La caída a los infiernos de Harden
La estrella, que no para de perder luz, encadena cuatro equipos en tres años. Sus formas siguen siendo muy cuestionadas mientras que su nivel decae y los años pasan.
James Harden sigue sumando equipos y polémicas. Un triste crepúsculo para un jugador que es, seguro, uno de los mejores talentos ofensivos de la historia de la NBA. Un hombre que ha tonteado con un anillo ahora lejano, sumó en el pasado estadísticas imposibles y fue el capitán-general de su propio equipo. Poco queda de entonces: su traspaso a los Clippers quizá le acerque al título (habrá que verlo), pero sus formas son (no puede ser de otra manera) cada vez más cuestionadas. Es su cuarto equipo en menos de tres años, una racha inacabable que empezó cuando forzó su salida de los Rockets, entidad de la que fue la última gran cara y en la que se mantuvo casi una década (de 2012 a 2021). Desde entonces, su presencia ha sido efímera en los Nets y más que breve en Philadelphia, lugar en el que se reencontró con un Daryl Morey que, como genio de las matemáticas le convirtió desde los despachos en un referente que hoy dista mucho de serlo. Con el directivo ha acabado mal, igual que lo ha hecho con Joel Embiid, otra de las muchas estrellas con las que ha compartido equipo. Ni con ellas ni sin ellas, Harden ha visto cumplidos sus deseos. Ni ha alcanzado el título. Y lo peor de todo es que no parece importarle.
En 14 temporadas en la NBA (esta será la número 15) Harden ha compartido equipo con Kevin Durant, Russell Westbrook, Dwight Howard, Kyrie Irving o Joel Embiid. Ahora lo hará con Kawhi Leonard y Paul George, además de con Russ, con el que vivirá su tercera aventura tras empezar con él en los Thunder y reclamarlo (como a muchos antes y después) para Houston. También volvió a compartir vestuario con Durant, con el que formaba en Oklahoma un big-three que aspiraba a todo y se quedó en nada, cuando llegó a Brooklyn. Nada de esto parece haber convencido al jugador, que se ha convertido en un nómada muy problemático, cambiando de forma insistente de camiseta y causando estragos allá dónde va. Una situación que ya veremos si mejora en Los Ángeles, lugar en el que nació. Al fin y al cabo, lleva ese aura de incompatibilidad a una plantilla que ya la tiene, especialmente en una pista de baloncesto. Kawhi, George o Westbrook son claros ejemplos de ello. Cada uno por motivos distintos: falta de comunicación, mala comunicación, decisiones equivocadas, salidas de tono o problemas de compenetración en pista, además de problemas para asumir distintos roles.
Harden, que ha dicho maravillas de Embiid mientras demostraba justo lo contrario (tampoco es la primera vez que pasa), llega a un equipo en el que las dos principales estrellas se lesionan en demasía, con un Kawhi que apenas superó los 50 partidos el curso pasado y estuvo en el dique seco en el anterior. George se fue a 56, con 31 en la 2021-22. También caen rendidos a los problemas físicos en playoffs y la carencia de comunicación de ambos, especialmente de Kawhi y ese entorno que se hizo famoso con su figura y estalló en su salida de los Spurs, pero se ha mantenido sostenidamente presente. Ni siquiera a la vera de Gregg Popovich ni en el protegido esquema del que ha hecho gala casi siempre San Antonio se conformó Kawhi, otro hombre que ha forzado traspasos, que dio la espalda a los Raptors tras lograr el anillo y acabó en los Clippers para conquistar un anillo que nunca ha llegado: no dio la talla en la burbuja, se lesionó en la fase final del curso siguiente y también en la del año pasado. Lo mismo pasa con George, que también se reunió con Westbrook en California tras haber estado con él en los Thunder. Antes, en Indiana, pasó de héroe a villano. Y las cosas tampoco funcionaron en los Thunder. Carne de cañón y una nueva añadidura, la de un Harden que es un elemento desestabilizador siempre, pero más peligroso al juntarse con estrellas con las que tendrá que asumir un rol que seguro que no le gusta. Tampoco es que le guste ningún rol que no sea el que él quiere, todo hay que decirlo.
