NBA | FINALES 2023 | NUGGETS-HEAT (4-1)
Una sinfonía de oro en las Rocosas
Los Nuggets sufren muchísimo pero amarran la victoria, y su primer anillo, en los últimos segundos de un quinto partido angustioso. Jokic, un MVP imperial.
El 22 de octubre de 1976, Denver Nuggets jugó su primer partido en la NBA, una victoria en Indiana contra los Pacers, como ellos (y como Nets y Spurs) supervivientes del naufragio de la inolvidable ABA. Hacía dos años que, anticipando el salto a la gran Liga, había cambiado su nombre para no tener problemas con la franquicia de Houston: de Denver Rockets a Denver Nuggets, un recuerdo al equipo que representó a la ciudad en la prehistoria del baloncesto, en los años 40, y a la fiebre del oro que enloqueció a los que llegaban a las Montañas Rocosas en el siglo XIX. Ese equipo, el de las pepitas de oro (nuggets), es -12 de junio de 2023- campeón de la NBA por primera vez en esa historia de búsqueda. Casi medio siglo detrás de esto en la Mile High, los más de 1.600 metros de altitud de Denver.
Fechas: el 26 de junio de 2014, los Nuggets eligieron con el número 41 del draft a Nikola Jokic. En segunda ronda, mientras ESPN emitía un anuncio de Taco Bell y con muchos analistas preguntándose cómo demonios iba a trasladar ese muchacho fofo y lento su juego a la velocidad hipersónica de la NBA. El 15 de diciembre de 2016, después de intentar (sin éxito) que jugara al lado de Jusuf Nurkic, el oso bosnio, Michael Malone nombró a Jokic pívot único y titular de su equipo. “Ese día nació nuestra identidad”, dijo después un entrenador que ha cocinado este proyecto así, a fuego lento; a base de años y cicatrices. Vieja escuela sin golpes de efecto. Un equipo campeón.
Porque los Nuggets, que también fueron Larks (alondras: el pájaro del estado de Colorado) siempre serán el divertidísimo experimento de Doug Moe en los años ochenta, una década feliz en la que Alex English metió todos los puntos que se podían meter y la franquicia ganó 432 partidos, número que está por eso retirado, en el techo de este Ball Arena que se inauguró con un concierto de Celine Dion y que en octubre tendrá su primera bandera de campeón. Siguen siendo el abrazo al balón de Dikembe Mutombo tras dirigir la defensa del primer equipo que desde el octavo puesto eliminó, en 1994, a un primer cabeza de serie. Y son los sueños de grandeza y el corazón roto que siguió a los años de Carmelo Anthony. Pero ya, por encima de todo, los Nuggets son el equipo de Nikola Jokic. El jugador imposible, el genio de Sombor. Otro europeo que, como Dirk Nowitzki y Giannis Antetokounmpo, ya tiene MVP (dos, de hecho), anillo de campeón y MVP de Finales.
En menos de tres semanas, los Nuggets han salido de la lista de franquicias que no habían llegado a unas Finales y, lo verdaderamente gordo, de la de equipos sin anillo. Campeones a la primera, campeones con moraleja y final feliz: un equipo lejos de los centros de poder del deporte estadounidense, con el que no se sientan a hablar los grandes agentes libres, al que le costaba meterse en una tertulia que no descarrilara en las aburridas discusiones sobre quién era mejor, Jokic o Joel Embiid (¿queda alguna discusión posible, por cierto?). Un nuevo campeón con una historia de las de toda la vida, un toque de equipo del pueblo, un aroma a baloncesto fabuloso y trazas de dinastía emergente porque Jokic tiene 28 años y Jamal Murray, 26. Un campeón que ha cerrado los playoffs con un balance de 16-4, que en este siglo solo mejoran los Lakers de Kobe y Shaq y los Warriors de Curry y Durant. Que no ha estado por detrás en ninguna serie, ningún momento de crisis, y cuyas derrotas han sido siempre por menos de diez puntos. El primer campeón desde el Oeste en 44 años (los Supersonics de 1979) que no sale de California o Texas.
Más: el decimotercer equipo que es campeón con solo un all star, por supuesto Jokic; Uno que partía noveno para las casas de apuestas en octubre, cuando muchos parecían haber olvidado cómo de bueno es Jamal Murray, que regresó después de año y medio lesionado. Un equipo durísimo en las alturas estrangulantes de su pista (44-8 entre regular season y playoffs), mucho mejor en defensa de lo que queríamos creer y arrebatador en ataque, que ha ganado en todos los partidos que han propuesto los rivales, en todos los formatos y ritmos; Por dentro y por fuera, por talento y por físico. Que se quitó de encima a Kevin Durant y Devin Booker, desterró sus fantasmas contra los Lakers (barrida después de tres finales de Conferencia perdidas contra ellos) y acabó devorando, una a una, las mil vidas de Miami Heat. Sus partidos en Florida después de perder el factor cancha, el poderío de esas dos victorias en el test mental definitivo, nos dejaron con la sensación de que las Finales estaban ventiladas. Que la vida de la temporada 2022-23 no iría más allá de este 12 de junio. Así fue: 94-89, 4-1 y anillo. Denver Nuggets, campeón de una NBA que tiene nuevo rey.
