EUROLIGA | MILÁN-MADRID

La noche del Chacho

El Olimpia Milán incluirá a Sergio Rodríguez este jueves, en el descanso del partido ante el Real Madrid, en su Hall of Fame. “Nos devolvió la ilusión”, dice Messina.

Sergio Rodríguez se retiró en junio con una Liga bajo el brazo y una de las mejores trayectorias del baloncesto español. Dejó huella en la Selección y en el Real Madrid, pero también en la NBA, en el Estudiantes, en el CSKA y en el Olimpia Milán italiano, donde estuvo tres temporadas y se le considera uno de los mejores bases de la historia de una entidad ganadora de tres Copas de Europa. Este jueves, aprovechando la visita del Real Madrid al Mediolanum Forum (ahora Unipol), el Armani Milán rendirá homenaje al Chacho en el descanso del partido, que comenzará a las 20:30 (#Vamos).

El base tinerfeño ingresará en el Hall of Fame del club italiano, el 44º jugador que lo consigue, tras conquistar cuatro títulos vestido de rojo y ayudar a devolver en 2021 al equipo a la Final Four 29 años después de su anterior presencia. Con 468 asistencias es el primero de la historia del Olimpia en la Euroliga.

Este jueves será la noche del Chacho, protagonista aún con su magia incluso después de su retirada. “Nos devolvió la ilusión”, ha dicho Ettore Messina. Y esto asegura el club sobre su estancia en Milán: “Hubo un Olimpia antes de Rodríguez y otro después de Rodríguez. Su llegada a Milán posibilitó el fichaje de otros jugadores legendarios, empezando por sus excompañeros Kyle Hines y Nikola Mirotic, Malcolm Delaney y Gigi Datome”.

La entidad milanesa le ha dedicado un bonito artículo, cargado de emoción, en su página web, el cual reproducimos a continuación.

Chacho Rodríguez, el campeón de nuestra gente

Tras el Scudetto ganado en 2022, antes de mandar al equipo de vacaciones, el entrenador Ettore Messina, en el vestuario, cuando ya estaba claro que terminaría su carrera de nuevo en el Real Madrid, dijo que “en el Olimpia Milano había una era antes del Chacho Rodríguez y un Olimpia después del Chacho Rodríguez”. Más allá de los triunfos, de las grandes actuaciones -muchas-, queda la profunda relación con la afición milanesa, así era Sergio Rodríguez. El hombre de la credibilidad, un profesional al cien por cien que desempeñaba su papel con el espíritu de un novato aún por probarse. Así era Rodríguez. A su lado era imposible no sentir su pasión por el baloncesto, la alegría con la que jugaba. Y el Chacho también era un hombre de vestuario: como líder podía decir algo a cualquiera sin herir sus sentimientos. Y al mismo tiempo, podía aliviar la tensión con una frase ingeniosa o una sonrisa, tal vez un chiste.

“¿Listo Giovanni? Aquí Chacho. Estamos en el autobús, ¿por qué no estás aquí? Venga, rápido, nos vamos”. Del otro lado del teléfono estaba Giovanni Tam, un chico del equipo juvenil del Olimpia que estaba entrenándose con el primer equipo Era el primer partido como visitantes de la pretemporada. A Tam no lo habían convocado, no debía venir, nadie lo estaba esperando. ¡Pero Chacho había decidido estimularle un poco!

Chacho Rodríguez llegó al Olimpia procedente de Moscú, donde acababa de ganar la Final Four por segunda vez en su carrera, y fue un factor importante en la victoria. Lo que trajo al Milán fue credibilidad, pero no solo eso. También la fuerza para creer, la fuerza para elevar las aspiraciones. La fuerza para vencer al Real Madrid, para ganar en Tel Aviv. Para ganar en Moscú, para dominar en Estambul, para jugar la Final Four y para intentar ganarlo todo. No lo hizo solo. Entre sus compañeros de equipo tenía a Malcolm Delaney, Kevin Punter, Vlado Micov, Gigi Datome, Nicolò Melli, Kyle Hines, Shavon Shields. Pero Chacho, con su personalidad, su carisma, se convirtió inmediatamente en una especie de jugador franquicia. El rostro de una era.

