DEPORTIVO

Arsenio Iglesias, mucho más que el Superdepor

El nombre de Arsenio Iglesias siempre irá vinculado al Superdepor, pero su carrera fue mucho más.238 partidos jugador en Primera, entrenador del Hércules más glorioso, Real Madrid...

MONCHO FUENTESDIARIO AS

En mayo de 2016 Riazor entero se puso en pie para homenajear con un sonoro y prolongado aplauso a uno de sus mitos más queridos: Arsenio Iglesias. El Zorro de Arteixo recibía una placa conmemorativa por sus éxitos en el banquillo, pero curiosamente no era por lo conseguido con el Deportivo, era por sus éxitos con el Hércules. Y es que el entrenador coruñés fue el responsable de los mejores años en la historia del club alicantino, que culminaron con un quinto puesto en la temporada 74-75 que nadie ha sido capaz de superar ni igualar.

La memoria colectiva lo vinculará siempre al Supedepor, pero además de sus otros logros como entrenador, también tuvo una extensa carrera de jugador. “Era un punta rápido, técnico y hábil que le pegaba bien con las dos piernas”. A uno se le vienen a la mente diversos delanteros que encajan con la descripción, pero es posible que nadie haya pensado en la persona de la que se habla: Arsenio Iglesias. El Zorro de Arteixo fue fraile antes que monje, y un monje que dejó una dilatada trayectoria con 238 partidos jugados en Primera y 50 goles en su mochila en una carrera profesional que le llevó por Deportivo, Sevilla, Granada y Oviedo. Trece temporadas de fútbol entre Primera y Segunda que comenzó con 21 años en la campaña 1951-1952 en A Coruña, para colgar las botas en Oviedo en al finalizar el curso 64-65.

Arsenio debutó con el Depor, en 1951 en Las Corts ante el Barça, y marcó. La leyenda dice que tras hacerlo, se dirigió a Ramallets para decirle “perdón, señor”. Otra anécdota, esta entre Di Stéfano y Rogelio Domínguez, mítico portero argentino del Real Madrid entre 1957 y 1961, muestra bastante bien quién fue el Arsenio futbolista. Se vieron en Buenos Aires a principos de los 90 y el exmeta blanco le preguntó a Di Stéfano por la Liga española, y este le habló de un equipo emergente llamado Deportivo. Domínguez le preguntó por su entrenador y Di Stéfano le respondió que era Arsenio Iglesias. “No lo conozco” —le dijo Domínguez—; “sí” —le replicó el presidente de honor del Real Madrid— “¿Te acuerdas de un gol que te metió el Granada casi desde el centro del campo?”. “Sí”, —aseveró el portero—, “me lo metió aquel gallego…”. “Pues ese es”, —concluyó Di Stefano—.

DEBUT EN LOS BANQUILLOS

Desde su retirada hasta su estreno en la élite en los banquillos pasaron cuatro años, que aprovechó para empaparse de fútbol y empezar a construir lo que quería ser como entrenador con una referencia muy clara: Helenio Herrera, técnico que lo dirigió y marcó en su etapa de futbolista. Arsenio está al mando del Fabril, filial del Deportivo, cuando le llega su primera gran oportunidad. Era la temporada 70-71 y la directiva perdió la paciencia con Olsen y apostó por el joven valor de la casa. El Zorro de Arteixo da con la tecla de una plantilla de jugadores históricos del Depor como Manolete, Loureda, Belló o Beci y consigue el ascenso a Primera. Dos años después el Depor bajaría y tendría que esperar casi dos décadas para regresar a Primera en 1990. Como no, de la mano de Arsenio Iglesias.

Ya en su primer año de entrenador comienza a forjarse su fama de estricto y meticuloso. Seoane, el portero de aquel Depor del 70, recuerda que “teníamos un partido de Copa y jugábamos un miércoles. Nos llevó a un balneario en Arteixo, precioso, eso sí, y aprovechando nos tuvo allí un mes. Los solteros no teníamos problema, pero los casados…”. Ya en la etapa del Superdepor llama la atención su control con las comidas, pero sobre todo con el vino. La presencia de las botellas en la mesa estaba prohibida y se servía un vasito al jugador que lo pidiese. Incluso podía repetir, pero siempre pasando por el control de su técnico.

