BÁDMINTON

Carolina Marín: “Si cojo una raqueta, será para disfrutar”

La campeona olímpica visita AS antes de recibir el Premio Princesa de Asturias. “Ahora sólo quiero felicidad”, dice ya sin muletas.

Pese a comerse un atasco importante, de esos que no avisan, Carolina Marín llega radiante a la redacción de AS. Ha sido un atasco feliz. Porque ya conduce. Porque ya no necesita esas malditas muletas que, desgraciadamente, tantas veces han acompañado su paso. Lleva una blusa rosa, a conjunto con su reloj y sus uñas, y una falda negra que le queda, justamente, por encima de sus rodillas. No las esconde. En ellas, lleva impreso su camino. Resiliencia. Puedo porque pienso que puedo. Carácter. Sus cicatrices se pueden leer. “Tengo esta, de la lesión anterior, estas dos pequeñas de aquí y ahora esta otra”, va señalando. En la pierna izquierda, queda el rastro de esa lesión (rotura del ligamento cruzado y de los meniscos) que le impidió estar en los Juegos Olímpicos de Tokio. En la derecha, las viejas marcas (ligamento cruzado, en 2019) se entremezclan con la nueva, que impresiona. Parece interminable. “Es la más grande”, confirma.

Han pasado dos meses y medio desde que Carolina estremeció el corazón del Arena Porte de La Chapelle y de todos los aficionados que sufrieron y lloraron en sus casas. Y que ahora convierten todo ese sufrimiento en cariño. “Me dicen que ese oro no valía la pena, que yo ya soy un oro”, revela la campeona olímpica en Río 2016. En París, seguramente, no repitió porque su rodilla derecha, en un gesto que había repetido mil y una veces, volvió a crujir. Cuando ya tenía las semifinales ganadas (iba 21-14 y 10-5 contra la china He Bingjiao). Cuando el guion, que parecía redondo, derivó en una de las historias más crueles jamás contadas en esto del deporte. El diagnóstico, pese a ser conocido, no fue menos doloroso. Cruzado y meniscos otra vez. Una parte de su tendón rotuliano, ahora, ejerce de ligamento. “Por eso es la cicatriz más grande”, explica Marín, desdichadamente experta en este tipo de intervenciones. “Para lo bueno y para lo malo”, dice con naturalidad.

Carolina Marín muestra su última cicatriz. JESUS ALVAREZ ORIHUELADIARIO AS

El camino, conocido, ya ha empezado. “Esto va muy bien”, asegura. Tanto que, este viernes, en el Teatro Campoamor de Oviedo, recogerá su Premio Princesa de Asturias de los Deportes sin esas muletas, algo que sólo cabía en los planes más optimistas. “Las entregué hace un par de semanas”, señala mientras su equipo, aunque ella no lo quiera destacar, indica que, en una recuperación “normal”, hubiera necesitado un mes más con las muletas. Ella es excepcional. Así se lo harán saber en tierras asturianas con uno de los galardones más prestigiosos del planeta. “Me han dicho que es muy bonito. Cómo se pone Oviedo y cómo lo vive la gente. Tengo muchas ganas. Desde el momento en el que llegue, ya tenemos que hacer cosas. Intentaré aprovechar la experiencia lo máximo posible, siempre respetando el descanso. Aunque no lleve muletas, tengo que tenerlo mucho en cuenta. Allí, además, voy a seguir entrenando por las mañanas”, dice una Marín, con la piel de gallina, que no sabía que habían presentado su candidatura. “Cuando me llamaron, me quedé pensando que no podía ser cierto”, confiesa.

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Más cariño que nunca

En la redacción de AS, a modo de aclimatación para todo lo que le espera esta semana, Carolina ya recibe toneladas de amor. Muchos de los periodistas presentes le piden autógrafos y fotos. Ella firma y sonríe. “No me he traído la medalla de oro (de París), pero me he traído otra medalla que en mi vida me hubiera imaginado que se podía conseguir: el cariño, el apoyo y la empatía de la gente. Las medallas son muy bonitas, pero yo me quedo con todo lo que hay detrás. Que la gente haya empatizado conmigo en las anteriores lesiones, con lo que he perdido en mi familia (su padre sufrió un accidente y falleció en julio del 2020)...”, agradece con emoción, casi sin poder terminar la frase. “Todavía se me parte el alma cuando alguien me dice cuánto lloró (con su última lesión). Me hubiera gustado que las lágrimas fueran de alegría y no de tristeza”, lamenta con ternura.