El Hall of Fame del Olimpia Milán.

“He jugado contra muchos grandes jugadores, a veces bien, a veces muy bien, a veces mal, como siempre puede pasar. Pero hay dos jugadores, dos jugadores que para mí son como la kriptonita de Supermán. Contra ellos no hay ninguna razón para jugar mal en todo momento, y sin embargo, ocurre. Son Lukas Lekavicius y John DiBartolomeo”.

“Me entrené con varios equipos de la NBA. En la cancha, en Boston, me encontré jugando a todo trapo contra algunos bases estadounidenses, todos ellos rápidos, atléticos, grandes corredores. A los cinco minutos, ya no era capaz de seguir el ritmo de nadie. Entonces llegó el momento de la entrevista, donde te podían preguntar de todo. Yo no hablaba bien inglés; de hecho, no lo hablaba en absoluto. Me preguntaban cosas y yo respondía sin saber lo que me habían preguntado. De hecho, mi predraft fue un desastre”. No del todo, si el chaval de cabeza rapada, que se declaró listo dos años antes de lo previsto, fue elegido en primera ronda por Portland. Y luego jugó también en Sacramento y Nueva York, con Mike D’Antoni en el banquillo. Y finalmente, regresó para una última oportunidad en Filadelfia. Los Sixers estaban en modo reconstrucción, pero él no estuvo allí en su temporada de récord de partidos perdidos. No intenten decírselo, es un tipo orgulloso. El récord negativo lo consiguió el año anterior a su estancia en Filadelfia.

“Nunca había llevado barba hasta que un verano, durante las vacaciones, después de los Juegos Olímpicos de Londres, vi a muchos hombres con barba y entonces, como broma, me la dejé crecer. Desde entonces, nunca más me la corté”. Se ha convertido en una especie de documento de identidad, una marca personal. Como el número 13: “Tuve que dejarlo en Filadelfia porque lo habían retirado”. En homenaje a Wilt Chamberlain, el hombre que anotó 100 puntos en un partido.

En los años dorados del gran Real Madrid, Sergio fue nombrado MVP de la Euroliga pese a salir desde el banquillo, de forma habitual. Pablo Laso le utilizó con la segunda unidad. Dimitris Itoudis siguió haciéndolo en Moscú y Ettore Messina en Milán, la mayor parte del tiempo. ¿Por qué un jugador como el Chacho salía desde el banquillo? Porque más allá de cualquier explicación técnica o táctica está la realidad: porque el Chacho podía hacerlo sin sentirse disminuido. Porque para él nunca importó tanto el quinteto titular como ‘el cinco de cierre’, la alineación que acaba los partidos, no la que los inicia. El Chacho fue un campeón porque siempre puso al equipo por delante de todo, ganar era su único objetivo, y lo hizo divirtiéndose y haciendo que la gente se divirtiera viéndole jugar. Con su creatividad, los pases por detrás de la cabeza, los regates entre las piernas, los pasos atrás. Era la versión europea de Jason Williams, el imaginativo base que jugó en Sacramento y ganó un campeonato de la NBA en Miami, y básicamente inventó el pase con el codo.

“Soy de Tenerife. Allí todo el mundo es del Real Madrid o del Barcelona. Yo había elegido el Real Madrid desde pequeño”. Su verdadera carrera empezó primero en Bilbao y después en Estudiantes, pero tras las temporadas NBA estaba feliz de construir su propio legado en el Real Madrid. Y acabar su carrera en el Madrid fue como cerrar un círculo. Lo cerró ganando la Euroliga en 2023. Pudo haber sido el MVP de esa victoria.

