Misión imposible en L.A.

Cuando no se puede, no se puede. Es lo que les pasa a los Lakers, a los que se les acumulan las desgracias de una forma y otra. De forma sostenida, constante, permanente. Objetiva. Sin que puedan hacer nada para detenerlas. Y sí, es cierto que tuvieron un mes desastroso después de ganar el In-Season Tournament, pero también que han hecho una temporada más que correcta: ganaron la Copa NBA en su primera edición y llevan 45 victorias, 10 por encima del 50% y tres más que las que consiguieron la temporada pasada, cuando acabaron séptimos. Ahora, están empatados con los Warriors en el noveno, se salvan de milagro en una jornada en la que han perdido Kings y Suns, pero ven como se alejan los Pelicans y las opciones. Todo esto, cuando llegaban en un momento de forma pletórico contra los Timberwolves antes de que LeBron James se pusiera enfermo y Anthony Davis se lesionara en el primer cuarto. Ahí, en el momento clave, todo se desvanece. Alegría efímera, desgracia eterna.

Eso, si no fuera porque ese todo es mucho más grande: los angelinos llevan toda la temporada sin poder contar con 4-5 jugadores claves en la rotación, siguen con Jarred Vanderbilt y Christian Wood lesionados y no dan abasto en una recta final de curso en la que les queda jugar contra los Grizzlies y tener un partido, ya veremos si trascendental, contra unos Pelicans que dan un paso adelante espectacular en una noche en la que les ha salido todo bien. Al contrario que a los Lakers, que antes del partido perdieron a Davis por enfermedad y no supieron si LeBron iba a jugar hasta tres minutos antes del encuentro. Lo hizo con fiebre, en un esfuerzo titánico, tremendo, extraordinario. Tiró del carro todo lo que pudo e hizo todo lo que estaba en su mano. Pero la realidad, difícilmente discutible, es que los Lakers están teniendo una mala suerte monumental y que bastante hicieron con aguantar el tirón de los Warriors e incluso de seguir vivos a estas alturas de la temporada. Si es que lo están.

Y, además, como les ha pasado otras veces, se enfrentaron a la mejor versión de lo que queda de una dinastía esta temporada: 20 triples en la primera mitad, 5 de 5 de un Draymond Green que no había intentado más de 4 en ningún partido del curso y que no llegaba a esa cifra desde el 11 de diciembre de 2016. Hasta 26 (nadie había anotado tantos a los Lakers jamás) anotaron los Warriors en 41 intentos (un 63,4%, el mejor porcentaje de la historia, que se dice pronto), una cifra contra la que es imposible competir y que al final, en la desesperación, fue aumentada por unas ayudas, las de los Lakers, que ya no llegaban. La idea de dejar a algunos jugadores de rol lanzar tampoco funcionó. D’Angelo Russell se ha diluido y tuvo un muy mal partido en los dos lados de la pista (14 tantos, pero 3 de 11 en tiros), Austin Reaves jugó bien (22 puntos, 7 rebotes y 6 asistencias) y Rui Hachimura hizo lo que pudo, pero también mal en el lanzamiento (20, con 7 de 21, añadiendo a eso 11 rechaces). Los Lakers (12 de 35 en triples, muy difícil así), que iban 7 abajo en el tercer cuarto (89-96) recibieron un parcial de 0-10 en la recta final de dicho periodo. En el último, envalentonados por LeBron, llegaron a ponerse a 8 (98-106). Pero no hubo manera: al final, 120-134.

Los Warriors danzaron a su antojo sin Davis en la zona, uno de esos jugadores que cambia la táctica de un partido. Se metían por el interior y sacaban balones fuera con buena circulación y un acierto indiscriminado. Entre Stephen Curry (23 puntos, 6 de 6 en triples) y Klay Thompson (27, con 5 de 10) lo hicieron un poco todo. Gary Payton II impuso su físico. Y hasta Chris Paul campó a sus anchas (11, con 9 asistencias). A los Lakers tampoco les funcionó la vieja táctica de atacar a Curry con el que se quedara con él, principalmente por la ausencia de Davis como finalizador y porque cada vez que se acercaban los Warriors respondían con más y más triples. Y a las penetraciones en la zona no les ayudaba la permisividad arbitral: LeBron apenas lanzó 5 tiros libres y recibió varios contactos indiscriminados. En la recta final, los colegiados permitieron un tapón de Payton sobre Hachimura que era clara falta. Y Trayce Jackson-Davis hacía pantallas que eran ataques, con las dos manos apoyadas en el contrario. Los Lakers, eso sí, no perdieron por eso. Ni mucho menos.

LeBron, visiblemente enfermo, jugó 35 agotadores minutos y se hartó a martillear la zona: 33 puntos, 7 rebotes, 11 asistencias y 2 robos, con un 14 de 22 en tiros de campo. Acabó maniatado físicamente, muy castigado. Y se fue con menos de 3 minutos para el final al banquillo porque ya no había nada que hacer. Los Warriors tienen los duelos directos ganados a los angelinos y dependen de ellos mismos para acabar por delante, teniendo además enfrentamientos con Blazers (en Portland), Pelicans y Jazz (ambos en casa). De repente, se les ha puesto muy bien la cosa. Y a los Lakers sólo les queda rezar para que alguno falle, pero tiene pinta de que el décimo puesto lleva su nombre y que será prácticamente misión imposible acceder a playoffs. Más allá de eso, queda una batalla entre LeBron y los Warriors, otra más, que antes era para decidir el anillo y ahora para quedar en la mejor posición de un play in que ni existía entonces. Bueno, y también queda un hecho que, por ser fortuito no deja de ser un hecho. Y es que los Lakers tienen mala suerte. Mucha.

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