PARÍS 2024

De la pata de cabra y el vino a los primeros Juegos vegetarianos

El comité organizador de París tenía como objetivo que el 60% de los alimentos que sirvieran no fueran de origen animal. La historia de la nutrición olímpica la ha estudiado Xavier Santabàrbara.

DIMITAR DILKOFFAFP

La alimentación y el deporte son un reflejo de la sociedad. Lo demuestra la apuesta de París 2024 por convertirse en los primeros Juegos Olímpicos vegetarianos, proponiéndose que hasta el 60 por ciento de la oferta nutricional –40 por ciento, curiosamente, en el caso del fútbol– estuviera basada en comida de origen no animal. Otra cosa es que se recordarán también por la falta de proteínas, por las colas de deportistas y por la cantidad de magdalenas disponibles en la villa olímpica. En cualquier caso, se trata del punto culminante, hasta ahora, de una relación que se inició ya en los Juegos de la Antigua Grecia y que ya en la era moderna ha experimentado de cerca los ecos de guerras y de la profesionalización. Y grandes innovaciones, como sucedió en Barcelona 92.

“La dieta ‘plant-based’, que se refuerza con patrocinadores que ofrecen ese tipo de alimentos, es uno de los conceptos clave del comité organizador, junto a la experiencia gourmet, ya que la gastronomía francesa es patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO y son muy orgullosos de lo suyo, y al producto local, que posibilitará unos Juegos sostenibles”, explica a AS Xavier Santabàrbara, doctorando en Salud y Psicología y autor de la tesis ‘Evolución y cambios en la nutrición deportiva, la provisión de alimentos y la gastronomía en los Juegos Olímpicos de la era moderna (1896-2020)’, que le ha comportado tres años de investigación.

A más de dos milenios, casi tres, hay que remontarse para encontrar esos Juegos de la Antigua Grecia en que, a su manera, ya daban “mucha importancia” a la alimentación. “Si comían una parte de un animal, como una pata de cabra, creían que tendrían la fuerza, la agilidad o la velocidad de aquel animal”, señala. “Diógenes Laercio (historiador) explicaba que los deportistas comían trigo, queso fresco, frutos secos. Si hacían algún deporte de fuerza ya comían más carne, más proteína. Son los padres de nuestra civilización, también a nivel alimentario”, destaca.

Xavier Santabàrbara, autor de la tesis ‘Evolución y cambios en la nutrición deportiva, la provisión de alimentos y la gastronomía en los Juegos Olímpicos de la era moderna (1896-2020)’.

El impacto de las guerras

En un salto del tiempo abismal hacia la era moderna, todo empezó siendo “una fiesta del deporte, en el sentido literal, por eso no le daban importancia a beber vino”. Ya el inicio de la profesionalización del deporte se considera Los Ángeles 1932, “aunque fue a partir de Berlín 1936 cuando se le dio mucha importancia a la alimentación. El organismo que velaba por la salud pública ya probaba con complementos alimenticios. Y hasta México 1968 se tuvo la idea de que las proteínas eran muy importantes para el rendimiento, no así los hidratos de carbono. La escuela escandinava es la que descubre sus beneficios”.

Entretanto, se suceden en el planeta conflictos bélicos, que tienen su incidencia también en la alimentación. Tras la Segunda Guerra Mundial, y con Japón sumido en una importante depresión, “aparece un levantador de peso, Isamu Shiraishi, que en Helsinki 1952 no fue capaz de contenerse ante tanto manjar, hasta el punto de que no pudo ni competir en la prueba que le tocaba porque superó el peso permitido (56 kilogramos o menos)”.

Otro frente abierto, y durante décadas, fue la Guerra Fría. Analiza Santabàrbara que “la alimentación preocupaba por los boicots que los americanos y soviéticos pensaban que les haría el otro. Y luego hay imágenes que reflejan muy bien lo que fue el conflicto: los rusos querían evitar la imagen de que se viera a sus deportistas bebiendo Coca-Cola”.

Un menú de la villa olímpica en París 2024.DIMITAR DILKOFFAFP

De las bolas de arroz a la creatina

Mientras las villas olímpicas iban aumentando sus habitantes de 30 deportistas hasta los cerca de 12.000 actuales, la dieta atlética no pasaba de cuatro elementos. “El caso paradigmático es el de los japoneses, que defienden a muerte su cultura gastronómica pero no la veían apta para un deportista. Hasta que su equipo femenino de vóley ganó el oro en Tokio 1964 sustentándose en bolas de arroz con pescado. Es uno de los fenómenos que explican por qué hoy en cada casa de Japón hay una arrocera. Ese título olímpico cambió la percepción de su propia alimentación”, subraya el doctorando.

¿Y los Juegos de 1992? “Fueron unos Juegos de marca Barcelona. Y toda la alimentación asociada a ella se difundió. También se impulsó el etiquetaje nutricional de los menús, que nunca se había hecho, y estrategias para agilizar las colas en los bufets. O escaparates de información nutricional, para que el deportista supiera qué era lo que realmente consumía”, enumera Santabárbara, quien culmina con que “a Barcelona 92 le debemos la difusión de un suplemento deportivo archiconocido como la creatina. Se puso en el mercado porque Linford Christie, al ganar los 100 metros lisos, dijo que la había consumido”.

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