Los che suman ocho partidos consecutivos sin perder. El Leganés asedió a los de Marcelino al final del encuentro. Duelo deslucido sin muchas ocasiones.
El Valencia venció en Butarque impulsado por un cóctel de inercias que hacen de los de Marcelino un equipo temible, aunque su juego sea, como esta vez, deslucido. Apocopado. Inconstante. La primera de esas inercias es la que imbuye a este bloque de una confianza desmesurada. Suma ya ocho encuentros consecutivos sin perder. Sólo le supera el Barça, con 30 duelos seguidos invicto. Otra inercia es la racha de Rodrigo, un futbolista tocado por la gracia del gol, que en Butarque sólo necesitó un remate para ver puerta y desenredar el aburrimiento generalizado. La última de esas inercias es la histórica que cortocircuitea al Leganés cada vez que el rival lleva el escudo del murciélago. En seis duelos con los che, el triunfo siempre fue valenciano. Éste último apuntala más si cabe su presencia en puestos Champions. En el Lega caer no es preocupante. La salvación está atada. Sólo se restañó el orgullo y ni eso. No fue un mal partido de los pepineros en una tarde más somnífera que emocionante.
El sopor siempre estuvo ahí. Abostenzando cada jugada. No lo parecía cuando el balón comenzó a rodar pizpireto en un arraque que prometía algo. Fútbol no, pero sí chispa, ocasiones o ritmo. Falsa alarma. No hubo nada de eso. Todo fue un truco de prestidigitador de Garitano y su pizarra embaucadora, ésa que sorprendió dibujando una defensa de cinco que sólo lo fue cuando tocó blindarse en defensa. Al atacar, Zaldua y Rico transmutaron de laterales a extremos. Dos pecados por banda. Lujuria y gula con los que asustar a la zaga che. Pero eso fue al inicio. El partido prometió entonces lo que no fue. El truco se esfumó y el tedio reinó, salvo cuando Gabriel, en el 30’, probó a Doménech (Neto fue suplente tras jugar con Brasil) en un latigazo con la diestra. Fue el único tiro a puerta de la primera parte de los cuatro que ejecutaron los pepineros. El Valencia no lo intentó. Ni entre palos. Ni fuera.
El prólogo de la segunda mitad fue epiléptico y prometedor. Sacudida por aquí, sacudida por allá, el Valencia rondó a Cuéllar con ímpetu directo y canalla hasta que dos tahúres del balón robaron a Rubén Pérez un balón solitario que Rodrigo transformó en el zarpazo del 1-0. Parejo y Kondogbia fueron los artífices del hurto, poesía del buen asedio. Era el primer tiro che entre palos. Garitano agitó el árbol con Beauve y El Zhar. De éste fue la ocasión más clara para el empate. Gayá evitó un zurdazo engrasado con un grito de gol. El Leganés asedió al Valencia hasta el final, pero no le dio para truncar una inercia aplastante.