La suerte se ríe de los Lakers

Pareció un resumen, un microcosmos en 48 minutos, de lo que ha sido la vida de los Lakers en todo el tiempo que llevan intentando arreglar el desaguisado que fue, un disparo letal en el propio pie, el traspaso por Russell Westbrook. Seguramente la peor decisión en la historia reciente de la franquicia visto lo que habían sido justo antes y lo que están siendo desde entonces. Es un sí pero no, mejor pero no lo suficientemente mejor. Y es, sobre todo, una batalla contra la suerte, como si el karma quisiera recordarles que hay cosas que no pueden ser, teclas que no se pueden pulsar y esperar que no pase nada.

En racha, con nueve victorias en diez partidos, dos meses de baloncesto excelente y por fin en el octavo puesto del Oeste y cuentas para escalar un poquito más en la última semana, los Lakers aguardaban un duelo tremendo contra los Timberwolves con un optimismo extraño en los últimos tiempos, efervescente. Pero parece que no, no y no. Hagan lo que hagan, no. El partido (117-127 final) tenía su riesgo porque el rival pelea con los Nuggets por el liderado de Conferencia (ahora los dos 54-24 con un duelo pendiente, que será tremendo, en Denver) y porque caía en back to back para unos Lakers que se sentían, de todas formas, al volante, capaces de todo.

Pero las cosas, en una de esas noches, fueron así: LeBron James ni se trasladó al Crypto.com Arena por enfermedad; Sin él, los Lakers jugaron un gran primer cuarto apoyados, cómo no, en la magnitud de Anthony Davis (37-33). Entonces, casi al final de ese parcial inicial, un golpe fortuito de Kyle Anderson en el ojo que ya tuvo muy tocado el mes pasado y que estropeó otro partido crucial (entonces contra los Warriors), sacó de la pista a Davis, que no regresó. Así que los Lakers se vieron obligados a jugar tres cuartos, contra uno de los tres mejores equipos de la regular season, sin LeBron y sin Davis. En el día para despegar, la fortuna los ancló al suelo. Otra vez. Tampoco estaba Vincent (cuya defensa ha sido visiblemente impactante desde su regreso) y sigue sin haber noticias de Wood y un Vanderbilt que debería ser fundamental pero que apenas ha jugado. Cuando lo hizo (tiempos de In-Season Tournament), la defensa de los Lakers fue seria de verdad.

Así que otra vez faltaban cinco jugadores importantes en un equipo que lleva toda la temporada con tres o cuatro bajas todas las noches, la rotación siempre en cuarentena y ahora un 45-34 que les deja casi sin margen de error antes de un partido tremendo, mañana contra los Warriors y en el que se decidirá sipueden seguir aspirando a escalar o si se asoman al décimo puesto, el último de play in. La previa, para el que quiera ser pesimista, llega con LeBron enfermo, Davis con el ojo fastidiado y los Warriors con solo una derrota más (34 por 35).

Los Wolves empezaron a remolque, incluso sin LeBron en pista. Pero cuando faltó también Davis, la cosa fue un caramelo que devoraron en el segundo cuarto, donde su rival compareció confuso, sin saber qué rotación montar casi sin unidades y sin ninguna de sus estrellas. Demasiado fácil: 18 puntos de Naz Reid, parcial de 27-46 y 64-79. Una noche que parecía complicada para los de Mineápolis se había convertido en una victoria incuestionable, una rodada cuesta abajo y silbando. Todavía apretaron los Lakers después del descanso; estaban a cinco antes de que los Wolves pusieran las cosas en su sitio (92-102) al cierre del tercer cuarto. Reid acabó con 31 puntos y un 6/8 en triples, Anthony Edwards sumó 26 puntos y 8 asistencias y Rudy Gobert se fue a 18 y 16 rebotes (8 de ataque), mucho más tranquilo sin Davis en las zonas. Un partido peliagudo se convirtió en una victoria inevitable, de las de no fallar para los Wolves. Y no fallaron, bien por ellos en una temporada absolutamente extraordinaria.

En los Lakers, resistieron Hachimura (30 puntos, 6 rebotes), Dinwiddie (18+5+7) y un Jaxson Hayes que machacó todo lo que pasó cerca del aro (19+10 y 5 robos). Apenas había opciones de milagro contra la asfixiante defensa de los Wolves sin LeBron ni Davis. Y las que quedaban se apagaron en un mal día de D’Angelo Russell y Austin Reaves, el segundo peor que el primero si se engloban los últimos partidos. Más allá de eso, y si se abre el plano, fue un aguijonazo en un ánimo que se hinchaba y al que se le escapó de golpe el aire. Un recordatorio de que, a veces, las cosas son no, no y no. Será el karma, o vaya usted a saber qué.

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