Los Lakers, calamidad catastrófica

Es imposible no mirar a LeBron James, que pegó el (¿penúltimo?) mordisco a esa carrera, contra la historia y la lógica, que está a punto de culminar, ante nuestros ojos. Otros 27 puntos, 30,1 de media en la temporada en la que ha cumplido 38 años y 20 en la NBA, y ya solo 36 que apilar para superar a Kareem Abdul-Jabbar. La cuenta ahora es 38.387 por 38.352. Solo 36 puntos más y LeBron será el jugador con más puntos en la historia. Pondrá su nombre en una de esas marcas que parecían intocables, patrón oro. Que era (es, por unos días más) de Kareem desde 1984, unos meses antes de que el propio LeBron naciera. Después de una gira de cinco partidos, los Lakers regresan a L.A. y, con los precios de las entradas por las nubes (huele a historia en directo) jugarán contra los Thunder el martes y contra los Bucks el jueves. Si no pasa nada raro, durante la mañana europea del viernes (04:00 hora española los dos partidos) LeBron será seguro el máximo anotador de la historia de la NBA. Si se da un poco de prisa, podría serlo ya antes de que en España desayunemos el miércoles. A partir de ahí solo quedará una cuenta: hasta dónde puede llevar sus números, dónde dejará su récord y cómo de ¿imposible? será batirlo cuando él se retire. Probablemente, como le pasó a Kareem, su sucesor no ha nacido siquiera, todavía.

Es imposible no mirar al mercado. La petición de traspaso de Kyrie Irving ha creado un terremoto en cuya onda expansiva bailan los Lakers, el cacareado destino predilecto de un jugador en cuyo coco es imposible confiar (no sin temblar) a estas alturas pero cuyo talento siempre le va a dar una vida extra. Los Lakers buscan un golpe de efecto, algo que les salve de sí mismos y sus permanentes errores en los despachos durante las dos últimas temporadas. Kyrie es el doble salto mortal, el milagro a la americana o la condenación (casi, casi) eterna. La cosa está tan caliente que LeBron, después del partido contra los Pelicans (en el que metió esos 27 puntos) puso cara rara cuando le preguntaron si Kyrie los podría acercar al nivel de los aspirantes al anillo. Será porque él ganó uno con el base, en 2016. Y vino a decir que las preguntas como esa a Rob Pelinka, el mandamás de los despachos con el que no se lleva ahora mismo demasiado bien. A buen entendedor... Pero, porque semejante talento siempre da vidas extra, otros pretendientes se mueven: ya sabemos que los Clippers están en ello, parece que los Mavericks se lo piensan, los Suns tienen material con el que negociar. Quizá no haya nadie tan desesperado como los Lakers, pero puede haber alguien más rápido. Y si Kyrie va a otro lado, sonará a fracaso para los angelinos (los de púrpura y oro, al menos) más allá de cómo acabe, que esa es otra, este (parece que inminente) nuevo experimento para un jugador tan difícil de predecir y, en muchos de sus comportamientos, tan difícil de soportar.

Pero, en medio de todo eso, era imposible no mirar también a Nueva Orleans, donde los Lakers consumaron un desastre aparentemente de máxima gravedad. Es fácil: en el día en el que tenían que ganar, perdieron. Más allá de récords históricos y de castillos en el agotador aire del mercado, los Lakers perdieron un partido clave, un cruce de camino, contra esos Pelicans a los que tan íntimamente unidos están desde el traspaso de Anthony Davis: 131-126. Perdieron contra un rival que llevaba diez derrotas seguidas y al que, precisamente por eso, podrían haber adelantado en la carrera por el play-in del Oeste. Perdieron aunque dominaron durante más de medio partido con cierta claridad. Perdieron porque se llevaron 70 puntos en la segunda parte de un equipo que estaba en una tremenda crisis ofensiva hasta, qué casualidad, esta noche. Perdieron pese a que enfrente no estaba Zion Williamson y, cuando llegó la hora de la verdad, tampoco un Jonas Valanciunas que dejó el partido en el tercer cuarto por una lesión de rodilla. Perdieron porque, por enésima vez, dejaron que el resultado se decidiera en los instantes finales y ahí, también por enésima vez, no tuvieron energía para atacar ni idea de cómo defender. Perdieron porque no parece que les vaya la vida cuando sí les va. Y porque Darvin Ham cada vez parece menos capaz de gestionar con sentido, criterio y reflejos una rotación de por sí muy pobre. Ham, protegido por el caos que lo rodea, empieza a parecer más una preocupación que una solución para los problemas de los Lakers. Que son muchos.

Ham regaló defensores minúsculos como Patrick Beverley a un Brandon Ingram que todavía no había cogido ritmo tras volver después de su larga y fea lesión. El alero agradeció el regalo: 35 puntos y el goteo decisivo mientras a los Lakers se les acababan visiblemente las fuerzas después de dejar que se escapara un partido que tenían domado entrado el tercer cuarto (72-84). Con todo a favor y una necesidad evidente de ganar, perdieron. Davis habló después de que la urgencia está en máximos y de que lo que hay que hay que hacer, hay que hacerlo ahora. Pero se equivoca: había que haberlo hecho ya, al menos esta noche. Ahora es un 25-29 por el 27-27 de los Pelicans, salvados de sí mismos por un rival espantosamente incapaz de hacer camino y empujados al final por su mayor cohesión y una frescura de ánimo que no asomó en unos Lakers embotados, despistados y, desde luego, mal entrenados. Unos a los que un Oeste de perfil bajísimo sigue dando oportunidades que seguramente ni merecen. Oportunidades que, tal vez por eso mismo, siguen desaprovechando de manera lastimosa.

Victorias de Clippers, Thunder, Suns…

Para colmo de males, la noche fue mala para los Lakers, que no pueden vivir pendientes de que los patinazos de los demás les sigan regalando pilas para su calculadora. Los Clippers, que según las informaciones de la noche del sábado van fuerte a por Kyrie Irving, ganaron en el Madison Squaren Garden (128-134) y quedan en 30-26, ya con cuatro partidos de ventaja sobre los Lakers. Donde estos últimos se condenaron, el vecino se supo salvar: después de perder una ventaja de 17 puntos en el último cuarto (de 81-98 a 115-112) un rebote de Ivica Zubac a falta de tres segundos permitió que Nicolas Batum empatara con un triple. Después, los Knicks se quedaron sin fuerzas en la prórroga en un duelo en el que Jalen Brunson (41 puntos, 7 asistencias) pesó finalmente menos que Paul George (30, 8 rebotes, 5 asistencias) y Kawhi Leonard (35, 5 y 4 robos).

Los Suns, por su parte, ganaron en Detroit (100-116) a los depauperados Pistons y están 29-26, empujados por Deandre Ayton (31 puntos, 16 rebotes) y Mikal Bridges (24) mientras esperan el regreso de Devin Booker. Los Thunder tampoco sufrieron (153-121) contra los Rockets, el peor equipo de la temporada, y se colocan 24-27, también por delante de unos Lakers que al menos vieron como perdieron los Blazers (26-27 ahora), abrumados por el ataque de los Bulls en la segunda parte (129-121). Damian Lillard acabó con 40 puntos y 5 asistencias, y pareció durante un buen tramo del partido que su percusión de seda volvería a ser suficiente para los de Oregón. Pero todo cambié en el tercer cuarto (33-17), cuando los Bulls empezaron a meter todos los tiros que estaban fallando hasta entonces. El tercer cuarto acabó con un parcial de 29-7 que se llevó por delante una ventaja de 17 puntos de los Blazers (63-80) a poco más de cuarto y medio para el final del partido.