Ese será uno de los muchos problemas que Tyronn Lue y su infinita paciencia tendrán que resolver en los Clippers. Westbrook no sabe jugar sin balón, Kawhi y George sí, pero necesitan tenerlo de cuando en cuando en las manos, y Harden sólo rezuma felicidad cuando lo controla él. El ritmo frenético de Russ chocará también con la parsimonia de Harden, explotada en sus años en los Rockets pero que también tuvo ramalazos en Nets y Sixers, donde la monotonía se apoderaba del sistema y desesperaba a la afición, mientras impedía correr a sus compañeros. Tampoco está para más: con 34 años, el tiempo pasa para todo el mundo. Más para un Harden que no ha entrenado nada en verano y cuyos escarceos nocturnos son de sobra conocidos. Se le ve mucho en clubes de stripetease, sus desapariciones en los viajes en Conferencia rival son constantes y su poco compromiso con una ética de trabajo decente le ha lastrado demasiado en los últimos años. Y ya son unos cuantos: en 2012, tras la derrota de los Thunder ante los Heat, se le acusó de su abuso de la fiesta en Florida en plenas Finales. Sus promedios, de algo más de 12 puntos con un 31,8% en triples, fueron considerados nefastos. Y fue el chivo expiatorio de la derrota. Ha llovido mucho, pero todo sigue igual. O casi todo, ya que Harden mantiene los mismos vicios, pero no ha vuelto a pisar unas Finales.
Lo que pudo ser y no fue
Los condicionantes nunca sirven para nada (ha pasado lo que ha pasado, no lo que podría haber pasado), pero a veces son molestos. Es el caso de Harden, cuyo talento es innegable al igual que la desesperación que produce, esa que viene de lo que es, alguien que podría haber sido mucho más. Y el problema es la falta de interés en serlo: ha amasado una fortuna (más de 300 millones sólo en contratos) y ha anotado una salvajada de puntos (va camino de los 25.000 y si las lesiones le respetan este curso podría meterse en el top 20 histórico), además de coleccionar numerosos récords. Pero siempre nos quedaremos con la duda de hasta dónde podría haber podido llegar si sus entrenos se asemejaran a los de otras estrellas y sus salidas nocturnas se hubieran reducido considerablemente. Harden lo ha querido todo: mantener su nivel de vida, controlar los equipos a los que llegaba a su antojo, que nadie le dijera nada si llegaba pasado de peso a inicios de temporada, buscar nuevos destinos si le convenía y llevar el peso del ataque mientras ignoraba la defensa, un lugar de la pista en el que ha demostrado una indolencia que ha sido en ocasiones (las mejores) intermitente y en otras directamente inexistente.
Harden llegó a promediar 30,4 puntos, 5,4 rebotes y 8,8 asistencias en su temporada de MVP, ganó tres títulos consecutivos de Máximo Anotador, lleva dos de Máximo Asistente, es octavo de la lista de triples-dobles, promedió 36,4 tantos por noche en la 2018-19 (la mejor marca desde Michel Jordan en la 1986-87 y, claro, la más alta del siglo XXI) y es tercero histórico en triples, sólo superado por Ray Allen y, evidentemente, Stephen Curry. También ha participado 10 veces en el All-Star, todas de forma ininterrumpida hasta el curso pasado, logró el premio a Mejor Sexto Hombre, ha estado en el Mejor Quinteto en seis ocasiones y en una en el Tercer Mejor Quinteto. Campeón olímpico en 2012 y del mundo en 2014, su capacidad ofensiva es brutal, con un paso atrás (y con polémica de si comete pasos de cuando en cuando) imparable y un primer paso en la penetración casi perfecto. La habilidad que tiene para zafarse sin apenas esfuerzo de su defensor es única, así como la que tiene para dar el último pase. Todo eso y mucho más es un jugador generacional, un hombre lleno de cualidades baloncestísticas únicas. Pero...
Sin asumir el ocaso
Pero Harden se ha visto condenado por sus propios errores, jamás reconocidos, de cara a la opinión pública y de puertas para adentro. Ya no es el que era... pero incluso cuando lo era, no lo era tanto. No es excluyente argumentar que, en su temporada más gloriosa, los Rockets perdieron ante el que puede ser el mejor equipo de la historia, y al mismo tiempo, decir que Harden no estuvo a la altura entonces. Incluso con la lesión de Chris Paul, era el momento de esos Rockets que iban ganando de 17 en el sexto asalto y de 15 en el séptimo. Y de Harden, que promedió 28,7 puntos en esa serie, pero con un 24,4% en triples, además de sumar 6 asistencias por 5 pérdidas. Su 0 de 11 desde el exterior en el quinto asalto se olvidó parcialmente por la victoria del equipo texano, pero todo se vino abajo después: 27 triples fallados de forma consecutiva en el partido definitivo, 10 de ellos de La Barba. Un 0 de 14 en el tercer periodo que permitió la remontada de los Warriors, Stephen Curry y Kevin Durant mediante. Y la constatación de que, en la natural y legítima racionalización a posteriori, las virtudes de ese estilo confluían con los defectos en el extremo, siendo la cualidad del equipo la del propio jugador.
