JUEGOS PARALÍMPICOS TOKIO 2020

La Villa Paralímpica, el cruce de caminos de veteranos y noveles

Para Alba García, de 19 años, estos son sus primeros Juegos. Para José Manuel Ruiz, de 43, los séptimos. A través de sus experiencias descubrimos cómo es la vida en la Villa y su aclimatación.

Tokio

El inicio de los Juegos Paralímpicos es cuestión de horas. Los deportistas del equipo español llevan desde el viernes en Tokio aclimatándose al nuevo horario, la temperatura... Paseando por la Villa. Algo que vive con especial ilusión Alba García. La atleta, de 19 años, es una de las benjaminas de la expedición y se estrena en unos Juegos. "Estoy alucinando con todo. El comedor es gigante, como una especie de nave industrial y con tanta comida que agobia (ríe). La gente es súper amable y nos saluda en español. Hemos entrenado por la Villa, por asfalto y salimos a pasear por las mañanas. Ahí ya te cruzas con personas de otros países porque en el piso sólo estamos las españolas", comenta la madrileña, que tiene amaurosis congénita de Leber y un grave déficit visual desde que era niña y forma parte del Equipo Promesas de Liberty.

Nada más llegar, había una visita obligada. "¡Ya tengo la foto con el Agitos (símbolo Paralímpico) y con la mascota! Primero había que hacer eso y luego ya todo lo demás", bromea con una felicidad contagiosa. Una vez cumplida esa primera misión, la segunda era hacerse al clima. "Me lo esperaba peor y me he llevado una alegría. Está nublado y corre el aire, eso sí, tengo el pelo bufado (ríe). Afecta, pero en mi caso son pruebas cortitas", expone Alba, que esboza algunas pinceladas sobre la convivencia con sus compañeras: "Somos ocho mujeres y tenemos dos baños. ¡Imagínate! No hemos tenido mucho drama todavía, nos estamos organizando bien. Con ellas me siento arropada. Hay algunas debutantes más y a todas nos une esta gran ilusión".

Si Alba lo vive desde la perspectiva de sus primeros Juegos, José Manuel Ruiz (43 años) lo hace desde la experiencia de quien comienza sus séptimos. Algo al alcance de muy pocos. Sólo el palista y el nadador Xavi Torres pueden decirlo de esta expedición. "La Villa es muy parecida a la de citas anteriores. Salvo a la de Atenas 2004, en donde había pequeñas casas, dúplex y las distancias eran más grandes. La estructura es siempre similar: restaurante, zona de ocio muy restringida por la pandemia, policlínica, gimnasio, tiendas... Como curiosidad están las camas de cartón. Ya hicimos la prueba del algodón saltando encima y lo resisten", ríe el granadino, que llega a Tokio después de haber superado en tiempo récord su lesión en el Tendón de Aquiles de la pierna derecha.

Hay más cosas llamativas en el día a día por tierras niponas. "¡Autobuses eléctricos sin conductor! Va dentro controlando el acceso y la apertura de las puertas, pero no conduce. Además va con energía solar y el diseño es muy chulo, por la noche la iluminación es bonita. No podía ser de otra manera en un país tan tecnológico... El comedor tiene unas pantallas de metacrilato y cada uno está en una especie de cabina que te aísla de los demás", describe José Manuel, que añade: "El COVID nos ha privado de ese ambiente de los Juegos, ese murmullo en las ciudades y la vida en la calle. Ahora vamos de la Villa a la sede a entrenar y no ves a casi nadie. Será triste que no haya público en las gradas porque se crea un ambiente mágico, que genera mucha adrenalina para el deportista".

Eso sí. El equipo de tenis de mesa se ha adaptado a la perfección a este nuevo horario. Ni rastro del jet lag. "Los cuatro o cinco días antes de partir hicimos una aclimatación progresiva en el CAR de Madrid. Íbamos moviendo el desayuno, el entrenamiento... Todo, media hora antes. De manera que, el jueves que viajamos, desayunamos a las 04:30 horas. Es la primera vez que lo hago, pero nos ha ido bastante bien. Y en cuanto a la temperatura... notamos más la humedad", concluye el palista, que nació sin parte del brazo derecho por una agenesia congénita.