La historia de la Eurocopa | España - 1964

El mayor éxito de nuestra Selección

A pesar de las críticas, Pepe Villalonga renovó la Selección dejando fuera a nacionalizados y veteranos. Se pasaron apuros frente a Irlanda del Norte. En la fase final, los aficionados supieron empujar al equipo hacia la victoria. La reincorporación del ‘italiano’ Luisito Suárez fue determinante. Marcelino, con su cabezazo genial, superó a Zarra en nuestra mitología futbolística.

Bernardo de Salazar

El fracaso en el Campeonato Mundial de Chile dejó honda huella. Se nombró seleccionador nacional al comandante José Villalonga, triunfador con los dos equipos madrileños en toda clase de torneos. Su primera convocatoria para enfrentarse a Rumanía desató toda clase de críticas. Prescindía no sólo de los nacionalizados (Santamaría, Puskas, Di Stéfano y Eulogio Martínez) sino también de los emigrantes Suárez, Peiró y Del Sol. El día de los Santos, un equipo joven e inexperto desarboló a los rumanos (6-0). En el partido de vuelta, confiados en la enorme ventaja, se jugó con cierta relajación. En octavos de final se tropezó en San Mamés con Irlanda del Norte. Para acudir al compromiso de Belfast contó Villalonga con Suárez y Del Sol. Un gol de Gento abrió la puerta de los cuartos de final.

En Sevilla, ahora frente a los otros irlandeses, debutó Iríbar en la portería y se alinearon en la delantera los magníficos zaragocistas Marcelino, Villa y Lapetra que lo bordaron. En Dublín, Zaballa sustituyó al lesionado Amancio y en su única actuación con nuestra selección absoluta, el pequeño exterior cántabro marcó dos goles de cabeza ante los fornidos irlandeses.

Para la fase final, Villalonga concentró el 9 de junio en La Berzosa a 18 jugadores. Estaban todos los triunfadores de la eliminatoria anterior y además los Luises italianos, Suárez y Del Sol. La semifinal frente a Hungría fue dramática. Los magiares tenían un gran equipo con Tichy, Albert, Bene, Sipos, Meszoly... Los noventa minutos fueron igualados en el juego y en el marcador. Pudo ganar cualquiera, pero España contaba con el apoyo del público y con un Amancio, el gallego sabio, que acertó a marcar las diferencias.

Al día siguiente, tal vez molesto por su ausencia de la alineación, Luis del Sol pretextó una extraña dolencia y abandonó la concentración.

La final, prevista para el día 21 de junio, festividad de San Luis, se presentaba plena de morbo. Los soviéticos en Chamartín, con su bandera, su himno, su título vigente de campeones, nuestra espantada de cuatro años antes...

Bajo la lluvia, 120.000 espectadores en los graderíos. Tempranero gol de Pereda, pronto igualado por Jusainov. Juego de dominio alterno y exceso de centrocampismo, con Korneyev como secante de Suárez. Faltaban seis minutos para llegar al final cuando Marcelino conectó de forma inverosímil un cabezazo prodigioso que no tuvo respuesta en Yashin. El júbilo inundó el estadio y Olivella recogió el trofeo en medio del general entusiasmo.

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