100 AÑOS DE MESTALLA (EPISODIO II)
El pueblo de Mestalla
El ambiente de Mestalla fue único y siempre será diferente. De las tracas a los tifos, de las sillas de enea a General de Pie, de Yomus a Gol Gran, un recorrido histórico por la animación de un estadio que cumple 100 años.
Con motivo del centenario de Mestalla, AS va a realizar un serial de diez episodios que cada día, a las 16:00 horas, publicará en as.com. Será a la misma hora en la que el balón echó a rodar en Mestalla aquel 20 de mayo de 1923, en el primer duelo ante el Levante.
EPISODIO 1 (El primer día de Mestalla)
EPISODIO 2: El pueblo de Mestalla
La vida de Mestalla es la suma de muchas. La historia de los cien años de Mestalla es la de millones de personas que una o múltiples veces han estado en sus gradas. Es el poble (pueblo) de Mestalla, un concepto que acuñó la peña Gol Gran en el boletín Recolzem que repartían hace dos décadas en los prolegómenos de los encuentros y que ha dado título y guion a un libro del periodista Joan Carles Martí.
Mestalla tiene su propia identidad, su leitmotiv, creado a partir de personas dispares. Sus gradas dan cobijo a gente de diferente ideología, clase social, creencias religiosas, raza y orientación sexual. En verdad eso sucede en casi todos los estadios del planeta. Pero en Mestalla todas o la mayoría tienen dos puntos en común: ese carácter Mediterráneo de la ciudad, con su dosis de meninfotisme (despreocupación), y un sentimiento de pertenencia sin fisuras.
Mestalla es acorde de pasodoble con sus bandas de música. Mestalla es fallera, porque es festiva, optimista y también satírica. Nadie como un dirigente checo del Sparta de Praga allá por 1924 ha definido mejor lo que es el Valencia y su afición: “Ustedes tienen lo más importante, tienen la voluntad de llegar”, una frase que recuperó de la hemeroteca el escritor Miquel Nadal. Mestalla un día planta la Falla como al otro la quema para volver a levantarla al siguiente.
Mestalla tiene ganada su fama en España y en el mundo. Los rivales, en especial los de postín, apuntan en su agenda la fecha de su visita como si tuvieran cita con el dentista. Quienes allí han jugado de local nunca olvidan la sensación de sentirse arropado y en ocasiones vilipendiado. Mestalla se enamora sin conocerte y te pone la cruz sin pestañear. Te odia y te ama en un mismo minuto. Quizás se deja llevar a las malas y enloquece con el viento a favor. Pero también sabe de fútbol y su lectura le hace manejar los tiempos de los partidos. Mestalla está siempre y premia el sacrificio.
El poble de Mestalla ha sido a su vez un reflejo de la evolución de la sociedad en general y del fútbol en particular. Del olor a puro y regaliz al del espacio sin humos y perritos calientes; de la valla de separación entre césped y grada a la U televisiva; de las sillas de enea a las butacas naranjas; de General de Pie a los palcos privados; de las almohadillas verdes volando hacia el terreno de juego como protesta por un mal partido o arbitraje a las cartulinas amarillas de ‘Lim Go Home’.
Las tracas: su seña de identidad
Mestalla también ha sido víctima de la globalización. La de Valencia nunca ha sido una afición coral, allí cantan unos pocos y el resto les hace palmas. Pero sus canciones de hoy se escuchan también en otros estadios como las del verano en las listas de Spotify. A Mestalla le queda como distintivo su “burro, burro” al árbitro de turno, su highlight de “Mestalla se pregunta” y ese intento reciente de convertir en un himno el “Beso y una Flor” de Nino Bravo, un canto imposible de hacer suyo por otras aficiones por el calado social que tiene ese genio en la terreta. Pero hubo un tiempo, durante muchas décadas, en el que el ambiente de Mestalla era único en el mundo.
“Mestalla tenía un estilo propio hasta la prohibición de la pirotecnia dentro del recinto”, reflexiona el escritor Rafa Lahuerta, cofundador de Gol Gran e ideólogo de múltiples acciones de animación en Mestalla. “Desde la creación del club, las tracas fueron el sonido inconfundible del estadio, primero en Algirós y después en Mestalla, ahí están las fotos del día de presentación de la bandera del club que lo atestiguan”, señala.
