El ‘nuevo’ hoyo 13, la novedad del año en el Masters
El Augusta National mete mano a la salida del Amen Corner, el último de un rosario de cambios que han transformado el trazado con el paso del tiempo.
Ahora que los rectores del golf, la USGA y la R&A, plantean introducir un nuevo tipo de bola para los profesionales que frene el aumento de las distancias a las que la golpean, aduciendo que esta dinámica lleva años obligando a muchos campos a realizar modificaciones para defenderse, pocos ejemplos mejores para cargarse de razones que el Augusta National, desde 1934 la casa del Masters. La remodelación del hoyo 13 que se ha realizado de cara a la 87ª edición del torneo, que arranca este jueves, es el último de un rosario de cambios ‘gatopardianos’, todos ellos destinados a mantener el torneo igual, a preservar su status quo como uno de los test más exigentes que puede enfrentar un golfista.
Se acerca a la centena la cantidad de lavados de cara documentados que han sufrido los 18 hoyos de este diseño de Bobby Jones y Alister MacKenzie. Los hay que han sido retocados hasta en seis o siete ocasiones. Algunos, incluso, se han alargado primero, acortado después y vuelto a alargar finalmente. Operaciones que también han demostrado el poderío económico del club, que en las últimas dos décadas ha comprado casi 110 hectáreas de tierras adyacentes, ya fuera por este asunto u otros, como construir aparcamiento suficiente para la semana del Masters, por valor de unos 200 millones de dólares (183 de euros).
El caso que nos ocupa, el 13, Azalea, no es cualquier hoyo. Es el final de lo que se conoce como Amen Corner (y también, como curiosidad, el que da nombre a la primogénita de Sergio García y Angela Akins), el rincón más famoso de este deporte, ese pasaje que comienza en el 11 (concretamente en el segundo golpe del 11, dirían los puristas) y que decide muchas veces el torneo, escenario de hazañas y desastres a partes iguales. En 1934, el primer año en el que se disputó la cita, era el cuarto segmento del recorrido y medía 480 yardas (unos 439 metros). Es un par 5 dogleg izquierda, protegido en su flanco izquierdo por pinos y un arroyo tributario del Rae’s Creek, el que defiende los greenes del 11 y el 12. Los cinco bunkers que en un principio castigaban a los que se pasasen el green fueron eliminados. La longitud se aumentó en 1955 y se disminuyó en 1967 para aumentarla de nuevo en 1974. Un año después se añadieron otras siete yardas (6,4 metros) y en 2002, en el esplendor de Tiger Woods, se alargó entre 20 y 25 yardas (de 18 a 22 metros). Para este año, 35 yardas (32 metros) más.
¿El objetivo? Endurecer el que históricamente se ha jugado como el hoyo más fácil de Augusta (4,7 golpes de media) y equilibrar los resultados. Menos doble bogeys o eagles, más pares y birdies. Ahora será más complicado coger el green en dos golpes, y la valoración del riesgo/recompensa cobra más relevancia.
Las reacciones han sido variadas. Rory McIlroy opina que el primer golpe no tiene realmente “mucha importancia”. El importante, asegura, es el segundo, y ese ahora será “mucho más difícil”. “Normalmente pegaba un hierro 8 en terreno llano. Ahora seguramente tendré que jugar un 5 con la bola por encima de mis pies. Te hace pensar un poco más, y creo que eso está bien”, desgrana. “A lo largo de los años se ha endurecido”, reconoce Dustin Johnson, que cree que los cambios perjudican especialmente a jugadores que, como él, abren la bola. Spieth considera ahora el hoyo “más excitante”. Ni mejor ni peor, “diferente”.
“Nadie ha conseguido nunca un campo a prueba de Bubba”, zanja con humor Bubba Watson, cuya estrategia en este hoyo durante 2014, la segunda de sus dos victorias en Augusta, con un draw perfecto desde el tee que le dejó 128 metros a green, es señalada por muchos como uno de los motivos detrás del rediseño. Los próximos cuatro días darán, o no, la razón a los hombres de verde en esta nueva apuesta para seguir conteniendo al golfista moderno.