Todavía más sonado entre los futbolistas era su supervisión nocturna en los hoteles de concentración. Arsenio inspeccionaba una por una las habitaciones de todos sus jugadores (entonces dormían de dos en dos) antes de acostarse. Realizaba estas visitas en compañía del médico y el masajista y los bienpensados aseguran que era por si alguno de sus futbolistas se encontraba mal o necesitaba un masaje. Los malpensados tienen claro que no se fiaba en absoluto de las posibles salidas nocturnas. La plantilla llevaba con humor todo esto e incluso le gastaban alguna que otra broma al Zorro de Arteixo. En una concentración en época de carnavales Arsenio hacía su habitual ronda en el hotel Riazor hasta que llegó a la habitación que compartían Mauro Silva y Bebeto. La encontró en penumbra y la silueta de Bebeto le hizo desconfiar, hasta que se acercó y comprobó que era Donato. Cuando se disponía a montar en cólera, se abrió la puerta del armario de la habitación y un Bebeto ataviado con una máscara luminosa le dio un susto de muerte. Realmente fue la broma de un hijo a un padre, porque así es como trataba Arsenio a su ‘Bebetiño’. También tuvo una relación muy especial con Fran, su niño bonito y al que apodó ‘O Neno’. Su relación con los jugadores era de “confianza, pero la justa. Era muy humano y se preocupaba por la vida de sus futbolistas en la cuidad, con su familia… Pero a la vez era exigente, porque sabía que sólo así se alcanzaban los éxitos. Cuando tenía que darle una patada a la mesa, la daba. Vaya si la daba”. Así es como describe Carlos Ballesta, eterno segundo y amigo de Arsenio, aquel día a día con el vestuario.

Antes de alcanzar el éxito por segunda vez en A Coruña, el periplo de Arsenio por los banquillos fue dilatado. Tras el ascenso de 1971, permanece en el Deportivo hasta 1973, cuando comienza su etapa en el Hércules, al que asciende en la primera temporada. Permanece allí hasta 1978, cuando ficha por el Zaragoza (al que también asciende). Luego pasa por Brugos, Elche y Almería, para retornar a su eterno Deportivo en 1982. Después de vivir años duros rozando el descenso a Tercera, salvado por el gol de Vicente al Racing de Santander en el último suspiro, en 1988 se hace con la presidencia del club coruñés un joven abogado llamado Augusto César Lendoiro. El nuevo dirigente mantiene al entrenador y formarán un tándem casi perfecto hasta 1995.

EL SUPERDEPOR

Tras perder el ascenso en la promoción con el Tenerife, el Deportivo logra subir a Primera en 1990 en un recordado partido ante el Murcia en el que la grada de Preferencia se incendia antes del encuentro. Con la meta conseguida, Arsenio estima que su tiempo ha terminado y pese a la insistencia de Lendoiro deja el cargo, aunque sigue vinculado al club como asesor. Ese verano vive una de las experiencias más curiosas de su vida. Lendoiro había elegido al mítico entrenador ruso Oleg Romantsev para el regreso a Primera y este se pasa varias semanas junto a Arsenio para conocer el club y el equipo. Algo no le convence y deja tirado al Depor, que ficha a contrarreloj a Boronat. El Depor no carbura y antes del desastre Lendoiro destituye a Boronat y Arsenio regresa al banquillo con el objetivo de salvar al equipo que tanto le costó ascender. Lo hace en una dramática promoción con el Betis (2-1 en Riazor y 0-0 en el Villamarín), en lo que para muchos es la piedra fundamental del nacimiento del Superdepor.

Con el equipo en Primera, Arsenio decide continuar, se producen los fichajes de Bebeto y Mauro Silva, y comienza la épica. En la temporada 92-93 el Deportivo acaba la Liga tercero y por primera vez en su historia se clasifica para jugar en Europa (UEFA). La campaña siguiente, el club coruñés acaricia la Liga en el famoso penalti de Djukic tras encajar sólo 18 goles (un récord todavía vigente). Aquella noche fue una de las más duras para Arsenio, que sólo acertó a pedir perdón en la rueda de prensa tras el partido. Ése día, el técnico se quedó sentado en el palco de Riazor contemplando el infinito hasta las tres de la mañana en compañía de Ballesta (su segundo), Franganillo (preparador físico) y Berta Vales (gerente). La oportunidad de su vida, pero sobre todo la del club de sus amores, había volado hacia Barcelona.

