Míchel, el triunfo de la humildad
El técnico vallecano nació en una chabola, forjó su carácter tenaz en el barrio y heredó los valores de sus abuelos y sus padres. La modestia y el trabajo son su bandera
Cuando guarda el chándal de entrenamiento, Miguel Ángel Sánchez, el entrenador de moda en Europa, no es Míchel sino Míguel (con tilde en la í), el chico de Vallecas que nació en una chabola, forjó su carácter tenaz en el barrio y heredó los valores de sus abuelos y sus padres. El técnico líder de LaLiga nunca presumirá de serlo. La altivez no figura en su decálogo de principios morales. La modestia y el trabajo son su bandera. Lo aprendió de su abuela María, una referente de vida.
Tiene un don para interpretar y analizar el fútbol. Lo sabe desde hace mucho tiempo y ha logrado encauzar ese talento. A esa cualidad innata le suma muchas horas de apasionado trabajo. La pasada temporada, cuando vivía solo en Girona, a veces tenían que avisarle los miembros de seguridad para decirle que las instalaciones se iban a cerrar. Ahora, con su mujer y su hijo mayor al lado, en ocasiones se ve casi forzado a desconectar de su obsesiva labor. El pádel y sus clases de catalán son de las pocas actividades que despejan su mente de fútbol. El inglés, como siempre, sigue siendo una asignatura pendiente.
En la familia Sánchez Muñoz nunca faltó nada pero tampoco sobró. Se vivía al día, como en cualquier otro hogar vallecano en las décadas de los 80 y los 90. Los padres, Benjamín y Candelas, trabajaban de sol a sol en una frutería y la abuela María, que llegó de Murcia en la posguerra para echar raíces entre la gente obrera del barrio, se convirtió en la segunda madre de sus nietos. José, Gema, Javi y Miguel Ángel se educaron bajo las normas y valores de la abuela. Hace bastante tiempo que abandonó lo terrenal pero ninguno de ellos ha olvidado aún sus enseñanzas. Su humildad, generosidad y espíritu luchador dejó huella en todos.
Se ha hecho a sí mismo
Autodidacta, Míchel nunca ha tenido un único modelo como entrenador. Observó a muchos y elaboró su propio perfil. Enamorado del trabajo de cantera y la metodología, ferviente defensor del juego valiente, su Girona es un reflejo de su idea futbolística aplicada con maestría a un grupo que aúna aptitud y actitud, porque el esfuerzo y la entrega son innegociables. Se lo enseñaron desde muy pequeño y lo grabó a fuego en su personalidad. Herido en el alma por su dolorosa salida del Rayo, su casa, ha encontrado en Girona un ecosistema ideal para desarrollar su proyecto.
El pasado fin de semana fue muy especial para él. A la satisfacción por ser colíder se sumó el doblete de su hijo menor, Álex, que luce su zurda prodigiosa en Valdebebas cada vez que se lo permiten y, sobre todo, la reaparición de Miguel junior con el Girona B tras un calvario de dos roturas de cruzado seguidas y dos temporadas perdidas. Su regreso, con 20 años, fue la recompensa al sacrificio, las lágrimas y el trabajo en silencio durante demasiado tiempo. El ADN cumplió su misión. Los genes perseverantes de la abuela fueron pasando de generación a generación y Miguelón recurrió a ellos para levantarse dos veces tras dos zarpazos brutales.
Esta tarde, cuando llegue a Montilivi, Míguel cumplirá con su liturgia habitual. La última llamada, antes de aparcar el móvil, será para Lara, su compañera de viaje en la vida, observará con orgullo cómo se llenan de entusiasmo las gradas del estadio y, tras saludar a su admirado Ancelotti, se santiguará y mirará al cielo, pensando en los que ya no están: su añorado Juanpe, alma gemela en el Rayo, su querido Molina, agente y amigo de los de verdad, y, especialmente, su abuela María, que desde arriba le sigue cuidando y protegiendo como cuando era un niño