Barrios emerge entre el barro

Hay días en los que se puede brillante y otros que, simplemente, hay que salir, sacar la cabeza. En la noche de su regreso a la competición el Atlético sufrió y sufrió mucho. Ya lo había avisado el Cholo: últimamente menos mal que está ahí la cantera. El resultado final en Espiñedo engaña, ese 1-3, porque solo hasta que Barrios emergió entre el barro logró respirar de verdad el Atleti ante el Arenteiro. Y seguir adelante en la Copa.

Porque regresó el fútbol para los rojiblancos donde se quedó, esa competición que es la única que ya le queda por pelear y en un campo que era una máquina del tiempo directa a los años 90: un peligroso patatal con bote de balón de complicado. Al Atlético pronto se le espesó en la boca. Pero esos son los platos, los vasos y el mantel con el que juega sus partidos el Arenteiro, de Segunda RFEF, su campo, Espiñedo, comodísimo en el papel de David frente a Goliat que tiene en la Copa: el Valencia hace un año escapó vivo en la prórroga y el Almería sucumbió hace 40 días. Saltó el equipo de Javi Rey ante los del Cholo con el mentón alto y ajustándose fuerte la pajarita del traje de matagigantes. Presionando y valiente, presionando y mordiendo, se lanzaba hacia Oblak cada vez que robaba una de esas pelotas que parecían tener vida propia. El Atleti, enfrente, lo hacía sin João, que al final se quedó en Madrid por faringoamigdalitis, sin que en realidad se sepa aún si este solo ha sido el primero de los días sin él. En el Atleti es ese zapato de cristal que no termina de encajar. Cuatro años ya.

Simeone se dejó el traje negro de los partidos en Madrid pero no a ninguno del resto de sus jugadores disponibles. Si era raro observarlo con el chándal de entrenamiento en el banquillo, no el guion: el mismo que ante el Almazán. Serio, concentrado y a tratar de resolver rápido. Aunque el reloj pasaba y acumulaba más saludos del Arenteiro a Oblak que viceversa, de los rojiblancos a Diego García. Uno de Lemar desde la frontal que se fue fuera y ya. Cada minuto que pasaba era como el tictac de una bomba a punto de explotar sobre la cabeza, con pedazos de hierba y barro saltando, el campo mutando a arenas movedizas de fauces abiertas. Koke de volea y Morata de cabeza buscaron el gol antes de que González Fuertes, ya se sabe de mano caliente, expulsara a Javi Rey tras una trifulca de banquillos.

Savic volvía en su versión preMundial, de espectro, y perdía una pelota en el pico del área ante Escobar que era un regalo. El futbolista del Arenteiro no se lo pensó, como si ese tipo de enfrente vestido de rojo y blanco fuera en realidad un enviado de Papa Noel. Su disparo se fue fuera afeitando el palo. Giménez en la línea de tres alineada por el Cholo había visto ya la amarilla. El tictac seguía, el campo se desintegraba, el Atlético, se atragantaba más y más.

Diego García le sacó a Llorente un centro chut que buscaba red y Morata empezó a ver que las ocasiones comenzaban a pasar ante sus botas como casi siempre en el Atleti, sin gol, justo antes de que Markitos hiciera boom sobre Oblak con un gol de pecho y picada tras convertir en asistencia otro mal despeje rojiblanco. 1-0. Quedaba la duda de si el control había sido con el pecho o el brazo, pero este era un partido sin VAR: nada lo bajaría del marcador. Si Simeone no se fue al descanso sintiendo que, como antes del Mundial, se estaba llevando la del pulpo fue porque Carrasco igualó de penalti (Bueso sobre Giménez) tres minutos más tarde, antes del descanso. Cuando los equipos volvieron del reposo, Espiñedo ya era tres cosas a la vez: hierba, patatal y una pista de patinaje.

Barrios ilusiona

Barrios, algo errático en la primera parte, salió prendiéndose galones con decisión y arrojo en la segunda. Esos mismos que a Lemar se le habían empañado entre el barro, aturdido el francés por completo. El chaval, mientras, que luchaba y peleaba desde el centro del campo, buscó la red con un centro raso nada más volver el partido. Pero el tiro le salió tirito. El Atleti con sus seis mundialistas seguía siendo incapaz de hincarle el diente al Arenteiro y su campo, duros, duros. Y eso que Carrasco en un intento de meterse entre el Novoa y Vitra, se lanzó al suelo como un bolo y todo pudo acelerarse: González Fuertes corrió señalando el punto. Penalti. Espiñedo ya era una cuarta cosa: piscina. Morata lo lanzó como quien envía un balón de playa a un amigo: centradito, flojo y a las manos. Diego García lo paró, obvio. De rodillas para más inri. Al Cholo el chándal empezaba a apretarle como últimamente el traje. En el 70′, en la piscina-pista de patinaje-y-lodazal conocido una vez como Espiñedo se mascaba la prórroga, ese guion local conocido, David ganando a Goliat.

El Atleti rondaba pero no disparaba. O, si lo hacía, era Morata, siempre al hombre, fácil para Diego García. El Arenteiro seguía llenándole de fango la boca, los ojos, al Atleti. Pero entonces, Barrios. El chaval descerrajó la pierna y logró, al fin, colarle a Diego García la pelota. Que era el mejor rojiblanco de la noche hablaba tan bien de él como mal de los demás. Carrasco redondeó al final, una vez Barrios había emergido del barro para evitar que el Arenteiro se hiciera de verdad pesadilla.