NBA

Algo va a pasar en Phoenix Suns

Nueve derrotas en once partidos, fuera de play in y con sensaciones cada vez peores: el tiempo se agota para un proyecto ultra ambicioso.

Los acordes de “Feliz Navidad” resonaban en un Footprint Center que se vaciaba a toda velocidad mientras Luka Doncic remataba otra obra de arte contra los Suns, uno de sus rivales fetiche desde aquella eliminatoria de playoffs de 2022 (semifinales del Oeste) en la que Devin Booker, que venía de jugar (y perder) las Finales de 2021, se sintió lo suficientemente cómodo como para dejar un par de recados al esloveno antes de la catástrofe final. Los Suns, que no habían amarrado una ventaja de 2-0 contra los Bucks y habían dejado escapar el primer título de su historia cuando tan a tiro lo habían tenido, volvieron a perder una ventaja que parecía suficiente: 2-0 y 3-2 con el hipotético séptimo partido en casa.

Los Mavs remontaron e hicieron un agujero descomunal en un proyecto de los Suns que, ahora resulta obvio, murió allí: 90-123 después de un primer tiempo en el que Doncic anotó 27 puntos… los mismos que todo el equipo de Arizona (27-57). Nadie debería perder así un séptimo partido de eliminación en su cancha. Y menos un equipo que venía de jugar las Finales y de embolsar 64 victorias en regular season, ocho más que el segundo mejor (Memphis Grizzlies). Con la cuenta atrás obvia que suponía la edad de Chris Paul (36 años en aquellas temporada) y todo lo que estaba pasando en la franquicia, aquellas oportunidades perdidas de 2021 y 2022 fueron los clavos en el ataúd de un tramo marcado por, entre otras cosas, la elección con el número 1 del draft de 2018 de Deandre Ayton (estrella en la Universidad de Arizona: factor local) por delante de, sobre todo, Luka Doncic.

Todo lo que estaba pasando en la franquicia: una investigación larga y llena de detalles horrendos acabó, con multa de 10 millones de dólares y suspensión de un año como puente, con el propietario Robert Sarver saliendo de la NBA por la puerta de atrás. El clima de toxicidad laboral, acoso y abusos que se había instalado bajo su mandato lo propulsó hacia la salida de emergencia… con los bolsillos llenos. Sarver había comprado los Suns en 2001 por 401 millones. La venta se aprobó en diciembre y se ejecutó en febrero. Incluía a Phoenix Mercury, la franquicia WNBA de Phoenix, y un precio basado en una valoración de 4.000 millones. El comprador fue Matt Ishbia, un triunfador de 43 años que se ha hecho de oro con United Wholesome Morgage, el gran imperio de las hipotecas en Estados Unidos.

Nueva era con euforia... y mucha prisa

Esto es crucial: un nuevo propietario suele implicar un nuevo estilo y el impulso no siempre sensato de imprimir un nuevo sello. Esto, que siempre ha sido así, se ha multiplicado de forma exponencial con la llegada a la NBA de este nuevo tipo de millonarios: más agresivos, más jóvenes, más vocales en su proactividad empresarial. Pon el dinero, que este seguirá la pista del éxito”; esa es (la traducción es un poco libre) la máxima de Ishbia, que como jugador (de relleno) ganó el título universitario en 2000, con Michigan State. No hizo carrera en las pistas, pero el baloncesto abandonó su mente.

Sarver se ganó, antes de que se destapara su pésima calidad como gestor humano, fama de tacaño, uno de esos propietarios con alergia al impuesto de lujo. Durante sus casi dos décadas al frente, los Suns operaron para esquivarlo y no acumularon más de 14 millones en gasto extra total. Solo esta temporada, esa cantidad salta hasta los 56 millones, y los Suns (188,9 millones en salarios más el extra del impuesto) tienen una de las cuatro plantillas más caras de la NBA, en la línea de los Bucks y solo por detrás de esas dos barbaridades llamadas Warriors (cerca de los 400 millones) y Clippers (más de 318).

Es el estilo Ishbia: ir a por ello, poner el dinero donde ha puesto las palabras, cambiarlo todo. En estos meses ha anunciado que busca pequeños inversores para cambiar el formato de la franquicia, ha hecho oficial una inversión de 100 millones para que las Mercury tengan sus propias instalaciones de entrenamiento y ha roto con el viejo modelo de cable para buscar una explotación nueva de los partidos de los Suns en el área de Arizona. Y, cómo no, ha dejado claro que lo quiere todo y lo quiere ya alentando y aceptando los traspasos por Kevin Durant (nada más llegar) y Bradley Beal (en verano). Un all in que se atrevió con tres contratos de 47,6 (Durant), 46,7 (Beal) y 36 millones (Booker), Este último, el del único que queda de aquella derrota de 2022 contra los Mavs. Ahora, en la NBA, un año y medio es un mundo. Y más con los cambios que trae el nuevo convenio, pensado para asustar a los gastadores y limitar las opciones de los súper equipos. Los Suns optaron por lanzar su órdago antes de que entraran del todo en vigor las nuevas restricciones, hacer operaciones que no habrían podido concretar después… e ir desde ahí cruzando cada puente según vayan llegando a cada río. Día a día, con la presión que implica la amenaza de un futuro en nueve cifras de impuesto de lujo.

