LA DORMILONA

Argentina y el valor de los símbolos

El combinado albiceleste remontó una eliminatoria adversa ante España gracias a un planteamiento medido y la reivindicación de los intangibles.

Stupaczuk y Di Nenno durante la final masculina.
FIP

Argentina sigue siendo el rey. Cuando España apuntaba a intentar aspirar a tutear su reinado en pádel masculino, la selección albiceleste ha dado un golpe encima de la mesa en la final del World Padel Championships Dubai 2022 de la FIP de la mano de un grupo que entremezcla el pasado, el presente y el futuro.

Y lo ha hecho haciendo gala de su idiosincrasia. Con pasión, fervor, histeria, sacrificio, talento y emoción. Su victoria en Dubái se entiende desde muchos primas diferentes que convergen en una sola realidad. Ellos creen que son mejores. E intenta discutírselo.

Porque Argentina venía tocada emocionalmente, y mucho, del Mundial de Doha. No tanto por el fondo y sí por la forma. La exhibición de Coello y Galán en el primer partido y la remontada de Paquito Navarro y Lebrón ante el ídolo sempiterno, Bela, había hecho dudar a quien no duda. Y eso había hecho tambalear muchas creencias.

Fernando Belasteguín durante la final del Mundial.
Fernando Belasteguín durante la final del Mundial.FIP

España, la nueva cuna del pádel mundial por espacios de formación, proliferación de promesas, dominio en los circuitos World Padel Tour o Premier Padel y por la opciones de crecimiento, asestó un golpe en la línea de flotación emocional a un país que, en el pádel, como en el deporte, sí lo es, lo es todo. Y eso debía ser vengado.

Y Argentina se tomó en serio el aviso. Empezando por la elección. Poner a Gaby Reca y Rodrigo Ovide -más Maxi Grabiel- al frente de la selección era un mensaje que tenía tanto de cara a la galería como de peso para el grupo. Dos de los suyos, vaya.

La eliminatoria final se jugaría al ratón y al gato y la elección de las parejas y su orden serían, quizá, la clave de todo. En 2021 la cara de la moneda caería del lado de Juanjo Gutiérrez, el seleccionador español. Un año después, la fortuna sonreiría a sus colegas.

El deporte, que tiene un gran valor poético, iba a dar la opción a Argentina de poder centrarlo todo en los símbolos. De sacarlo, en parte, del propio pádel. Por juego, nivel, técnica o momentos, la igualdad era manifiesta -aquí hay más seleccionadores y opinólogos que técnicos y jugadores-, pero en los intangibles intuían que serían ganadores.

Navarro y Lebrón durante la final del Mundial.FIP

No serían Tapia y Chingotto los que darían el primer punto a Argentina porque enfrente tendrían a una pareja -Navarro y Lebrón- que aunque incapaz de asumirse en recorridos largos, en rallies cortos demuestran que, además de ser dos talentos únicos, se entienden, respetan y retroalimenten en esa especie de catarsis conjunta en la que todo puede pasar. Pero era un riesgo asumible.

Volver a reunir a los Superpibes -que ya ocurriría en la edición pasada- y darles la responsabilidad del punto clave era un guiño al pasado, al presente y al futuro. Y también un mensaje al colectivo. Al venir de abajo, al tener que emigrar, al confiar cuando nadie confía, al que nadie te regale nada...

Stupaczuk y Di Nenno no solo hicieron un partido perfecto -sacaron de punto a Galán, que es mucho y muy difícil, e inhabilitaron a Coello- sino que abrieron la opción a que la realidad más inmediata y el pasado más presente coincidieran en tiempo y espacio. Y el resto sería historia.

Bela y Sanyo reunidos de nuevo en una misma pista. Los dos mejores jugadores argentinos de la última década unidos para volver a volver. Si juntos, aunque en un tramo corto, ya demostraron entenderse, respetarse y, lo que es más importante, ser ganadores, con la celeste y blanca puesta, lo difícil era fallar.

Sanyo Gutiérrez durante la final del Mundial.FIP

Álex Ruiz y Momo González, que muchos dieron por eliminados antes del salto, demostraron que si están donde están es por méritos propios y porque cuando se tiene calidad, se trabaja y se está en paz con uno mismo se puede aspirar a todo. O casi.

Pero, los símbolos, trascienden. Y nada se puede oponer a ellos. Es algo inexplicable que, se tiene o no se tiene. Como la suerte. Sanyo y Bela eran los dos jugadores que más tocados habían salido de Doha y suya tenía que ser la oportunidad de tomarse la revancha. ¿Buscado? La alineación dice que una parte sí lo era. ¿Casualidad? Eso nunca lo sabremos. Las carreras más exitosas son también las más difíciles.

Argentina consumó en Dubái su undécimo título y mucho más. El trago de lo amargo, el sabor de la revancha, el poder del colectivo y el poder de lo pasional. Y eso, dicen, no lo podemos entender.

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