En Madrid acuñaron un término que identificaba los años de Rodríguez con la camiseta blanca. Chachismo. Podría adaptarse a los años del Milán. ¿Qué era el Chachismo? Ganar un partido de forma brillante, espectacular, pero ganarlo aun así. Aceptar un error, porque no se repetirá. Confiar en el proceso como decían en Filadelfia justo en la época en la que él también jugaba allí. Confiar en el Chachismo llevó al hermoso Scudetto de 2022, a las dos Copas de Italia ganadas dominando, a la Final Four de Colonia que no se hubiera quedado en un viaje “en solitario” si al año siguiente un equipo que terminó tercero en la fase regular no se hubiera enfrentado, diezmado, al vigente campeón Efes en el playoff. Jugadores como Rodríguez suelen ser muchas cosas, pero rara vez se les cataloga de valientes, de estoicos. Chacho lo era. Detrás de los pases a la espalda, de los tiros de tres puntos, había un peleador callejero y, si hacía falta, un trash-talker. Participó en el tercer y cuarto partido de Estambul con un tobillo hinchado. No estaba Nik Melli, no estaba Malcolm Delaney, el equipo había perdido a Dinos Mitoglou en el camino y Gigi Datome solo jugó el cuarto partido de la serie. Rodríguez había decidido que estaría allí. Casi logró el milagro de llevar la serie de vuelta a Milán.

“Ya lo hemos hecho, vamos a hacerlo de nuevo”, dijo en la tarde del cuarto partido en Estambul, cuando reunió a todo el equipo en la sala de reuniones, mostrando un vídeo que había preparado personalmente para mostrar a sus compañeros todo lo que habían sido capaces de hacer superando todo tipo de dificultades, lesiones (la fractura en la mano de Shields, tres meses de baja, fue una de ellas), obstáculos para llegar allí, ese día. Un líder, dentro y fuera de la cancha.

Probablemente el mayor pesar para el Chacho fue precisamente ese: no haber vuelto a la Final Four con el Olimpia, no haber ganado la Euroliga con el Olimpia como hizo con el Real Madrid, dos veces, y el CSKA de Moscú. La derrota en Estambul probablemente naufragó la eventual carrera por el campeonato. El año anterior, el Olimpia había liderado una temporada extraordinaria, que comenzó dominando la Supercopa, continuó dominando la Copa de Italia, la fase regular y llegando a la Final Four. A esa temporada le quedaba solo una semana, la última, la que le costó el Scudetto. Un año después, el Chacho estuvo entre los protagonistas de la victoria que corrigió una anomalía. Con ese memorable sexto partido, con dos jugadas de legado, el pase sin mirar para el mate de Kyle Hines y el triple desde los diez metros, el Chacho tuvo la oportunidad, el final perfecto, de irse de Milán sin realmente irse.

“Nunca había visto algo así”. En Instagram, Mario Hezonja se mostró sorprendido al describir sus sensaciones tras la primera visita de Rodríguez a Milán, como rival. Se refería al recibimiento, que destilaba estima, respeto, cariño y un vínculo indestructible entre la ciudad y su héroe. Recíproco: la primera vez que el Olimpia volvió a Madrid, Chacho invitó a todos sus excompañeros y a todo el staff a su casa para una sobremesa. Y la segunda vez, pasó por el hotel para saludar a todos una vez más. Un campeón con estilo es un campeón para siempre.

Chacho jugó tres años en Milán. En términos de baloncesto de hoy es una cifra grande, pero no enorme. Tres años representan cien apariciones en la Euroliga, la misma cantidad en la liga doméstica. Sin embargo, tres años fueron suficientes para hacerlo pasar a la historia, al Monte Rushmore de los campeones más queridos, al menos para una generación de fanáticos. Rodríguez es para los fanáticos actuales del Olimpia lo que Arthur Kenney fue para los tifosi de los años 70, lo que D’Antoni, Premier y Meneghin fueron para los de los años 80. No es una cuestión de tiempo, es una cuestión de cómo se vivió y se utilizó el tiempo disponible. Cuando llegó en 2019 era un hombre maduro, de 33 años, con una esposa que ama Italia y dos hermosas niñas rubias. En Milán nació el tercer hijo; el cuarto nació en Madrid. Miras a los ojos del Chacho y lees la serenidad de un campeón y de un hombre feliz. El Chacho se retiró hace unos meses. Para alguien que ha jugado al baloncesto toda su vida, no es una transición fácil. Es más fácil si eres consciente de que nunca has traicionado los valores del juego; si tienes una familia maravillosa; y sabes que la gente, tu gente, en Madrid, en Milán, en todas partes, ha entendido quién eres.

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