Los Pacers, de la histeria a la historia

“En 49 estados es sólo baloncesto, pero esto es Indiana”. El lema eterno que tantas veces hemos visto colgado del Gainbridge Fieldhouse se ha convertido en la religión de los Pacers, en un mantra que siempre ha acompañado a una franquicia que nunca ha estado casada con la gloria desde su llegada a la NBA en 1976. Hoy en día siguen siendo uno de los cuatro equipos originales de la ABA en jugar en la mejor Liga del mundo junto a Nets, Nuggets y Spurs, pero su historia siempre ha sido más complicada que la de sus homólogos y, desde luego, en contraste constante con esa otra competición que tantos problemas dio a la NBA a inicios de los 70. Los Pacers conquistaron tres veces la ABA en cuatro años y llegaron a cinco Finales en las ocho temporadas que duró. Pero su continuidad en un nuevo lugar no dio los mismos frutos. Una ciudad y un estado que siempre han representado un mercado pequeño y muchos intentos frustrados, pero una capacidad innata para competir y una afición que sabe y entiende de baloncesto. Que nunca se rinde. Que siempre está ahí.

Y que culturalmente está intrínsecamente ligada al baloncesto. El Gran Premio de Indianápolis es uno más dentro del circuito de Fórmula 1, y la ciudad vibra con los Colts en la NFL, pero la capacidad que ha tenido el público de volcarse con su equipo de baloncesto es simplemente brutal. Y eso ha vuelto a pasar en el sexto encuentro de la primera ronda de los playoffs de 2024, unos que han vuelto a colocar a los Pacers en el mapa de la NBA. Un equipo que no llegaba a la fase final desde 2020, tras cuatro temporadas cayendo en el mismo sitio con Nate McMillan, cinco en total si contamos la última de Frank Vogel en la entidad. Hay que remontarse a 2014 para ver a la entidad de Indiana superar una eliminatoria: fue con el propio Vogel, con ese equipo liderado con Paul George y con nombres propios llenos de nostalgia: George Hill, Lance Stephenson, Roy Hibbert... ese proyecto que inició el eternamente lesionado Danny Granger y que tuvo ahí su techo, precisamente en una temporada en la que Granger salía traspasado y la química grupal caía en picado.

Han pasado cuatro años de los últimos playoffs de los Pacers, 10 desde que pasaron una eliminatoria... y dos décadas desde que Rick Carlisle se hizo cargo del proyecto en sustitución de un Isiah Thomas que nunca trasladó sus dotes como jugador a los banquillos y que sirvió entonces como mero puente entre Larry Bird y el propio Carlisle. El ex de los Celtics regresó a su Indiana natal tras su retirada y se comprometió tres temporadas con los Pacers asegurando que no habría más. En la última de ellas les llevó a las Finales, las únicas de la historia de la franquicia. Cayeron ante Shaquille O’Neal y Kobe Bryant tras unos 90 en los que, primero con Larry Brown y luego con Bird, tuvieron batallas encarnizadas contra los rivales de la Conferencia Este de la época, una llena de tedio, garra, rebote y defensa, cualidades que rompía un contracultural Reggie Miller, un adelantado a su época que lanzaba triples a mansalva en medio de un estilo de juego en el que nadie lo hacía. Los primeros años de Carlisle en los Pacers fueron los últimos de Miller, ya envejecido y con el triste recuerdo de la oportunidad perdida. Un proyecto boyante y al alza empezó a cobrar forma (Ron Artest, Jermanie O’Neal...) pero el escándalo del Palace y la falta de continuidad acabó con el sueño frustrado y muchos años de travesía en el desierto, sólo interrumpida por el intento de resurrección sin suerte de Frank Vogel y Paul George.

