De ‘La Fábrica’ a un pueblito islandés de 2.000 habitantes
El excanterano Borja López sonríe en Dalvík, un pueblito al lado de un fiordo islandés. Ídolo del equipo local, en la segunda división, fue ‘profe’ y ahora importa a la isla fruta andaluza.
Cuesta encontrar el punto geográfico en un mapa, pero en Dalvík, un pequeño pueblito pesquero del norte de Islandia con menos de 2.000 habitantes censados, todos le conocen. “Allí soy Bor, porque no pronuncian bien la jota”. Lo cuenta Borja López (29 años), excanterano del Real Madrid emigrado como tantos otros pero que encontró su camino vital en uno de los lugares más inesperados del planeta. De La Fábrica blanca a la segunda división islandesa a la que ha ascendido al Dalvik/Reynir siendo su pichichi histórico pese a ser centrocampista (57 goles en 112 partidos), de vivir en Móstoles a ejercer como profesor de colegio-impartiendo clase en islandés- y ahora siendo empresario de importación de fruta orgánica andaluza a orillas de un enorme fiordo, el Eyjafjörður.
“Todo comenzó en 2018 con una llamada de Álvaro Montejo, un futbolista español que estaba jugando en Islandia, me vio jugar en el Canillas, en Tercera División... y me propuso ir”, explica Borja. En una terraza mostoleña desgrana su aventura, que tiene casi más de vital que de futbolística. “Mandamos un vídeo con mis mejores jugadas y me hicieron una oferta buenísima en el Dalvik/Reynir, mi equipo desde entonces. Pasé a cobrar 2.500 euros al mes y me encontraron un trabajo tanto a mí como a mi pareja, Sheila, que se vino conmigo... se portaron de manera increíble. Me mostraron el nuevo estadio que estaban construyendo y no me podía creer que tuvieran eso allí. Era todo tan bueno que me preguntaba si había algún truco o algo...”, recuerda, riendo.
No había trampa ni cartón. En Dalvík “no hay estrés”, como el que sí tuvo en su paso por la cantera del Madrid. “Fiché por el Móstoles y en mi tercer partido de fútbol once, Paco de Gracia (ojeador del Madrid), llamó a mis padres porque me querían...”. Un centrocampista chiquitito, pero de mucha clase, una técnica refinada. “Me decían y aún me dicen que tengo cositas, gestos que recuerdan a mi ídolo, a Zidane”. Aguardó unos meses más en el Móstoles antes de comenzar como madridista estrenando un escenario de impresión. “Fue el año que construyeron Valdebebas, en 2006, fui al Infantil B, mi entrenador era Sergio Piña y estaban ahí Raúl de Tomás, Gonzalo Melero... fue un año muy bonito pero muy duro, porque no sabía lo que era el fútbol competitivo a esos niveles. Me decían que tenía que meter intensidad, dar caña, alguna patada... Yo no lo entendía. Siempre digo que si hubiera vuelto a nacer y hubiera vuelto a estar ahí, ahora estaba jugando como ellos en la élite. Pero fue una experiencia, no todos pueden decir que han estado en el mejor club del mundo”. Una salida amarga. “Me echaron, con 13 años me fui llorando de Valdebebas porque me consideraba buen jugador”, recuerda. “Ese año me curtió, estaba en el mejor club pero no lo disfruté”.
Quizá por eso, aunque su agente por entonces (Pedro Bravo) le llevó una oferta del Glasgow Rangers y después le encontró acomodo en el Atlético, Borja prefirió retornar a su zona de confort, al Móstoles. “Con mi 5 de Zidane a la espalda y disfrutando, ¿me arrepiento de lo que pasó en el Madrid? Pues no, todo pasa por algo en la vida”. Lo curioso es que su camino en el Madrid pudo ser de vuelta. “En cadetes, estuve un año sin jugar porque pasé de medir 1,70 a 1,90 en un verano, y de repente me llama la selección madrileña para un entrenamiento coincidiendo justo con el regreso de Paco de Gracia (con Florentino Pérez al Madrid)... Yo até cabos, querían verme. Fui al entrenamiento pero no podía ni moverme, los entrenadores pensaban que era psicológico, pero era del crecimiento, me dolía muchísimo la espalda, tenía las crestas ilíacas arriba y una completa descoordinación, no era yo”.
