EuroBasket 2025

“Mi nombre es Dennis Schröder”

El base, que jugará en su décimo equipo en la NBA, ya tiene rango de leyenda en el baloncesto europeo de selecciones: campeón y MVP en el Mundial 2023 y en este Eurobasket .

TOMS KALNINS
Nació en Haro (La Rioja) en 1978. Se licenció en periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca. En 2006 llegó a AS a través de AS.com. Por entonces el baloncesto, sobre todo la NBA, ya era su gran pasión y pasó a trabajar en esta área en 2014. Poco después se convirtió en jefe de sección y en 2023 pasó a ser redactor jefe.
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Dennis Schröder (que precisamente hoy ha cumplido 32 años), dijo en agosto que estaba seguro de que esta nueva Alemania, con el español Álex Mumbrú a los mandos tras la salida del carismático Gordon Herbert, iba a ganar el Eurobasket 2025. Porque no le gusta perder el tiempo; así que, si no lo tuviera claro, se quedaría descansando con su mujer y sus tres hijos en su casa de Braunschweig, la ciudad de la Baja Sajonia en la que nació, creció y debutó como profesional en un equipo del que ahora es dueño. Donde su gran pasión fue el skateboard hasta que la muerte de su padre, cuando él tenía 16 años, le hizo ponerse en serio con el baloncesto: “Era el que más me apoyaba. En todos los entrenamientos, los partidos, hablábamos todo el rato de baloncesto y siempre me decía que era algo con lo que yo podría ganarme la vida. Que podría sacar adelante a mi familia gracias a este deporte”.

Su padre había sido un jugador alemán de rango menor que tuvo que mudarse a las canchas de Gambia, donde conoció a la madre de un Dennis Schröder que fijó la mirada en la NBA y en dejar atrás los prejuicios que siempre la habían acompañado, un niño negro de madre gambiana en el norte de Alemania. Y que todavía no consigue despegarse del todo. En este mismo Eurobasket recibió insultos racistas en Tampere, la sede finlandesa, durante el partido contra Lituania: “¿Sonidos de mono? Eso no se puede tolerar. Ojalá la gente que los hace tuviera el valor de hacérmelo fuera del pabellón. Porque ahí, lo juro sobre la tumba de mi padre, tendrían que afrontar unas consecuencias de las que se libran dentro de los pabellones”.

Todo eso -las miradas, los insultos, las suspicacias- viajaba con él cuando, la culminación de un viaje fascinante, fue abanderado de Alemania en París 2024 junto a la judoka Anna-Maria Wagner. Como Dirk Nowitzki, el ídolo de cualquier alemán con un mínimo interés por el baloncesto: “Con catorce años vi a Dirk llevar la bandera de Alemanía en Pekín 2008 y pensé que no podía haber un honor más grande que eso. Así que cuando lo logré fue un orgullo enorme, aunque para mí en Alemania las cosas nunca serán como para él. Nunca recibiré el mismo cariño porque mi piel es mucho más oscura. Dirk cambió el baloncesto para todos los que ahora estamos en la selección. Yo solo soy Dennis Schröder. Él hizo que quisiéramos jugar con Alemania, llevar la camiseta de este país. Mi nombre es Dennis Schröder, ese es mi legado y lo demás no me importa, solo ayudar a mis compañeros a competir y ganar medallas”.

Con 32 años, está por delante de la generación de Nikola Jokic y Giannis Antetokounmpo (los dos tienen 30), no digamos de Luka Doncic (26) y los que dan zancadas por detrás hacia el megaestrellato en el baloncesto europeo: Alperen Sengun (23), su compatriota Franz Wagner (24) y desde luego Victor Wembanyama (21), el alienígena francés cuya ausencia por problemas físicos cambió la geometría de un Eurobasket del que Schröder, un base eléctrico cuya verdadera seña de identidad es una competitividad salvaje, innegociable, sale como campeón, MVP e integrante del Mejor Quinteto. Ha promediado 20,3 puntos, 3,4 rebotes, 7,2 asistencias y 20 créditos de valoración. Ha batido el récord de asistencias en una semifinal y una final (era de Lorenzo Brown, con España en 2022: once) de un Eurobasket (doce en cada partido), fue el mejor en la semi contra Finlandia y escapó de la trampa defensiva de Turquía que le amargó durante más de media final para asomar cuando Franz Wagner naufragaba, en la segunda parte. Con su mezcla de bote eléctrico, determinación fría y energía muy caliente, anotó los seis últimos puntos del partido (del 83-82 al 83-88) y decidió el título.

En un partido con Wagner (que juega en la NBA con un contrato de 224 millones de dólares por cinco años) y el all star Sengun (185x5), con el campeonato en juego, él fue el encargado de abrochar el oro. En un torneo con Jokic, Giannis, Doncic, Markkanen, y en el que Sengun se ha elevado prácticamente ya al escalón de estos en el baloncesto de selecciones, él ha acabado siendo un protagonista insistente, inevitable. Una estrella entre estrellas que personifica esta era dorada del baloncesto alemán. Debutó con la selección en 2014 y jugó su primer gran torneo hace una década, en un Eurobasket 2015 en el que Alemania, que jugaba en Berlín, ni superó la fase de grupos. De ahí al bronce en 2022, tras la maldita semifinal contra España en la que se estrelló contra la tenaza de Alberto Díaz y la zonas cambiantes de Scariolo, el oro mundial en 2023 (con MVP y presencia en el Mejor Quinteto), el cuarto puesto en París 2024 (Mejor Quinteto) y esta nueva demostración de baloncesto y voluntad de 2025.

