El Huesca hurga en la herida azul

El Cuco Ziganda ganó en el Tartiere el partido que tantas veces había conquistado desde el banquillo local. Supo resistir el Huesca las embestidas azules y bajarle las pulsaciones al choque. Supo esperar su momento y, cuando este llegó, asestarle la estocada definitiva a un Oviedo sin juego ni orgullo para reaccionar. El Cuco salió victorioso de una batalla que deja Bolo al borde del abismo.

Los dos técnicos optaron por retocar sus piezas para mantener el espíritu del equipo. Bolo dio continuidad al 4-2-3-1 de gratas sensaciones en La Romareda, aunque para ello tuvo que exiliar a Obeng en la izquierda. Ziganda mantuvo su apuesta a equipo granítico, indigesto para los rivales.

Salieron los azules con una marcha más, empujados por la situación clasificatoria y por la acumulación de semanas sin ganar. Una cuestión de hambre más que de fútbol. Y llegaron las ocasiones para los locales. Luengo la tuvo en la cabeza a los 3 minutos, Obeng en su derecha en un balón sin dueño a los 8 y Rama buscó la escuadra con su mirilla a los 18, pero Andrés respondió con un guante firme.

El Huesca resistió el envite inicial con apenas raspaduras, ningún daño serio, y empezó a estirarse, como consciente de que superado el trago inicial se iniciaría un nuevo partido. Uno con menos pulsaciones, más pausado. Más aburrido, en resumen. Más cómodo para los visitantes, a los que les convenía limitar las escenas más picantes.

En este nuevo guion, de control alterno y pases sin el más mínimo riesgo, solo Obeng logró acercarse al premio, con un cabezazo que se fue por encima del larguero. La monotonía llevó el choque al descanso con la impresión, o más bien la esperanza, de que algo acelera las cosas en el segundo acto.

No tardó en comprobarse que el Huesca estaba mucho más cómodo. A los 54, se evidenciaron muchos de los males del Oviedo de la temporada. Montoro perdió un balón sencillo en el medio, Valentín le hizo un lío a Pomares en una baldosa y Carrillo le ganó la pugna a un tibio Tarín en el remate. El 0-1 dejaba al Oviedo noqueado.

Bolo quiso hacer reaccionar al equipo con un triple de vitaminas: Bretones, Flores y Bastón al verde. Y el nueve disfrutó pronto de una opción clara, pero su volea se fue desviada. El efecto efervescente, de nuevo, se diluyó casi de inmediato.

Pudo sentenciar el Huesca tirando de laboratorio. Centró Mateu con precisión y potencia y Pulido ganó el duelo para devolver la pelota al área, pero la prolongación cayó sobre el larguero sin encontrar un segundo rematador.

El Oviedo no tenía juego, ha carecido de él todo el año, pero tampoco carácter para lanzarse a por el premio, atenazado por la crisis que golpea a una plantilla con mucho peor aspecto del que dice su curriculum. Desdibujado, nervioso y sin patrón de juego, solo Obeng de cabeza inquietó la meta oscense.

El choque murió sin más historia. Con pitidos desde la grada, hastiada de una temporada que se inició ilusionante y va camino de convertirse en un drama. A Bolo solo le aguante, parece la acumulación de partidos esta semana. Su crédito parece agotado.