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RUGBY | MUNDIAL

Sudáfrica y Nueva Zelanda chocan en la madre de todas las finales

Sudáfrica y Nueva Zelanda, con tres títulos por bando, chocan por segunda vez, este sábado en Saint Denis, en el último partido de un Mundial.

AFP

No hay voz como la de Sinatra, ni prosa como la de Dickens, ni melodías que igualen las de los Beatles. Hay cosas en esta vida que no tienen parangón. Si hablamos de rugby, un Nueva Zelanda-Sudáfrica. Si se produce en la final de un Mundial, como la que acogerá este sábado (21:00, #Vamos) el parisino Stade de France, es la madre de todas las finales.

Un choque atávico, recogida perfectamente su esencia en aquella tan famosa como manida frase que dice: “Cuando los Springboks y los All Blacks se enfrentan la tierra tiembla, las madres esconden a sus hijos y los hombres sienten miedo”. 105 veces se han enfrentado oceánicos y africanos (62 victorias para los primeros, 39 para los segundos y cuatro empates), pero solo una hasta ahora en el partido por la Copa Webb Ellis. Fue en la edición de 1995, la que marcó para siempre la Sudáfrica postApartheid.

Entonces los Springboks empataron el título conseguido por los All Blacks en 1987. 28 años después, cada equipo luce tres entorchados (en 2007 y 2019 los otros dos sudafricanos, en 2011 y 2015 los kiwis). Así que más que un trofeo, lo que está en juego en Saint Denis este sábado es un relato: el de cuál es el mejor equipo de rugby de la historia. Hasta ahora era una convención generalizada que ese honor recaía en el neozelandés, el que más ha trascendido las fronteras de este deporte, el que más músculo ha exhibido a la hora de captar la atención del espectador ocasional. Su rival puede poner todo eso, o al menos buena parte de ello, en solfa.

Se enfrentarán dos formas de concebir el juego. El rugby expansivo de los isleños contra la fisicalidad africana. Crear espacios vs ocuparlos. Las convocatorias sugieren que cada uno tratará de imponer su propuesta más que sacar provecho de las fisuras en la del contrario. Erasmus y Nienaber vuelven a la Bomb squad, con siete delanteros en el banquillo para convertir el partido en un armageddon, y De Klerk y Pollard en el XV inicial. El primero para dirigir la Blitzkrieg y el segundo para rentabilizar cada infracción neozelandesa.

Ian Foster pasa de hacerle el juego al cuerpo técnico Bokke y tendrá un 5+3 en la caseta. Sin grandes noticias en su alineación titular, el nombre propio está en el 14, en un Will Jordan que lleva ya ocho ensayos en este Mundial y está a uno de convertirse en el jugador que más ha conseguido en una sola edición, superando al sudafricano Bryan Habana y a dos ilustres compatriotas, Jonah Lomu y Julian Savea.

Los precedentes más recientes, por citarlos (porque si algo ha dejado claro este Mundial es que su influencia es inexistente), arrojan un saldo equilibrado: tres victorias por cabeza en los seis partidos de este ciclo mundialista. En Mundiales, aparte de la citada final de 1995, se han cruzado otras cuatro veces. En tres de ellas la victoria fue All Black.

Un duelo de época. El pedigrí de la final, que no es una cualquiera, se palpó en las ruedas de prensa previas. “Probablemente sea el partido más importante en el que participaremos y el más importante que jamás haya existido”, dijo Nienaber, seleccionador sudafricano. “Alguien va a ganar su cuarta copa, así que será especial”, apunta su homólogo neozelandés, Ian Foster. Pero quien mejor sintetiza lo que será este partido es Faf de Klerk, que cree que soñar con algo así sería imposible, “porque no se puede soñar tan lejos”.

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