Sin delantero no hay recompensa
El Real Valladolid renunció a esta figura durante la última media hora de La Cerámica, una decisión que le penalizó en hasta ocho envíos realizados al área.
Dos meses después de la última vez que le sucedió, el Real Valladolid se quedó sin marcar gol ante el Villarreal B en una nueva demostración de los problemas que tiene en vanguardia. A los ya consabidos en forma de lesiones se le añadió la decisión de Paulo Pezzolano de prescindir de la figura de un delantero puro durante más de media hora, después de sustituir a Salazar, titular en La Cerámica, y de, según sus propias palabras, no ver “el momento” de dar entrada a Arnu.
A pesar de ir por debajo en el marcador y de ser el atacante de mayor estatura con el que podía enfrentarse a la defensa amarilla, que conformaban un central de 1,85 (Íñiguez) y otro de 1,92 (Lekovic), el técnico charrúa habló de “ver bien el momento del debut” y de que “no veía el partido para él”. Sin embargo, además de la propia especificidad en la posición, de la necesidad y del tamaño, habría jugado en favor del palentino la misma forma que el equipo tuvo de atacar.
No en vano, en esa media hora, los blanquivioletas generaron cuantiosas situaciones de envíos al área, y en la mayoría de ellas, ocuparon los espacios de manera deficiente, en buena medida, por esta carencia. Aunque no siempre se hizo notar, el hecho de no disponer de un delantero puro, a cambio de ubicar a un otra vez gris Robert Kenedy, impidió una mejor resolución de algunas llegadas amenazantes, que, gracias a la insistencia que caracteriza al Real Valladolid, las hubo.
Montiel y Kenedy
Joni Montiel fue quien entró en el lugar de Salazar superada la hora de juego y lo sustituyó empleando un rango amplio; lo mismo acompañaba a Kenedy en la presión que se le veía más próximo a la base de la jugada cuando empezaban las operaciones. Esto, unido a que Kenedy no se clavó en la posición de nueve, permitió que los centrales no fueran capaces de fijar marcas y propició algún que otro contacto entre líneas, aunque el brasileño erró, por ejemplo, en una recepción en el minuto 66.
Once minutos más tarde volvió a hacerlo con un cabezazo mal direccionado, a centro de Anuar, en el que, estando solo en el área, atacó mal el balón, minetras que, en la jugada siguiente, se quedó en la frontal y no atacó zona de remate ante un envío desde el otro lado, en el que solo Luis Pérez estaba dentro del área. Con todo, con solo un jugador cerca, y además, no específico, a los zagueros amarillos se les vio cómodos en la defensa del área, sobre todo de los centros laterales.
Del desborde de Moro a los centros
El principal recurso ofensivo esgrimido a lo largo de todo el partido por el conjunto vallisoletano fue el desborde de Raúl Moro, que desde la línea de fondo sirvió varios balones con marchamo peligroso. Así lo hizo en el minuto 69, cuando combinó con Lucas Rosa y puso el balón al área, donde, en esa ocasión sí, había un buen equilibrio con los zagueros, o en el 71′, cuando se incorporaron Joni Montiel y Anuar, que estuvo a punto de rematar, en una segunda oleada.
A pesar de la sobrecarga del juego por la izquierda, la banda derecha tuvo un peso relativo a través de varios centros de Luis Pérez y de un Anuar que ganó posiciones de remate con cierta frecuencia. Esa tendencia a los servicios al área fue cada vez mayor y, por ejemplo, el lateral andaluz apuró la línea de fondo en el 87′ y puso un servicio atrás, donde solamente había defensores y, sin embargo, la jugada casi termina con un gol en propia que evitó Iker Álvarez.
A pesar del incremento de este tipo de acciones, Pezzolano se mantuvo firme en la idea, quizás viendo que su equipo sí estaba generando acciones prometedoras, aunque ni la ocupación de los espacios ni la resolución fueran las mejores. Ya en el tiempo complementario, en el 91′ y en el 93′, se produjeron tres acciones por las que bien habría valido la pena dar entrada a Arnu: en esos instantes, se produjeron dos envíos aéreos desde la derecha y uno desde la izquierda en los que quienes estaban en posiciones de remate eran Monchu, Anuar, Moro y Montiel, al menos, diez centímetros más bajos que los centrales, lo que favoreció su dominio del área y su capacidad para evitar que finalizasen.
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