Luego, asentado su físico, llegaría a los Juveniles del Rayo Vallecano, donde vuelve a sentirse futbolista, pero en su último año juvenil dejó de jugar, le entraron las dudas y prefirió salir aunque Juan Pedro Navarro, el recientemente fallecido gurú de la cantera rayista, le pidió paciencia. “Me fui a mitad de temporada, fue un error porque Juan Pedro me dijo que terminaría jugando, quizá me pesó el pasado, a la primera que no vino algo bien, quise evitarme sufrimiento. De todo se aprende. Me sirvió para ser tan fuerte mentalmente como soy ahora”. Aprendizaje y terapia con una psicóloga, que ahora que es veterano, pone en práctica en el vestuario. “Siempre estoy al lado de los jóvenes que empiezan, de los que llegan nuevos, dándoles consejos, ayudándoles, quiero ser ese jugador que me hubiera gustado encontrarme yo en su situación”.
‘Bor’, el profesor
Mientras poco a poco iba cambiando hasta el estilo de juego Dalvik/Reynir, algo menos rudo y un poco más a la española, Borja echó raíces porque se lanzó de lleno. El pequeño trabajo con el que empezó a aclimatarse a la cultura islandesa fue un poco peculiar. Además de compartir casa con un futbolista español, otro italiano y un estadounidense, pudo ejercer su vocación. “Como tenía Magisterio, me llamó el director del colegio y me asignaron un chico que era problemático. Me pidieron que le ayudara a ser mejor persona, un poco a salvarlo, enseñarle valores... El chico hoy en día cuando me ve viene a darme un abrazo. ¡Hice un poco como Pedro García Aguado en Hermano Mayor!”. Un primer paso, pero vinieron más. “Cuando fui aprendiendo el idioma, me metieron en tercero y cuarto de primaria... he acabado impartiendo matemáticas en islandés (ríe). Allí comos Sheila y Bor, la pareja española. Nos dicen que hacemos más fuerte su comunidad. Cuando alguien te acoge así... es que se me pone la piel de gallina”, dice, mostrando el brazo.
Lazos con una cultura nueva que también afianzó como entrenador del equipo femenino infantil (“Eran niñas de diez años y cuando llegué perdimos el primer partido 22-1. Tres años después, mis niñas ganaron a ese mismo equipo en la final de un torneo”, rememora) y ahora como empresario. Como los fundadores de Silicon Valley, que empezaron armando ordenadores en garajes, Borja ha montado su negocio desde uno. Se llama Fincafresh y junto a su socio Bessi Víðisson se dedica a importar fruta orgánica de Andalucía: “Va en camiones hasta Rotterdam y luego en barco a Islandia, aquí la distribuimos en cajitas de suscripción, cada 15 días las llevamos a las casas”. No se queda ahí. Está en conversaciones para distribuir en la isla AurumRed , uno de los vinos más exclusivos del mundo y que se produce en Cuenca.
Borja está pasando unas semanas en Madrid, pero con un ojo pendiente de lo que ocurre en su isla, en alerta por el volcán Fagradalsfjall. “Los padres de mi socio viven al lado de la zona que están evacuando, la lava está solo a 800 metros de la superficie, puede estallar en cualquier momento y suceder algo como lo de La Palma, es muy peligroso”. Su vida está en Dalvík, pero un futbolista nunca deja de serlo, y la llama de ponerse nuevos retos más difíciles está viva. “Me siento muy bien en Dalvík, me he comprado incluso una casa, pero tengo esa espinita de jugar en la máxima división islandesa, la profesional, de probarme ahí, tengo esa curiosidad dentro... El presidente me dice, “Bor, tú vas a tener esto para siempre, esta es tu casa”, no me quieren cortar las alas. Veremos qué pasa en los próximos meses, no tengo miedo al cambio, todo lo que me ha pasado me ha hecho más fuerte”.
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