En una lista de absoluta leyenda

Alemania es, desde hoy, vigente campeona del mundo y de Europa, dos torneos que ha ganado sin una sola derrota. Es un equipo, por lo tanto, ya histórico (solo las antiguas Unión Soviética y Yugoslavia y la última España de 2019 y 2022 habían sostenido ambos títulos a la vez) en el que Schröder, pese a la jerarquía monumental de Wagner, acaba siendo el verdadero referente. El que se juega los tiros decisivos, el que asume sin miedo las responsabilidades que abrasan y el que sale, finalmente, en las fotos de los MVP. Acaba de entrar en la lista de los que tienen los premios de Mejor Jugador de un Mundial y un Eurobasket. Antes de él, corta la respiración, Sergei Belov, Drazen Dalipagic, Drazen Petrovic, Toni Kukoc, Dirk Nowiztki y Pau Gasol. De ellos, solo Belov, Dalipagic y Kukoc lo consiguieron, como él ahora, en torneos consecutivos.

Su trayectoria en el baloncesto FIBA le debería garantizar ya un sitio en el Hall of Fame”, acaba de decir Tim Bontemps, uno de los principales analistas NBA de ESPN. Desde luego, su lugar en el tejido histórico del baloncesto europeo se ha redefinido completamente en estos últimos años, tiempos de una gran Alemania. Ahora, cerrado otro brillantísimo capítulo con su selección, regresa a una NBA en al que es un jugador curioso, un perfil casi a caballo entre el suplente premium y la estrella de segundo rango. Acaba de firmar un contrato de tres años y casi 45 millones de dólares con su nuevo equipo, Sacramento Kings, el décimo para él en la NBA. Solo otros 24 jugadores han llevado al menos diez camisetas en la gran Liga (el récord es del base Ish Smith, trece entre 2011 y 2024) y ningún jugador no estadounidense se había puesto tantas: Marco Belinelli lo dejó con nueve. Ha ganado ya, sin contar esos casi 45 que se ha garantizado este verano, más de 103 millones. A veces con contratos de jugador importante, otras con acuerdos mucho más pequeños que le han obligado a resetear y volver a ponerse a prueba. Una y otra vez.

Ha pasado para históricos como Warriors, Celtics y unos Lakers a los que llegó junto a Marc Gasol en 2020, cuando el equipo tenía que defender el título de la burbuja y quería revolucionar su juego de ataque en un curso que empezó muy bien y acabó muy mal. Y durante el que, una leyenda negra que le persiguió después, rechazó una extensión de 84 millones y cuatro años con los angelinos cuando todo iba sobre ruedas. Después, aclaró que lo que falló fue la comunicación con su agente porque a él no le habían educado para dejar “todo ese dinero encima de la mesa”. Su siguiente contrato fue, otra vez a resetearse, de menos de seis millones por una temporada con los Celtics.

Después de ser elegido Jugador Más Mejorado en Alemania con el Braunschweig, los Hawks le dieron el número 17 del draft de 2013. Así que esta será su decimotercera temporada en la NBA: por ahora casi 14 puntos y 5 asistencias de media en 842 partidos de fase regular, más de la mitad como titular en una competición en la que ha conocido todos los estados de ánimos, los estratos sociales. Ha sido un joven en descorche hacia un truncado techo de gran estrella; un aspirante a Mejor Sexto Hombre (acabó segundo en 2020), un meritorio de contrato mínimo, un secundario con rango de pieza importante en el engranaje de aspirantes al anillo...

Todo… y siete traspasos ya, algo que ha provocado (les sucede a muchos jugadores) un desgaste que, sin embargo, no le ha impedido perseverar: “Soy propietario de un equipo en Alemania, sé cómo van las cosas y sé que esto es un negocio. Y sé que cuando te traspasan tu salario no cambia, así que este es un problema menor. Pero el mercado de la NBA es como una versión moderna de la esclavitud. Es así, todo el mundo puede decidir dónde vas a ir, aunque tengas un contrato firmado en un sitio. Es verdad que a cambio ganamos mucho dinero, pero cualquier día te pueden decir que no vayas a trabajar, que te tienes que ir a otro sitio ese mismo día. Y eso debería cambiar un poco. Pueden traspasar a un jugador que acaba de llevar a su equipo a las Finales, como le pasó a Doncic después de cinco putos años seguidos en el Mejor Quinteto y de hacer que los Mavs ganaran mucho dinero. Si le pasa eso a alguien como él, nadie en la NBA se puede considerar a salvo. Vale en tus primeros años, pero a partir de un punto…”.

Ahora regresa a esa NBA, de brillantísimas luces y complejas sombras, con el impulso de otro verano extraordinario con Alemania y ese arrebatador rango de jugador de culto, que puede ser el mejor del partido siempre que pisa una pista (sobre todo en FIBA). Y con la ilusión, al fondo pero presente, de alargar su maravillosa trayectoria en el baloncesto de selecciones: el próximo verano no habrá torneo grande pero después (2027-2028) toca un ciclo de Mundial y Juegos al que llegará a punto de cumplir 34 años. Como siempre, con otras estrellas de las que se hablará mucho más pero con la certeza en todos los aficionados, eso se lo ha ganado a estas alturas, de que es mucho mejor no apostar contra él.

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