CHAMPIONS (1/4, VUELTA) | M. CITY - R. MADRID
Héroes inesperados
Soberbio partido de Lunin: ocho paradas y dos penaltis. Su renovación, al caer, pasa a firmarse por meritocracia. Rüdiger, otro gran coloso.
De rodillas y mirando al cielo, gritando, respirando. Así terminó Lunin la eliminatoria, una que empezó con cante y acabó en recital. Cara y cruz de la moneda del portero. Una profesión de riesgo, donde acertar es lo mínimo y fallar, lo inevitable. Casi funambulismo. A Mánchester llegó en el ojo del huracán, rodeado por esa atmósfera de incertidumbre que se instaló desde su error en el primer gol de la ida. Un chut lejano de Bernardo Silva, una zancadilla involuntaria de Vinicius –se movió de la barrera, facilitando la trayectoria del balón a portería– y una mano blanda que hizo el silencio en el Bernabéu. En lo que estaba siendo un ambiente ensordecedor. Golpeó el césped, fue ayudado por Rüdiger a levantarse y puso los brazos en jarra. Había fallado, lo sabía. Así que tocaba redención. Una revancha.
Y llegó el Etihad. La oportunidad de responder a la pregunta que rondaba la cabeza de tantos: ¿Es Lunin portero para un gran partido? Sí, rotundamente sí. Firmado, Andriy. Su bautismo –porque no se bautiza un jugador del Madrid hasta que protagoniza una gran actuación en una noche de Champions– fue más un buceo en el mar que unas gotas en la frente. El partido de Lunin en Mánchester fue sublime, heroico y, sobre todo, vital.
Y eso que su vaivén en el túnel de vestuarios reflejaba nerviosismo, pero era un trampantojo. Andriy fue templanza, serenidad, calma. Primero, jugando con los pies, y segundo, demostrando seguridad con las manos. En su estabilidad se cimentó la firmeza de la muralla. Lo paró todo, o casi todo. En total, ocho vuelos, a cada cual más determinante. Mano a De Bruyne, despeje a Grealish, puño de hierro a centro de Walker. Para absolutamente todo, Andriy, que sólo sucumbió al disparo a bocajarro de De Bruyne, imposible.
Renovación por decreto
El culmen llegó en los penaltis: falló Modric y el equipo se asomó al abismo. Urgía un héroe... y en el cielo se encendió la luz. Justo ahí, cuando más se le necesitaba, apareció. Doble milagro –Bernardo Silva y Kovacic– y sello al billete. Guinda a una noche en la que dio 47 pases e intervino 70 veces (el que más del equipo). El Madrid necesitaba a Lunin y Lunin, una noche como esta. Hay renovaciones que se firman con sudor. La suya está al caer y por si había un resquicio de dudas, Mánchester las desterró.
Rüdiger, el otro héroe
En cuanto al alemán, confirmación de que su ausencia la temporada pasada fue un error mayúsculo. Remite Ancelotti aquella frase: ‘De los errores se aprende’. Lo ha hecho. Esta vez tiró del ‘anti-Haaland’, algo que funcionó a las mil maravillas. El partido del alemán fue sobresaliente, anulando al que su entrenador había catalogado poco antes como “probablemente el mejor delantero centro del mundo”, liderando en el orden y sin escatimar un sólo choque. Un mal despeje suyo propició el empate y empañó un currículum...
Que acabó por los aires. Porque Rambo, lejos de amedrentarse, dio un paso al frente cuando más difícil es: voluntario para lanzar un penalti. No le cayó cualquiera: Ancelotti alzó la ceja y, mirándole, adjudicó el quinto. Allá fue. Bajo la mirada del planeta. Con la responsabilidad de no tirar por la borda todo el trabajo de dos horas. “Mételo, mételo”, rezaban sus compañeros en el círculo central.
Rüdiger disparó antes que Valverde o Brahim, por ejemplo; o que Camavinga. Y marcó. Galopada a sus compañeros y foto para la posteridad. Pese al susto por su mal despeje, la noche fue de ensueño. Ni rastro de Haaland y póster para el museo de su carrera. El otro héroe, junto a Lunin, de una noche imborrable.