Los pulsos de un banquillo

Empató España frente a Grecia, bestia negra descubierta en los prolegómenos y fase final de esta Eurocopa. Empató España y se quedó algo descompuesta, con la mirada desviada hacia ese último partido en Lisboa frente a Portugal, frente a los anfitriones, quién sabe si a vida o muerte para llegar a nuestros queridos cuartos de final.

Empató España frente a Grecia en el partido de los ases bajo la manga. Ocultó Sáez su alineación inicial, jugó de farol anunciando cambios que no fueron y al final dejó sus cartas marcadas para Otto Rehhagel, el mariscal al que terminarán haciendo un monumento en Atenas. Lejos de preocupaciones ante cualquier sorpresa española, el ex del Werder Bremen lo tuvo claro: leña al mono, presión constante y búsqueda del gol salvador.

Lo encontraron los griegos de la forma más difícil, tras ir por detrás en el marcador y con Joaquín de puñal satánico por la banda derecha. La salida al campo del muchacho del Puerto reveló el brío de Sáez para, sin salirse de su sacrosanto esquema, alterar el guión previsto. Con Joaquín y Vicente se abrió más la defensa griega y se atisbó un segundo tanto que no llegó.

El problema llegó después con la falta de reflejos del seleccionador español. De manera mecánica, repitió Sáez los cambios de Rusia, con Valerón por Morientes (antes del empate) y Torres por Raúl (después). Una decisión desasosegante para el futuro de España. Con Grecia encerrada en su Partenón, la salida de Baraja o incluso la de un central para dejar a Valerón de media punta, con Raúl y Torres arriba, quizá hubiera dado más juego y peligro. Cuestiones de entrenador con reflejos, de pulsos de banquillo.

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