RUGBY I EL DEPORTE TRAS LA DANA

Campoval, patada a seguir tras la dana

César Sempere, mentor del proyecto, intenta encontrar una fórmula para reconstruir la única instalación privada de rugby de Valencia: “Lo he perdido todo”.

Una batería de furgoneta junto a una mesa con un ordenador recuerda que en Campoval estuvo varios días sin luz. En las cuatro patas todavía quedan restos de fango y en las paredes, descorchadas, queda patente hasta dónde llegó la riada. Lo que hasta hace tres semanas era la cafetería de la única instalación privada de rugby de Valencia, las otras dos de la provincia son municipales, hoy es un improvisado almacén. Ahí, César Sempere, mentor del proyecto e internacional por España, entre botellas apiladas de lejía y camisetas rescatadas del barro, se rompe: “Lo he perdido todo”.

Material dañado por las inundaciones.

En el ordenador tiene una hoja de Excel en la que redacta los desperfectos causados por la dana. Acabaría antes enumerando qué se ha salvado. En el terreno de juego solo las porterías nos evocan que ahí se jugaba al rugby, amontonados en un rincón una docena de balones ovalados que resistieron al agua, y de las 11 habitaciones de la residencia solo se han podido adecentar dos con varias literas de hierro. En ellas duermen en las últimas semanas (“como sí del camino de Santiago se tratara”) algunos de los miles de voluntarios que se han acercado por Picanya para ayudar. En una de esas camas descansa lo poco que puede César Sempere. La primera noche porque le pilló allí, las otras para “evitar saqueos”.

Sofás de la residencia que han acabado en la escombrera.

Campoval está ubicado entre naranjos, a unos 500 metros del casco urbano de Picanya, junto al colegio Gavina, también arrasado y donde aún se afanan profesores, padres y voluntarios por adecuarlo para ponerlo en marcha. Precisamente el tsunami que devastó Campoval entró por la pared contigua al centro educativo, un pequeño altillo de metro y medio que se transformó en una cascada voraz. La lengua de fango llegó tras el desbordamiento del Barranco del Poyo a su paso por Torrent. En su ruta hacia L’Albufera, el caudal inundó primero la residencia, hizo desaparecer la grada de 500 asientos (no hay rastro alguno ahora de ninguna butaca), convirtió el terreno de juego en un lago y continuó hacia Picanya haciendo añicos la puerta y las vallas.

“Reconstruir Campoval costará mínimo 700.000 euros, un dinero que no tengo, veré qué hago”, comenta con la voz entre cortada César Sempere, que recuerda como en “apenas 9 minutos” cambió su vida y la de centenares de miles de personas. Él, que alrededor de las seis de la tarde del 29 de octubre salió de Campoval a por gasolina, un recinto que inauguró en pandemia con la colaboración de la Fundación Trinidad Alfonso, ya no pudo regresar a pesar de estar a 200 metros. Pasó cuatro horas en un montículo de las vías del tren, contemplando cómo el fango devoraba todo a su alrededor.

Reconstruir Campoval costará mínimo 700.000 euros, un dinero que no tengo, veré qué hago”,

César Sempere, director de Campoval

“Llevamos tres semanas limpiando y no vemos la luz, nos falta asesoramiento, nadie nos ha llamado”, confiesa Sempere, que ha tenido que hacer un ERTE para sus tres empleados, , que dejará de ingresar “unos 50.000 euros” por eventos cancelados y a quien en breve le llegará otra letra de 3.000 euros del césped de un terreno de juego (“homologado por World Rugby”) que esta inservible. “Si cerramos, clubes como Tatami y Horta pueden desaparecer, la Federación se quedará sin campo, 300 familias están a la espera...”. Por ellos y por un sueño llamado Campoval, Sempere le da vueltas a cómo resurgir, informándose de posibles ayudas que solicitar y buscando soluciones: “El fútbol tiene más recursos, si podemos compartir la instalación, lo haremos”.

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