capacidad de movimiento. Poco margen para hacer traspasos y piezas que van a ser difíciles de traspasar si esos son los deseos de la franquicia.

El resto son contratos relativamente pequeños y fáciles de mover, pero sin los que se vaya a percibir lo suficiente como para convertir la plantilla en competitiva teniendo en cuenta, una vez más, la eterna situación de Zion. Jonas Valanciunas es un diamante en bruto, un jugador extremadamente útil que cobrará 30 millones (hasta 2024) y que ha dejado sin puesto en esaposición a Willy Hernangómez y Jaxon Hayes, que no son del gusto de Willie Green. Y el resto, contratos pequeños: José Alvarado (el favorito de la afición), Larry Nance (el otro que juega de pívot, 31 millones hasta 2025), Josh Richardson (agente libre en verano tras llegar en el mercado de febrero procedente de los Spurs), Kira Lewis, Trey Murphy... Muchas piezas, pero poco margen. Principalmente, otra vez, por Zion Williamson.

¿Y si los Pelicans traspasan a Zion? La pregunta del millón, con la que ya se rumoreó el verano pasado, antes de que llegara la millonaria renovación. Es la otra jugada, la otra opción, la posible posibilidad... que, en realidad, es casi imposible. Principalmente, porque es muy difícil que ninguna franquicia apueste por un hombre que gana tanto dinero y juega tan pocos partidos, genera una inseguridad muy grande y tiene, además, un carácter muy peculiar, poco compromiso con su físico y sus problemas de peso y escasos cuidados de salud para evitar precisamente que ese tren inferior que tantos problemas le da sea permanentemente perjudicado. Una estrella cuestionada, rota, siempre lesionada. Un baloncestista que genera toneladas de incertidumbre. Eso es Zion Williamson: todo un galimatías.