GOLF | PGA CHAMPIONSHIP

El PGA es una fiesta

Scheffler se descuelga en una barra libre de birdies en la que Lowry está a punto de batir el récord de los grandes. Schauffele y Morikawa, líderes con -15.

MICHAEL REAVESAFP

El PGA Championship es una fiesta. Un día es el récord del torneo y al siguiente la detención del número uno del mundo. Este sábado la música la puso Shane Lowry, que estuvo a un palmo de firmar la mejor vuelta en la historia de los grandes. Se quedó a un palmo, lo que le faltó para entrar a su putt de birdie en el 18, de la gloria. En cualquier caso entregó un 62 que le empata en el récord con Branden Grace (British Open 2017), Xander Schauffele (US Open 2023 y este mismo PGA) y Rickie Fowler (US Open 2023).

El irlandés, un jugador criado en links que se mueve por instintos, lejos de la estadística avanzada que ya manejan muchos golfistas, hiló nueve birdies sin fallo en un recorrido antológico en el que le ganó casi ocho golpes al campo. Fue el mejor con el putter, con el que ganó seis de esos impactos, a 1,40 por hoyo, 160 pies (48 metros) embocados. Si no fuera por una mala salida en el 18 que le impidió coger el green en dos golpes, seguramente otro gallo habría cantado. Lo suyo fue un regalo para la memoria de un tipo, el campeón del British Open de 2019, con el que hay que contar llegado el domingo. Le consoló un buen amigo de la Ryder, el inglés Justin Rose, que con un -7 para -12, segunda mejor tarjeta del día, oposita a su segundo grande tras el US Open 2013.

Ellos fueron los protagonistas principales, que no los únicos, en la superproducción que los guionistas del PGA Tour escribirían cada sábado de major si pudieran. El resto del reparto en la pelea por el trofeo Wanamaker lo firmaría Tarantino. En el top-16, apretujado en un lapso de seis golpes, convergen ocho grandes. El líder y el chico simpático que normalmente muere el primero en la peli, veremos esta vez, es Xander Schauffele, -3 para -15, acompañado por Collin Morikawa, el especialista, -4 en el día; en el papel de villano, el mejor de los hombres del LIV, un DeChambeau que se fue a -4 para -13 con un chip para eagle en el 18; secundarios de lujo, el favorito local, Justin Thomas, dos veces campeón del torneo, -4 para -10, y Viktor Hovland y Saheeth Theegala, a las puertas del estrellato con sus -5 para -13 y -4 para -14 respectivamente. Fuera del casting se quedó sorprendentemente Brooks Koepka, al que se esperaba merodeando la cima y en cambio se despeñó en un +3 para -4 con unos nueve primeros hoyos desastrosos. No descarten un cameo estelar de Rory McIlroy, bien pero algo corto el -3 para -8 que completó, en su intento de reeditar su última gran victoria, hace diez años en este mismo campo.

Scheffler pasa por el purgatorio

El ‘aguafiestas’ que nadie esperaba fue Scottie Scheffler. Sí, han leído bien. El texano ha sido tan inefable como golfista en los últimos años que por momentos invitaba a acogerse a la explicación divina. La que él mismo predica, creedor de que opera sobre sí mismo un poder sobrenatural que Dios canaliza a través de su cuerpo. Como aquel “Dios es del Real Madrid” que Juanma Rodríguez entona con sorna en El Chiringuito. Pero si eso fuera así, habría que inferir que el texano expió sus pecados en este sábado, el primero sin españoles en un grande desde la edición de 1998 de este mismo torneo tras fallar el corte Jon Rahm, David Puig y Adrián Otaegui.

Fue como si el Señor hubiera abandonado a Scheffler, humanizado al fin un jugador de talla histórica, cuatro victorias solo este año, entre ellas The Players y el Masters, tras su detención el viernes acusado de asalto a un policía y conducción temeraria en su intento por acceder al Valhalla Golf Club de Louisville (Kentucky, EE UU). Un caso que según fuentes legales citadas por la prensa estadounidense apunta a quedar en nada.

Salió a tres golpes de la cabeza y terminó 24º con +2 para -7, lastrado por un arranque de vuelta impropio, +4 en los cuatro primeros con dos bogeys y un doble. La reacción no fue suficiente en la happy hour de Valhalla y ni siquiera ayudaba la presencia en la bolsa de Scottie de un vicario de Dios, Brad Payne, capellán del PGA Tour que sustituyó a Ted Scott, ausente por la graduación de su hija. Si para algo sirvió la actuación del número uno del mundo, fue para devolvernos al terreno de la lógica: pertenece a nuestra misma especie y sus poderes son limitados.

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