Djokovic logra en París su título número 40 de Masters 1.000

Una planificación excelente, unida al exquisito cuidado de su físico dan como resultado que Novak Djokovic, el mejor tenista de todos los tiempos, al menos en cuanto a resultados, haya llegado al final de esta temporada en una forma envidiable y sea el que más títulos ha ganado hasta ahora: seis igualado con Carlos Alcaraz, de momento. Este domingo, en París, obtuvo el el título número 40 en Masters 1.000 para agrandar su propio récord (cuatro por encima de los 36 de Rafa Nadal), séptimo en el torneo de la capital francesa y 97º de su carrera. El serbio (36 años) ganó en la final más veterana, entre los dos jugadores más mayores del Top-20, a Grigor Dimitrov (32). Se impuso con mucha facilidad. Con un 6-4 y 6-3 en 98 minutos ganó por 12ª vez en 13 enfrentamientos al búlgaro, décima consecutiva.

De ese modo sentenció, además, la pelea por ser número uno al final del curso. Le saca 1.490 puntos a Alcaraz antes de las ATP Finals (12 al 19 de noviembre), una diferencia prácticamente insalvable, dado que en Turín el campeón invicto puede ganar un máximo de 1.500 y cada victoria en la fase de grupos otorga 200. Para rebasar al balcánico, el español necesitaría ganar todos los partidos y que su rival por el liderato fuera eliminado con tres derrotas. La marca de 400 semanas en el trono, una barbaridad, está ahora más cerca para un titánico Djokovic. Le quedan dos.

Después de tres encuentros duros, resueltos en tres sets y más de dos horas cada uno, Novak, que había padecido severas molestias por un virus estomacal, se encontró mejor que nunca y también lo tuvo mucho más fácil que ante Griekspoor, Rune y Rublev. Dimitrov, que lleva seis años sin ganar un torneo, desde que levantó cuatro trofeos en 2017, entre ellos los del Masters 1.000 de Cincinnati y las Finals de Londres, no dio el plus de rendimiento que se esperaba después de una semana fantástica, en la que apeó a Medvedev, Hurkacz y Tsitsipas. Quizá el cara a cara tan negativo con Nole le pesó. También, probablemente, la carga de partidos al máximo nivel y las horas en pista, que se hicieron evidentes a la vista del vendaje con el que jugó en el muslo izquierdo.

Al final del partido, no pudo contener las lágrimas y su oponente le consoló. En 2017 fue número tres y parecía que se iba a comer el mundo. Baby Federer, le llamaban, por su estilo parecido al del suizo (revés a una mano). Pero entró en crisis y se acostumbró a perder. La derrota no debe ensombrecer el repunte que está protagonizando, pero duele. El público, con una ovación estremecedora, logró arrancarle una sonrisa.

Sin límites

“Es increíble haber sido capaz de ganar con las circunstancias desafiantes que he tenido, con tres remontadas en tres partidos seguidos que podría haber perdido, pero encontré la manera de meter una marcha más cuando la necesité. Este fue ajustado al principio, aunque él luego se quedó sin gasolina, yo también; sin embargo, encontré un tiro más. Es otro triunfo asombroso para mí, y estoy muy orgulloso de este teniendo en cuenta lo que he pasado. Yo he estado en la situación de perder finales, aunque he tenido la suerte de tener más victorias que derrotas. Espero que Grigor siga jugando a este gran nivel y pueda ganar grandes torneos”, dijo en de Belgrado después de facturar una actuación impecable, sin alharacas, aun así, muy efectiva y poco errática. Tal es su grandeza, que no siempre necesita su mejor tenis para conseguir cosas asombrosas. Y parece no tener techo… ni límites.

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