Antes del partido se supo que los Pacers tenían una bala que esta vez no podían desaprovechar. En el quinto encuentro fueron apabullados por unos Bucks sin Giannis Antetokounmpo ni Damian Lillard y la decisión de que jugaran el sexto no se reveló hasta minutos antes del partido: el griego no lo haría y el base sí. El jugador franquicia acaba muy señalado esta temporada por sus decisiones entre bambalinas y se tendrá que replantear su comportamiento igual que el equipo de Milwaukee su futuro, pero la decisión de traspasar a Jrue Holiday ha pasado de ser dudosa a desastrosa. La cultura defensiva que en su día instaló Mike Budenholzer ha caído y los Bucks se han convertido en una plantilla vulnerable y ya dependiente de Giannis hasta la saciedad, algo que se ha notado en una serie en la que han ido a tirones ante unos Pacers que no han acabado la regular season como la empezaron, pero que están muy bien entrenados y se han basado en su poder como locales y la fortaleza mostrada ante su público para sacar adelante la serie. Así, han echado al equipo al que también sentenciaron en semifinales del In-Season Tournament. Ahora, esperan a Knicks o a Sixers. Veremos.

Una victoria sin paliativos

El resultado fue claro (120-98), los Pacers ganaron todos y cada uno de los cuartos y sólo fueron por detrás en los primeros compases del partido antes de cerrar el primer periodo con superioridad (33-24). Al descanso, 69-47. Un estirón al final del tercer periodo les dejaba 15 arriba, cuando las piernas de sus rivales ya no funcionaban. Y el último periodo pasó de ser un ejercicio de cómo mantener la ventaja a otro de cómo matar definitivamente a los Bucks. Llegaron a ganar de 24, lo hicieron de 22, anotaron 21 puntos al contraataque y lanzaron por encima del 54% en tiros de campo. El mejor ataque de la NBA en temporada regular (más de 123 puntos por noche) lo fue también cuando había que serlo, siendo además muy agresivos en defensa (a veces demasiado: 26 faltas personales) y yendo siempre al límite para buscar el robo o forzar la pérdida y correr así en transición, lo que más les gusta. Ahí, su poderío físico les hace imparables, imbatibles. Eso y que Carlisle ha conseguido suplir la capacidad multidisciplinar que mostró Tyrese Haliburton a inicios de curso para encontrar un juego colaborativo enorme y que el base no se estorbe con el flamante fichaje de febrero, un Pascal Siakam que aporta una sapiencia extraordinaria.

Haliburton se fue a 17 puntos, 6 rebotes y 10 asistencias, con 2 de 10 en triples pero con una actitud que recordó al jugador del In-Season que se fue diluyendo con el paso de los meses, pero al que todavía le queda fuelle, más aún cuando hay ilusión. Siakam logró un 19+7+4. Aaron Nesmith, 15 tantos. Andrew Nembhard, 14. Y mención especial (y esencial) para Obi Toppin y T.J. McConnell. El primero se fue a 21, con 9 rebotes, en apenas 24 minutos. El segundo 20, con 9 asistencias y 4 robos, en apenas 21. Dieron energía, piernas frescas, lanzamientos indiscriminados y mucha intención y acabaron con sentenciar a los Bucks, que se intentaron apoyar en una primera unidad que duró hasta donde pudo: 14 de Khris Middleton (con ramalazos de lo que fue durante la eliminatoria, pero sin poder ser decisivo al final), 20+15 de Bobby Portis (mucha energía y una actitud intachable), 20 de Brook Lopez (que acaba de cumplir 36 años) y 28 de un Damian Lillard que sumó estadística pero no se encontró en ningún momento. Patrick Beverley (6, con 3 de 11 en tiros) fue más un problema que otra cosa (y tuvo un problema con la grada) y el banquillo, con Giannis vestido de calle, no aportó nada. Un final malo para una temporada mala de unos Bucks que entran ahora en periodo de reflexión, también un Doc Rivers que acumula su enésimo fracaso en los banquillos. Y unos Pacers para los que la vida sigue, el cielo es el límite y vuelven a pasar una ronda de playoffs. 10 años después. Toda una década. Se dice pronto.

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