¿Punto de inflexión para los Bucks?

Giannis Antetokounmpo se ha convertido en un jugador de difícil análisis. Incluso en la NBA, un lugar en el que todo está sometido al escrutinio constante, no deja de ser difícil valorar al griego o posicionarse en torno a su figura. Un jugador que fue avanzando a medida que su físico atlético se volvía más poderoso, del que primero se dijo que era imposible que ganara un anillo y que después lo conquistó. Ahí se ganó al gran público, con sus genuinas lágrimas en el Fiserv Forum, su abrazo con el asistente Darvin Ham, con su entrenador Mike Budenholzer; o sus palabras de agradecimiento a Jrue Holiday, que había aterrizado ese curso en Milwaukee. Giannis lideró la remontada ante los Suns y los Bucks consiguieron su primer anillo desde 1971. Y, 50 años después de Oscar Robertson y Kareem Abdul-Jabbar (por aquel entonces todavía Lew Alcindor), el estado de Wisconsin volvía a reinar en la mejor Liga del mundo. Todo un éxito que tuvo como mesías a un Antetokounmpo que se convirtió en toda una religión y que no había parado de coleccionar éxitos individuales en el pasado reciente (dos MVPs de la temporada, un premio a Mejor Defensor) que serían también los de un futuro que era suyo. Y de los Bucks.

Nada más lejos de la realidad: los Bucks cayeron en el séptimo partido de las semifinales de Conferencia ante los Celtics en 2022. Y el golpe fue más duro la temporada pasada, con la eliminación ante unos Heat que venían del play in. Por el camino, la desintegración del equipo del anillo era cada vez más notoria: la versión fantasmagórica de Khris Middleton se acentuaba por culpa de las lesiones, Darvin Ham ponía rumbo a su primer trabajo como primer entrenador en los Lakers (con formas cuestionadas), Mike Budenholzer salía de la puerta de atrás, empujado a una clandestinidad que nunca quiso... Todos decían adiós, hasta un Jrue Holiday que acabó en el eterno rival (los Celtics) por otra y gracia de un Giannis Antetokounmpo que ha pasado de emocionar a conmocionar, de ángel a demonio. De luchar contra la opinión pública a desear tenerla en contra. Y a hacer un daño a su reputación innecesario y que no se merecía un hombre que sabe perfectamente lo que cuesta ascender en la NBA y convertirse en una estrella consolidada. Que ha sufrido en sus carnes la tortura que supone el hecho de no ganar el anillo. Y que ahora, en la cima, decide hacer cosas más que extrañas... y moralmente complejas.

El intervencionismo del jugador ha sido exagerado y se ha filtrado que su poder ha estado detrás de muchos movimientos: quería una estrella a la altura de Damian Lillard, un entrenador al que moldear como Adrian Griffin y luego un chivo expiatorio como el propio Griffin al que culpar de todos los males. Y la llegada de Doc Rivers fue cuestionada hasta por el propio entrenador, que ya ha dicho en público que no entendió el movimiento de los Bucks, motivado por un Giannis al que parecen haber dado las llaves de la ciudad. Desde la llegada del campeón del anillo en 2008 (el último de los Celtics), el récord es de 3-7, 4-7 ahora. Principalmente porque han ganado en Minnesota, en un partido que bien podría suponer un punto de inflexión. Los Wolves son los líderes de la Conferencia Oeste (ahora empatados con los Thunder, ambos con un récord de 39-17) y una plantilla emergente, talentosa y defensiva que se lo ha puesto muy duro a todos los rivales. Por eso la victoria de los Bucks tiene tanto valor. Un encuentro ganado de forma espectacular contra una franquicia que ha cedido ante el poder de Giannis y compañía. Que, por un momento, han recordado al equipo que ganó el anillo.

El griego finalizó con 33 puntos, 13 rebotes y 5 asistencias, además de lanzar con 9 de 13 en tiros de campo, 1 de 1 en triples... y 14 de 21 desde la personal, a la que acudió en demasía por las faltas que sacaba a Rudy Gobert (12+19, pero 5 faltas), Karl-Anthony Towns (22+14, 1 falta) y Jaden McDanields (5 faltas). Sólo Giannis y Damian Lillard lanzaron tiros libres en los Bucks, pero eso fue suficiente en un encuentro vibrante, defensivo, que los Bucks llegaron a dominar por 17 y que luego supieron cerrar a pesar de las embestidas locales. Anthony Edwards se fue a 28 tantos en 27 lanzamientos y se quedó en 4 de 12 en triples, una mala gestión de tiro a pesar de sus 9 rechaces y 5 pases a canasta. Fue un gran partido, titánico, resuelto al final, en el que mandó el rebote y la garra por encima del talento puro y las anotaciones hinchadas. Un partido con muchos triples (ahora todos los tienen), pero resuelto en las zonas. Y un enfrentamiento en el que los Bucks se volvieron a asemejar a un equipo campeón, un candidato sin aires de grandeza pero con ínfulas de leyenda. Vaya, lo que era Giannis Antetokounmpo antes del incesante ejercicio que ha protagonizado a la hora de perjudicar su reputación. Un héroe caído que ahora intenta levantarse y volver a la luz. Así están los Bucks, entre la esperanza y el espejismo.