GOLF | MASTERS DE AUGUSTA

Sandy Lyle, Larry Mize...: el tiempo engulle al Masters de los 80

Tanto el escocés como el estadounidense de Augusta juegan su última edición este año. Solo Langer y Couples aguantan de la generación de Seve.

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Cuando Sandy Lyle y Larry Mize rockeaban en el Masters no había internet, se podía fumar en un avión y George Michael dominaba las listas de éxitos. A los saudíes no les interesaba especialmente el golf de élite y no se discutía que a una vuelta en un torneo profesional uno no sale en bermudas. Eran los años 80, que en el espacio-tiempo golfístico se van difuminando con el paso de las ediciones del major de Georgia (EE UU).

Lyle, escocés de Shrewsbury, 65 años, fue exponente de la primera ‘invasión’ europea del golf norteamericano, la de Seve, Faldo, Woosnam y Langer. Ocho chaquetas verdes de 1980 a 1993, dos por cabeza para el cántabro, el inglés y el alemán, una para el caledonio y el galés. Solo Langer, una máquina que a los 65 años lleva 25 victorias en el circuito sénior y en 2020 todavía era capaz de pasar el corte del Masters, y Txema Olazábal, campeón en el 94 y el 99, algo posterior, jugarán el año que viene. Ni Lyle ni Mize, nativo de Augusta, 64 años, uno de los diques de contención estadounidenses, junto a Couples, en esa época de dominio foráneo, volverán a ponerse en el tee del uno un jueves de abril.

El tiempo ha ido consumiendo la generación de los 80 y principios de los 90 del Masters, el relevo de otra época dorada, la de los Nicklaus, Palmer, Player, Watson... Cuando Langer y Couples dejen de jugar, que será dentro de poco pero cuando ellos quieran, pues en Augusta la tradición se respeta y por eso los campeones gozan de exenciones de por vida, se cerrará un tomo de la historia de este torneo. El de Lyle y Mize concluyó este viernes, cuando se despidieron en la última y penúltima posición respectivamente tras un +5 para +12 en 16 hoyos y un +10 para +19 en 17 antes de que se decretara la suspensión del juego por mal tiempo.

Lyle se enfundó la prenda más codiciada de este deporte en el 88. Es una victoria recordada, de bella factura, coronada con un birdie en el 18 tras un hierro 7 sensacional desde un bunker y un putt cuesta abajo embocado. “He tenido buenos años, pero mi tiempo se ha acabado. Volveré si la salud aguanta para ver el torneo y cenar con viejos campeones”, aseguró a la BBC antes de concluir su 42ª participación en el Masters. “Es un gran logro. Un pináculo. Como un atleta ganando un oro en los Juegos. Es algo que celebras toda la vida”, dice el también campeón del British de 1985 y The Players en 1987, el primer no americano en adjudicarse este último.

Mize fue profeta en su tierra un año antes. En su caso, la primavera de 1987 fue su cénit golfístico. El resto de su curriculum es mucho más modesto que el de Lyle: ganó cuatro veces más en el PGA entre 1983 y 1993, ninguna otra en un grande. “Es un desafío enfrentarse a este campo a mi edad, y lo disfruto, pero hay una razón por la que este es mi último Masters. No he jugado en un tiempo, y mi juego no está donde me gustaría que estuviera”, lamenta Larry. Se le hace largo el campo ya. Como a Langer, que revela nuevos cambios que han pasado más inadvertidos que los del hoyo 13: “También han alargado el 11, del que nadie habla, y el 18. Escuché algo de eso, pregunté y me lo confirmaron”.

El alemán confiesa que si final está cerca. “Estoy llegando al final. No he pensado detenidamente cuándo será”, confiesa. De su quinta Faldo lo dejó en 2006; Seve, que falleció en 2011, no jugó más allá de 2007, y Woosnam dijo adiós en 2021. “Hablamos de él y de cosas que sucedieron con él”, recuerda Langer de Seve. “Contamos historias. Soy buen amigo de José María (Olazábal) y Miguel Ángel (Jiménez), así que Seve aparece en nuestras conversaciones a menudo. Fue una parte muy importante de mi vida durante mucho tiempo. Le echamos de menos. Pero así es la vida”, sentencia resignado el chaqueta verde de 1985 y 1993, uno de los últimos vestigios de una era que se extingue.

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