“La importancia del partido se medía por el número de banderas y gorras que hubiera. Ya no se disparaban tracas sobre el terreno de juego, pero sí en la grada. Se metían sin control y se encendían por doquier. Si el partido era importante las cuatro esquinas del campo reventaban bajo la sonoridad extra de los masclets. Era un orgullo atávico. El orgullo tribal. La pólvora era nuestra carta de presentación. Lo era siempre. En Mestalla, fuera de Mestalla, también en Europa. La pólvora festiva y liberadora. Llegábamos a cualquier sitio y nada más bajar del autobús alguien encendía una traca. El olor a pólvora nos excitaba y nos excita. Es el olor de la fiesta y el exceso. Es la magia del Mediterráneo lúdico, festivo, sensual, procaz, libertino. Es todo eso que cuesta tanto entender más allá de Utiel” (La Balada del Bar Torino, Rafa Lahueta)
Hasta 1975, las tracas recibían a los futbolistas cuando los equipos salían del túnel de vestuario. En cada una de las cuatro esquinas se encendía la mecha al unísono y explotaban los petardos que atemorizaban a los visitantes, nada acostumbrados a tal estruendo y algarabía. A su vez dotaba al estadio de una fragancia que deleita el sentido del olfato de los valencianos. “La Liga de 1971, la cuarta que conquistó el Valencia, es recordada por su olor a pólvora”, recuerda el periodista Alfonso Gil.
Esa iniciativa pirotécnica era auspiciada por el propio club, que permitía el lanzamiento de tracas en el césped. Esa mascletà de bienvenida dejó de hacerse a raíz de un accidente en los prolegómenos de un Valencia-Sporting el 12 de marzo de 1975 que causó heridos entre el público de las primeras filas, perdiendo uno de ellos la visión de un ojo, como relata el periodista Paco Lloret en su obra ‘Bronco y Copero’.
Las tracas continuaron lanzándose en el graderío de Mestalla hasta su definitiva prohibición en 1988. “En General de Pie había una peña cuyo nombre era inequívoco: ‘Traca va’. No sé las que traían a cada partido, porque recuerdo un 6-0 al Xerez que, por más goles que marcábamos, no se les acababa la pólvora”, recuerda Lahuerta. La normativa se puso férrea ese año, impidiendo el acceso al estadio de las tracas, aunque en Mestalla y en otros estadios continuaron encendiéndose bengalas, que eran más fáciles de camuflar a la entrada, hasta que el lanzamiento de una en Sarriá acabó con la vida de un niño en 1992 y los cacheos se intensificaron. Aún así, como recuerda Lahuerta, en un Valencia-Liverpool de 1998 de repente explotó una traca en la Grada Numerada: “Fue algo clandestino, la última, y sonó como El canto del Cisne”.
De las bengalas y papeles de Yomus a las pancartas de Gol Gran
Los últimos tiempos de las tracas en Mestalla coincidieron con dos factores que agitaron a su vez el ambiente en el estadio: la mayúscula respuesta social tras el descenso de 1986, con una regeneración del público, y la intromisión en el fútbol español de grupos ultras. En el caso del Valencia, Yomus. La concentración de los más jóvenes en uno de los fondos del estadio, además de ideología ultra y capítulos de violencia, generó iniciativas de animación novedosas, con influencia de Italia e Inglaterra.
Las banderas de grandes dimensiones, los globos y algún mosaico con cartulinas de colores daban vida a la General de Pie, donde se respiraba el frenesí de los primeros años en democracia. Se sumaba a la causa lúdica el horario del Valencia como local: sábado a las 22:30 horas. A destacar los recibimientos con lanzamiento de papelitos y rollos de papel higiénico, como los mil que se lanzaron en un Valencia-Real Madrid.
Los partidos contra el Real Madrid siempre han sido especiales y simbólicos en Mestalla. En este sentido, además del mencionado de los rollos de papel, en su obra ‘Camp de Mestalla’ Paco Lloret relata que fue en una visita de los madridistas, un 6 de marzo de 1977, en plena Transición, cuando las banderas con los colores de la Senyera se hicieron dueñas del graderío de Mestalla, sustituyendo a partir de entonces a las habituales banderas de color blanco.
La animación en el graderío del estadio da otro giro con la fundación de Lubo Gol Gran. Y no solo por su ubicación, en el fondo opuesto a donde seguía presente Yomus. Esta nueva peña nace con una doble filosofía: renegar de los movimientos radicales que imperaban en el fútbol y potenciar una animación basada en “la historia del club, sus mitos e hitos, aunque fue más un deseo que una realidad”, rememora Lahuerta, impulsor de uno de los símbolos de Gol Gran: sus pancartas.
La afición del Valencia siempre ha sido dada a animar a los suyos con mensajes escritos. Uno de los objetos de culto del valencianismo es el conocido como Palmito de Jaume Ortí, un abanico gigante que acompañó al equipo en la Liga de 1971 y en las de 2002 y 2004. Pero fue en el fondo de Yomus (“Subi, leyenda o fidelidad”, el día del adiós de Subirats; “Robert, tú tienes la palabra”, cuando regresó del Barcelona; o “Arias, el mito nace hoy, el maestro continúa”, tras su retirada) y, en especial, en el fondo de Gol Gran donde las pancartas se convirtieron en santo y seña de Mestalla.
