Ciclismo | Tour 2009. 9ª etapa

Faltan valientes

No hubo ataques entre los favoritos. Fedrigo ganó la etapa

reuters

Exceptuando a Fedrigo y allegados, la etapa fue una absoluta decepción. El mítico Tourmalet, al que se esperaba con temor reverencial, pasó inadvertido por la ausencia de movimientos en el grupo de favoritos. No hubo ataques, ni siquiera carraspeos, y nunca sabremos si alguno de los candidatos sufría en silencio las penurias de un catarro o de una mala mayonesa.

Los Pirineos, cadena montañosa de míticas resonancias, han pasado sin dejar más huella que los 21 segundos que consiguió Contador en el último kilómetro y medio de la etapa de Andorra. Muy poca cosa para haber subido en tres días Arcalís, Envalira, Agnés, Aspin y Tourmalet, lo que equivale a tres puertos de Primera y dos de Categoría Especial.

Se dice a estas horas que la culpa es de la organización del Tour por programar etapas que abren largos llanos después de las montañas. Personalmente, lo discuto. Asumo que son los ciclistas los que marcan la dureza de un recorrido y, por tanto, considero que la ausencia de batalla es responsabilidad suya. Suya y de sus directores, esto lo hemos repetido mucho, pero ya va siendo hora de que los ciclistas (empezando por las estrellas) se rebelen ante el dictado del pinganillo.

La etapa de ayer, como la del día anterior, no contaba con un perfil inocente, sino que señalaba la necesidad de un valiente y de una proeza. El trazado exigía romper la carrera pronto, depurar el grupo de favoritos y jugársela, llegado el caso, a un ataque que encontrara luego el auxilio de algún compañero escapado. Y si te atrapan, lástima; mañana vuelven a repartir munición.

Nada de eso ocurrió. Al contrario. Los favoritos mantienen una extraña servidumbre hacia el equipo Astaná. A muchos les recuerda al imperio levantado por otros equipos de Armstrong y el asunto no hace más que incidir en la pulsión gregaria de los ciclistas; así se explicaría también la omertá con respecto al dóping.

Astaná, entretanto, se relame. No es que Contador circule cómodamente, es que la pasividad ajena está favoreciendo el rodaje de Armstrong y las opciones de Leipheimer y Klöden. Por primera vez, el podio de un Tour podría estar copado por tres corredores del mismo equipo y quién sabe si el dominio podría alargarse al cuarto puesto. Asombroso y totalmente aterrador.

El pueblo.

La etapa de ayer salvó de la crítica a todos aquellos ciclistas que, sin aspiraciones en la general, pelean cada jornada por besar a una azafata, ya vista de amarillo, verde o como Lola la Piconera. Con ellos no va esta afrenta.

Si los Pirineos tuvieron color fue porque el pueblo llano se empeñó desde el primer kilómetro en un torbellino de ataques y contraataques que tenían por objeto cuajar la escapada buena. En ese Big Bang diario se colaron Fedrigo y Pellizotti, únicos supervivientes cuando las montañas y los kilómetros devoraron a sus compañeros de viaje.

Si ellos dos se jugaron la victoria de etapa es porque el pelotón, en el colmo de la inoperancia, fue incapaz de recortar 2:30 en 20 km. Aunque extraña menos si tenemos en cuenta que por detrás tiraba el Caisse d'Epargne (por Rojas) y el inexistente equipo de Freire. Es un hecho: no se recuerda un fugitivo atrapado por el Caisse d'Epargne en los últimos tiempos (Landis, Vinokourov...).

Fedrigo venció, pero hubiera sido un buen día para compartir triunfo y azafatas. Egoi Martínez se vistió de lunares rojos y así quedó premiado su esfuerzo y el del gran Txurruka, que lanzó su subida al Tourmalet. No hubo más.

Ahora nos esperan días de velocistas y chicharrras. Verán como alguien dice en una de estas tardes que a este Tour le falta montaña. Ja.

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