Aquel golpe fue duro y puede que el detonante para que la buena relación entre Lendoiro y Arsenio comenzase a romperse definitivamente. Las tensiones venían de antes, en una coctelera con diversos ingredientes. Los fichajes ya no eran tan consensuados como antes, los celos por la figura del Zorro de Arteixo comenzaron a aflorar en Lendoiro y parte de la directiva promovía un cambio en el banquillo. La gran explosión fue un pregón de las fiestas de Maria Pita. Arsenio mantenía una buena relación con Paco Vázquez, alcalde y enemigo íntimo político de Lendoiro, que al enterarse quién sería el pregonero no se lo perdonó. Así, en febrero de 1994 Arsenio ya sabía el nombre del próximo entrenador: John Benjamin Thosack.

LA COPA DEL REY

Pero la historia quiso que su despedida fuese por la puerta grande, logrando otro hito para el Deportivo: la Copa del Rey, el primer título en la historia del club. Como en el ascenso del incendio de Riazor, las meigas aparecieron en la final, que se tuvo que disputar en dos días diferentes por el diluvio que cayó sobre el Santiago Bernabéu. El romanticismo del fútbol quiso además que el rival fuese el Valencia, el equipo que le privó con su empate en Riazor del título de Liga un año antes. El Depor venció 2-1 con goles de Manjarín y Alfredo y Riazor esperaba a sus héroes en el que fue uno de los días más grandes y tristes en la carrera de Arsenio. Aclamado por la afición salió solo del estadio después de un discurso que nunca le apeteció pronunciar. Por la noche, mientras plantilla y directiva cenaban en el restaurante coruñés “La Brasa” para celebrar el título, Arsenio lo hacía en su casa junto a su familia. Su silla estaba vacía. Sabía que aquel partido en el Bernabéu era el último al frente del banquillo blanquiazul y no estuvo dispuesto a mantener la farsa en un acto privado con la temporada ya terminada.

EL ERROR DEL MADRID

A pesar de la amargura con la que salió del Depor, sería la siguiente etapa de su carrera la que más cicatrices le dejó. A media temporada de la 95-96 un Real Madrid volcánico recurre a él como sustituto de Valdano. Su primer y gran error fue marcharse solo, sin un segundo, sin un preparador físico, sin nadie de su confianza en el que apoyarse ante la jaula de grillos que lo esperaba. Aquel equipo en descomposición y la grandeza del Real Madrid, lo devora. Vivió tragos profundamente amargos con un vestuario que nunca se ganó. Fue tan evidente que incluso los desplantes, como el que le hizo un jovencísimo Raúl en La Romareda al ser sustituido en el minuto 89, eran públicos. La llaga aumentó cuando accedió a no alinear a Soler en el último partido de Liga para evitar su renovación a petición del club.

Casi desde su llegada, aquel Arsenio familiar, protector y metódico, no encontró su espacio en aquel gigante en llamas. La morriña y soledad era tal, que aprovechaba todos los sábados que el filial del Depor viajaba a la capital para jugar con los equipos madrileños para estar con ellos en el hotel de concentración como uno más de la expedición. Unas pocas jornadas antes de acabar la Liga, cenaba junto a dos amigos de A Coruña que estaban en Madrid. Lo hacía en el desangelado apartamento de Cuzco, en la plantilla 18, que le había facilitado el club blanco. Con la mirada perdida en la venta (venta o ventana?), los invitó a mirar y les señaló unas luces en la lejanía de la noche madrileña. “¿El Bernabéu?” —le preguntó uno de ellos— “No”, —respondió Arsenio— “Son las luces de la carretera de A Coruña. Ojalá pueda cogerla pronto”.

EL MITO

Aquella fue la última vez que entrenó a un equipo. La herida, a sus 66 años, fue demasiado profunda y tardó mucho en cicatrizar a pesar de que el teléfono todavía sonaba. Arsenio estaba cansado después de 45 años entre el césped y los banquillos, pero su leyenda en A Coruña era ya imborrable. Dirigió a la selección gallega de fútbol junto a Fernando Vázquez, impartió magisterio a los chavales en las escuelas municipales del campo de La Torre y entrenó a los veteranos en el fútbol Indoor para conquistar el doblete junto a Fran, su Neno, en el estreno de la competición. Alejado de los focos, las entrevistas y los micrófonos, no deja de acudir para apoyar a los veteranos en los actos que lo necesitan. Su busto, que refleja una mirada sabia y misteriosa, la de todo Zorro, recuerda en los aledaños de Riazor a uno de los grandes mitos del Deportivo. Recuerda a un futbolista, un entrenador, un padre, que fue y es mucho más que aquel inolvidable Superdepor.

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