En 2019, los Rockets remontaron un 2-0 a los de La Bahía para empatar a 2 la serie, pero de nuevo perdieron los dos siguientes partidos de forma consecutiva y se despidieron de una oportunidad de ganar el anillo que nunca ha vuelto a existir para Harden, que entonces echó la culpa a Chris Paul porque la culpa es de cualquiera menos de él mismo. Pidió la salida del base que había sido su mejor compañero en pista y la llegada de Westbrook, al que quería porque sí y sin ningún argumento deportivo que respaldara la decisión. En los Sixers, acusó a Morey de incumplir la promesa de un contrato mayor por los deseos del directivo de exprimir a un Joel Embiid que tampoco daba la talla y, en lugar de salir directamente, ejerció su player option de más de 34 millones porque, en realidad, no había salida: nadie le estaba esperando al otro lado. No ha acudido al training camp ni ha entrenado en verano, llevando al bochorno la era de los jugadores empoderados, de la que otros han hecho gala pero nadie tanto como él y que cuya autoría está reservada, o eso parece, para únicamente las estrellas. Y ha salido por la puerta de atrás, como en Rockets y Nets, para llegar a una franquicia comandada por dos estrellas (Kawhi y George) raras, atípicas, y que nadie sabe si quieren lo que llega o, simplemente, se conforman con todo lo que llega.
Harden, se niega a aceptar que se encuentra en el ocaso de su carrera, ni ve las señales de un Morey que decidió dejar de hablar con el corazón y utilizar su privilegiada cabeza para los números (quizá no tanto para las personas) y dejó de empeñarse en esperar a que Harden regresara a su nivel del pasado. Más allá de que intente hasta la saciedad convertir a los Sixers en aquellos Rockets y asumir que no tiene a una extensión de sí mismo en el banquillo como la que tenía en su día con Mike D’Antoni, a Harden le retratan sus números. En los playoffs de 2022 se quedó en algo más de 18 puntos, muy lejos de ser el de ese pasado que no está muy alejado por tiempo pero sí por sensaciones. Hace unos meses, en 2023, llegó a un 22+6+8 y disputó dos partidos monstruosos (el primero y el cuarto), pero con 3-2 y partido en casa ante los Celtics, desapareció. En los últimos seis minutos y en el Wells Fargo Center, el equipo de todavía Doc Rivers mandaba 83-82... y acabó perdiendo 86-95. Harden, que se quedó en 13 puntos, 4 de 16 en tiros de campo y 0 de 6 en triples, erró los tres tiros que intentó en ese periodo y sumó 5 pérdidas en todo el asalto, las mismas que en un séptimo para olvidar: 9 puntos y 3 de 11 en tiros. Y adiós.
Más allá de lo señalado que acabó, a la par que un Embiid que lidera un Proceso sin réditos y a una franquicia que no pasa de semifinales de Conferencia desde 2001 (con Allen Iverson y compañía), la falta de asunción de culpa le dejó tiritando para los aficionados. Ya nada salvaba a Harden, que pasa más tiempo de vacaciones y en lugares distintos a los que tiene que estar con sus equipos. Que falló cuando estaba en su prime, cuando su nivel era estratosférico, y lo hace ahora, aquejado de limitaciones físicas que responden a la edad, pero también al poco cuidado de su tiempo. Y, más allá de lo que pueda pasar en los Clippers, una entidad con una atmósfera a veces singular, otras ignota, estos años de Harden serán recordados como las de un viaje que ha supuesto una paulatina caída a los infiernos que el jugador no ha podido (ni querido) remediar, con un pasotismo total y absoluto que le convierte en una figura denostada. Una pena de estrella cuya luz se apaga sin remedio y que podría haber tenido una carrera infinitamente mejor a la que tiene. James Harden cambia de equipo, pero en realidad nada ha cambiado. Todo sigue igual. Él sigue igual. Ese es el problema.
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