El horrible vértigo del paso definitivo
La última zancada, la del championship point, fue un parto, una tortura. La presión de tener el éxito tan a mano estuvo a punto de triturar a los Nuggets y sepultar un Ball Arena donde no se compraron entradas por menos de 1.000 dólares. Más que un partido, fue un trance de angustia, un rito iniciático para una franquicia que de repente pareció novata, imberbe. Y que no sacó en ningún momento las extremidades del barro. Cada metro que avanzó fue así, braceando con el peso de la historia a cuestas. Seguramente, no podía ser de otra manera.
Pero lo Nuggets hicieron lo que había que hacer: ganar. Estuvieron por detrás desde un 18-16 del primer cuarto hasta el 69-66 del tercero. Los Heat llegaron a los diez de ventaja (29-39) y tuvieron momentos en los que pudieron abrir una brecha seria, meter de verdad en crisis existencial a toda la ciudad de Denver. Les falló, como durante casi toda la Final, un ataque raquítico, de producción rastrera. Eso mantuvo a tiro siempre (44-51 al descanso) a los Nuggets por mucho que fallaran, que dudaran, que le dieran vueltas al coco. Los Heat se quedaron en 38 puntos en la segunda parte, y eso contando con 13 seguidos en el último intento de un Jimmy Butler hasta entonces horroroso. Un tramo con amago de épica que incluyó dos triples y tres tiros libres tras una decisión arbitral muy cuestionable: de 83-76 a 88-89 a dos minutos del final. Después Bruce Brown anotó tras rebote de ataque y, entre errores de un Butler que había gastado su último comodín, el propio Brown y Caldwell-Pope sentenciaron desde la línea de personal. Un partido horrible, un triunfo con dolor: un anillo de campeón de la NBA.
Butler, incluso con esos 13 puntos en menos de tres minutos que acabaron en el olvido, terminó con solo 21 en 18 tiros. Muchísimo menos de lo que necesitaba su equipo. Ha jugado con el tobillo peor de lo que ha querido decir, pero lo cierto es que se ha quedado muy corto en unas Finales en la que el triple abandonó a los Heat, y por ahí se escaparon sus (pocas) opciones. Entre la energía de Bam Adebayo (20 puntos, 10 rebotes, de más a menos) y la experiencia de Kyle Lowry bastó para meter el miedo en el cuerpo, rozar el regreso a Miami, montar un par de castillos en el aire. Pero, finalmente, un camino rotundamente improbable acabó en Denver. Un octavo clasificado del Este, una cuestión de fe y cultura que se ha quedado a las puertas de la gloria, como en 2020.
Toda la capacidad de sufrimiento de los de Spoelstra se fue al vertedero por su 34% en tiros totales y su 9/35 en triples. El indulto que necesitaban unos Nuggets que fallaron lanzamientos que normalmente meterían durmiendo y se quedaron en un 5/28 desde la línea de tres y 13/23 desde la línea de personal. Con 15 pérdidas, cuatro en los primeros cinco minutos: la definición de un equipo atenazado, que se metía en atascos innecesarios e intentaba salir de ellos de un salto, volar en vez de caminar. De pensar muy poco a pensar demasiado, de la angustia a la ansiedad. Personales, protestas… y los mejores minutos de Michael Porter Jr (16 puntos, 13 rebotes) en una Final que en general no se le ha dado bien.
Jamal Murray se precipitó por primera vez en toda la serie, aunque al final hizo lo suficiente: (14+8+8 con 5 puntos y 4 asistencias en el último cuarto). Pero fue, cómo no, Nikola Jokic el que entendió por dónde pasaba la victoria, qué tipo de partido estaban jugando. Sin chistera ni frac, fue más bulldozer que mago, dominó más por insistencia y volumen que por esos centelleos mentales que le hacen único, seguramente en toda la historia del baloncesto.
El serbio acabó con un MVP cantado: 28 puntos, 16 rebotes, 4 asistencias, 12/16 en tiros en un día en el que nadie parecía saber dónde estaba el aro. Ni una asistencia en la segunda parte, a pecho descubierto y en carne viva: 10 puntos con un 5/6 en tiros en el último cuarto. Todas las miradas clavadas en él cada vez que quemaba la bola, casi una súplica de compañeros, banquillo, grada... Jokic sufrió, empujó, derribó el mal fario y devoró el mundo también así, desde la ciénaga que muchas veces anticipa la gloria. Es, ahora mismo, el mejor jugador del mundo. Y Denver Nuggets es por primera vez campeón de la NBA. Ha esperado 46 temporadas, más que nadie en la historia para reinar por primera vez. Una franquicia que parecía en ninguna parte, buscadores de oro mirando al cielo infinito de Colorado. Esperando una respuesta que, quién iba a imaginarlo, estaba en Sombor, una tranquila ciudad del noroeste de Serbia, a 200 kilómetros de Bélgrado. Mucho tiempo y muchos sueños rotos después, fue la noche de toda una vida en la Mile High. ¿Ha merecido la pena? Vaya que sí. Siempre, siempre, es así.