Tomás Roncero (subdirector) se saca un selfi con Carolina. JESUS ALVAREZ ORIHUELADIARIO AS

Desde que volvió de París, la agenda de Carolina echa humo. “Aburrir, no me aburro. En dos meses y medio, aún no ha llegado el día de tumbarme en el sofá”, reconoce entre risas. “Estoy haciendo más cosas que si hubiera ganado el oro, sin ninguna duda”, explica. Su figura, aunque esta vez no cuelgue un metal de su cuello, va más allá del deporte y de los resultados. Un tópico que, en su caso, adopta forma de verdad abrumadora. “El otro día, me llegó el mensaje de un chico al que le entró fobia a volar. Estuvo trabajando con un psicólogo y se volvió a atrever. Primero, se fue a Ibiza. Luego, cogió un avión de 10 horas. Y se llevó mi libro. Me dijo que en el avión se recordaba constantemente mis palabras de ‘puedo porque pienso que puedo’. En ese viaje, se leyó el libro dos o tres veces. No me lo podía creer”, pone como ejemplo. “De lo que más orgullosa me siento es de los valores que he dejado en la pista y que la gente se sienta identificada con ellos. Que utilicen mi lema, mi libro...”, completa. Su legado.

Un horizonte “muy abierto”

En una de las paredes de la redacción, están pegadas nueve de las cientos de fotos que el fotógrafo desplazado de AS, Jesús Álvarez Orihuela, le sacó a Carolina en París. La onubense rechaza colgar dos más. Una es el momento de su lesión; la otra, la de sus gritos de dolor en el suelo. “Ahora sólo quiero felicidad”, justifica la campeona olímpica, que está siguiendo un proceso “muy diferente” al de las dos lesiones anteriores. “No tengo ninguna prisa por volver a coger una raqueta. Desde que me rompí, no he cogido una. A día de hoy, no pienso en hacerlo. No quiero agobiarme ni obsesionarme con el bádminton. Con las dos lesiones anteriores, también he pasado lo mío. Ahora, estoy en un momento de mi vida en el que quiero hacer otras cosas, como pasar más tiempo con mi familia, que está toda en Huelva y a veces se me hace difícil estar con ellos”, se extiende Marín, cuya rutina actual consiste en entrenar de lunes a viernes (sólo físico) y complementar la recuperación con tres sesiones semanales de fisioterapia.

Carolina Marín, con las fotos en los Juegos de París detrás. JESUS ALVAREZ ORIHUELADIARIO AS

Todo el equipo está muy contento con los avances. Hace dos semanas, en una revisión, los médicos le trasladaron a Carolina su satisfacción con el trabajo que están realizando. “Me dijeron que están muy contentos con la estabilidad que tengo en la rodilla. Me pidieron que me aguante hasta el tercer mes (para coger la raqueta) por el tema de los giros de las rodillas, por los meniscos y las suturas de los puntos. Estoy trabajándolo y he ganado mucha masa muscular, porque se me quedó la pierna superdelgada”, revela la onubense, cuyos ejercicios actuales se centran en “ganar grados de flexión”. “Principalmente, estamos fortaleciendo el cuádriceps. Queremos mantener la fuerza del isquiotibial y del glúteo. Con el fisio, lo que hacemos es movilizar cicatrices, que eso va muy bien. Sin forzar nada, porque no hace falta y hay que tener aún cuidado con los meniscos”, desgrana.

El horizonte, con todo ello, está “muy abierto”. La “ilusión” de Carolina, como ha repetido en varias ocasiones, es llegar a los Europeos de 2026, que se podrían celebrar en Huelva. El proceso para que sea así, como adelantó este periódico, ya está en marcha. Esa meta, sin embargo, “no es una obsesión”. “Si cojo una raqueta, será para disfrutar. Si voy a estar amargada o el bádminton ya me lleva por otras vías, diré ‘hasta aquí hemos llegado’. Tengo muy claro que, en el momento en el que no disfrute de lo que esté haciendo, pararé”, confiesa sin mirar más allá. “A los Juegos de Los Ángeles, no. Dije que mis últimos Juegos eran los de París y eso no se me quita de la cabeza. Nunca digas nunca, pero diría que no. Lo primero es poder llegar a esos Europeos de 2026 y ojalá gane el oro, pero vamos pasito a pasito”, lanza, consciente de todo lo vivido a sus 31 años. “Por el promedio de las jugadoras, yo ya llevaría retirada cinco años. Yo ya estoy fuera de lo normal. He sido un bicho raro desde el principio”, dice con una sonrisa. Como quiere vivir ahora.

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