Laporta Abramovich... y Ronaldinho

Es lo que hay. Si ayer el derecho de retención era casi una esclavitud para el jugador, hoy la cláusula de rescisión es un dogal para los clubes. El Barcelona puede hacer mucho dinero si el Chelsea ejecuta este requisito, pero, en principio, sufrirá una considerable descapitalización en el plano deportivo. Ni la capacidad de seducción y amistad del tándem Laporta/Rosell, ni el talonario de Abramovich. Será finalmente Ronaldinho quien tenga la última palabra. Y prefiero creer que ni tan sólo su hermano/representante. Llámese ley del mercado o el carajo de la vela, lo cierto es que un club lo tiene magro para retener a un jugador si éste decide dar por concluido el contrato, aunque esté en vigor. Es humano dudar cuando se ofrecen diez millones de euros netos por temporada. Casi el triple de lo que se está percibiendo. Acabe como acabe el tema, sólo habrá un ganador: el futbolista. Si el Barça logra convencerlo será porque le revisará el contrato al alza... y sólo acaba de cumplir el primer año de compromiso. En estos asuntos los clubes están condenados al inútil ejercicio de intentar clavar huevos duros en la pared.

A Laporta y su directiva esta cuestión, no por inesperada, les pilla a medio cruzar la calle. En plena y necesaria limpieza del vestuario, para moldear una plantilla equilibrada y con el brasileño como estandarte. Es sensato el pensar que su ausencia o presencia condiciona los futuros fichajes. Ingreso de dinero para construir un proyecto nuevo y, de paso, rebajar la deuda o, por el contrario, aumentar el gasto y retener a un jugador que ha realizado la mejor temporada de su vida profesional y buscarle jugadores complementarios para mejor armonizar el equipo. En el fútbol rara vez dos y dos son cuatro. Es un juego y como tal la lógica es vaporosa y casquivana. Entiendo que la directiva culé dude ante el camino a tomar en esta bifurcación. La excelente actitud deportiva y humana de Ronaldinho hace todavía mas difícil la elección: la afición está con él. Aunque el sentido común aconseja siempre no poner todos los huevos en un mismo cesto. Y es que una cosa es la magia del juego que dribla la lógica y otra muy distinta desafiar a la razón de ser.

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