La mística que da el paso del tiempo ha convertido aquellos mensajes en iconos. O como las bautizó Pedro Nebot, uno de los fundadores de la peña: “Pancartas de Culto”. Curiosamente, de las más recordadas y mayor repercusión fue una que apenas llegó a mostrarse porque fue confiscada por el club en los prolegómenos de un Valencia-Betis: “Roig, del equipasso al batacasso”. Esa censura propició que todo el estadio se cogiera a un cántico: “Paco vete ya”. Dos partidos después, Roig dejó la presidencia.
Los mosaicos de las grandes noches europeas y las Ligas
La época dorada del Valencia, la de finales del Siglo XX y principios del XXI, la de la Copa del Rey del 99, las dos finales de Champions y los títulos con Rafa Benítez, inundaron Mestalla de tifos, mosaicos con miles de cartulinas repartidas por diferentes gradas del recinto y que tenían su foco en la Grada de la Mar. “Le propuse a Enrique Asensio, que era el presidente, que la Agrupació de Penyes tenía que dar un paso en la animación de Mestalla y empezamos a trabajar en la organización de tifos”, recuerda Juanvi Muñoz, diseñador de obras que dieron la bienvenida a los jugadores y la vuelta al mundo en noches de Champions y jornadas inolvidables de Liga.
El primer tifo que inundó gran parte de los graderíos de Mestalla se desplegó en un Valencia-Atlético de Madrid con el que se inauguró la temporada 98-99. Para dar vida a un murciélago gigante de color negro en la Grada de la Mar, con el resto del estadio repleto de cartulinas blancas, Juanvi Muñoz tuvo que confeccionar con un Excel un plano de cada asiento del estadio, porque el Valencia no tenía ningún archivo con la disposición exacta de las butacas. De hecho, como curiosidad, ese programa fue utilizado por el Valencia cuando decidió pintar las butacas del estadio de color naranja con un murciélago en la Grada de la Mar y ‘Amunt’ y ‘Valencia’ en los fondos.
“Unas 20 personas nos pasábamos cinco o seis horas repartiendo las cartulinas”, apunta Juanvi. Cada tifo tenía un coste de “unos 3.000 euros, que en los orígenes sufragaba la Agrupació, lo que nos permitía tener independencia tanto para elegir cuándo los hacíamos como para su diseño”. De aquellos años son tifos para el recuerdo como el de las siglas VCF superpuestas en el logo de Superman, el de ‘Che que bo’ o ‘Per collons’, que generó polémica por interpretarse como una provocación “cuando es una expresión muy valenciana y sin sentido peyorativo”. La respuesta a las críticas, que llegaron principalmente desde Madrid, fue un tifo con el lema ‘Collonuts’ para celebrar la segunda Liga de Benítez.
Hoy Mestalla ya no huele a tracas, aunque el club hizo un guiño a su tradición haciendo sonar por megafonía una mascletà cada vez que se marca un gol. Los rollos de papel higiénico dejaron de lanzarse y en su lugar, en alguna ocasión, lo que sobrevuela son aviones de papel que se lanzan desde los graderíos más altos. La animación corre a cargo de la Grada Curva Nord-Mario Alberto Kempes, que nació con fuerza y aire fresco, diseñando espectaculares lonas desplegables en sus inicios, componiendo el cántico de “Mestalla se pregunta” y llevando en volandas al equipo hacia la Champions con Nuno Espíritu Santo y a la Copa del Rey con Marcelino, inclusive Florentino Pérez preguntó por ella en sus orígenes para ponerla en práctica en el Santiago Bernabéu. Pero en los últimos años habita entre polémicas internas, luchas de poder, y bajo restricciones y medidas de control.
La Agrupació de Penyes hace años que dejó de pagar sus tifos, siendo el club quien los subvenciona desde la época de Blas Madrigal como presidente del colectivo de peñas. Así, aunque en la mayoría de ocasiones la finalidad ha sido dar colorido, como en las últimas semifinales de Copa contra el Betis (Volem la Copa) o el Athletic (Bronco), en otras ha primado lo comercial (con logos de patrocinadores incluidos) y también lo ‘político’, como el ‘Welcome’ que se desplegó el día que Peter Lim visitó por primera vez Valencia. Eran tiempos de alfombra roja al recién llegado de Singapur. Pero esa Falla se quemó. Así cumple cien años Mestalla, con su gente tratando de empujar a su Valencia hacia la salvación en Primera y gritándole a Lim que se vaya como antaño cantaron “Arturo (Tuzón), suelta los duros”, “Paco (Roig) vete ya” o “(Juan) Soler dimisión”. Porque el Pueblo de Mestalla siempre está, como estaba antes y estará después.