Hay que tener esto en cuenta para entender que este es un proyecto pensado para el cortísimo plazo, con unas cuentas que solo se sostienen ganando mucho y un nuevo poder que parece más dispuesto a apretar gatillos que a meterse las manos en los bolsillos y tener paciencia. Los Suns, forjados para ser un súper aspirante (a priori, sí, solo a priori) perdieron en el escaparate del 25-D y cayeron por debajo del 50% de victorias (14-15), nueve derrotas en once partidos y fuera incluso de la zona de play in. Y las sensaciones son todavía peores que esos números. La defensa, en teoría la especialidad de Frank Vogel, el entrenador recién llegado que fue campeón con los Lakers en 2020, es atroz por pura falta de especialistas en básicamente todas las franjas de la pista. El ataque es raquítico, con métricas penosas en cuanto Durant y Booker no están a pleno rendimiento. Porque Beal ni siquiera está: solo ha participado en seis partidos, sin enseñar nada del otro mundo, y solo ha compartido pista con KD y Booker durant 24 minutos, esparcidos en un partido (perdido) y un poquito de otro. Nada más.

El de Navidad fue el séptimo partido en el que pierden un último cuarto por diez o más puntos. En los siete habían llegado por delante a ese último parcial y seis terminaron con derrota. Su calendario ha sido el segundo más fácil (por proyección) hasta ahora de toda la NBA, y lo que aparece en el horizonte es el tercero más complicado. Un veterano como Eric Gordon ya se ha quejado, un ilustre dentro de esa reunión de contratos mínimos (él, Lee, Bates-Diop, Metu, Watanabe, Bol, Eubanks…) que completan una plantilla que debería estar al servicio en mínimos de un big three en máximos. No está siendo así, y Adrian Wojnarowski ya ha contado en ESPN que Kevin Durant se está mosqueando: “Si hablas con gente de los Suns, de la que está dentro de la organización, ya notan la frustración de Durant. En parte, claro, por los partidos que se ha perdido Beal. El equipo estaba construido a partir de sus tres estrellas. Y está la certeza de que no hay assets, piezas con las que moverse en el mercado. Esto es algo que hay que manejar desde dentro con Kevin, porque ya se ha visto antes lo que pasa con él. Es un recordatorio de lo estrecha que es la ventana de este equipo. Por cómo está construido tiene que ganar a lo grande y rápido”.

Assets: los Suns, que por el camino perdieron a jugadores como Mikal Bridges y Cam Johnson, se pusieron la soga al cuello salarial para algo más que ser undécimos del Oeste, claro. No hay margen, con contratos que son o gigantescos o mínimos, para hacer nada relevante en el mercado invernal; y el capital de draft se escapó en la persecución de las nuevas estrellas. Tienen cinco segundas rondas de otros (dos con protección 31-54) en los próximos cinco años. Sus segundas propias son de Washington hasta 2030, las primeras una mezcla de traspasadas a los Nets o condicionadas a posibles intercambios que las manden a Washington si ese es el deseo de los Wizards. Todo esto, claro, no debería ser un asunto apremiante antes de Año Nuevo. Porque el equipo debería estar pensando en ser campeón, no en cómo demonios se podría reconstruir, porque asoma el cataclismo, semejante laberinto deportivo.

Durant, después de esta sacudida mediática, jugó uno de sus peores partidos del curso (16 puntos, solo cuatro canastas en juego) contra los Mavs. Poco conectado en el último cuarto, cuando se sobrevino el desastre. Booker (seis canastas, 20 puntos) acaparó más presencia en redes por su bronca a Metu que por sus acciones a los mandos de un equipo ahora mismo descompuesto. El escolta (27 años) tiene que demostrar qué tipo de líder es. El alero (35), que todavía puede hacer (mucho) mejores a sus compañeros, no solo producir un buen montón de puntos casi cada noche. Y, claro, también que puede mantenerse apegado emocionalmente a un proyecto en el que empieza a haber similitudes con la debacle que fueron aquellos Nets suicidas en los que acabó jugando solo 16 partidos con Kyrie Irving y James Harden.

Desde que se fue de los Warriors en 2019, Durant no ha ganado 50 partidos en una fase regular y no ha jugado una final de Conferencia. Sigue pareciendo un jugador obviamente excepcional pero en tránsito, en busca de algo que no parece saber ni él mismo qué es. Un amago de desafección por su parte puede provocar movimientos sísmicos de primera magnitud en un equipo que no está ahora mismo ni para el más mínimo vaivén. Que no parece capacitado para grandes cosas ni aunque Beal tenga continuidad y juegue en algo parecido a su nivel all star. Y en el que cada vez parece más claro que Vogel será el primero en pagar el pato. Porque algo tiene que cambiar: este equipo se construyó para presumir de ambición suicida, no para lamentarse por haberse arrojado a ella.

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