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Esquí ballet: una disciplina desaparecida que llegó a estar en los Juegos Olímpicos

La historia del esquí ballet, la disciplina artística del freestyle que brilló en los 70 y 80, llegó a los JJOO y revive hoy en eventos de estilo retro.

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Proveniente del ámbito de la producción audiovisual, su dilatada experiencia de más de 10 años siguiendo la actualidad de los deportes de acción le ha llevado a convertirse en una de las firmas más reconocidas del panorama nacional en este tipo de disciplinas.
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El esquí ballet, aquella disciplina que combinaba coreografías sobre nieve, giros acrobáticos y una marcada expresión artística, formó parte durante décadas del universo más creativo del freestyle. Su auge en los años 70 y 80 lo llevó a convertirse en un símbolo de libertad e innovación, muy lejos de los cánones técnicos que entonces dominaban el esquí alpino tradicional. Lo que nació como un gesto de rebeldía terminó accediendo incluso al mayor escaparate deportivo del mundo: los Juegos Olímpicos, donde la modalidad fue deporte de exhibición en 1988 y 1992.

El origen del esquí ballet estuvo vinculado al estallido contracultural de los 60. Una generación de jóvenes esquiadores buscó alejarse de los esquemas rígidos y explorar un enfoque más expresivo en la montaña. De este impulso surgió el primer freestyle, dividido en baches, aerials y ballet, cada uno con un componente creativo distinto. En el caso del ballet, las rutinas de 90 segundos exigían un control técnico extraordinario y una coordinación casi coreográfica, con bastones utilizados como parte esencial del movimiento.

Figuras como Suzy Chaffee, icono del deporte en Estados Unidos, y la pionera Genia Fuller, capaz de dominar varias disciplinas del freestyle en la misma temporada, impulsaron la popularidad de un estilo que cautivó a medios y espectadores. Su presencia olímpica confirmó su relevancia internacional, aunque la falta de reconocimiento como deporte de medalla dificultó su continuidad. A partir de los 90, y con el ascenso de modalidades más espectaculares como el snowboard o el freeski moderno, el ballet comenzó a perder espacio hasta desaparecer del calendario oficial de la FIS a comienzos de los 2000.

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Pese a ello, la disciplina nunca se borró del imaginario del deporte de invierno. Su estética retro y su carácter expresivo han resurgido en eventos puntuales que reivindican su espíritu original. Competiciones amateur recientes, como las organizadas en estaciones estadounidenses, muestran que el esquí ballet sigue inspirando a una nueva generación atraída por su mezcla única de creatividad, estilo y nostalgia.

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